¿Por qué no te callas?

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Julia se quedó quieta en su cama, mientras se repetía a sí misma:
Julia: - ¿Por qué no te callas? Ahora lo sabe, sabe todo, sabe que me gusta. Bueno, no era novedad, pero fue vergonzoso la manera en la que se lo dije.
Julia seguía inmóvil, no sabía que hacer.
Para acabar la incomodidad que sentían ambos en ese momento, Julia, decidió salir de su cuarto para que Henry no pensara que ella se sentía avergonzada.
Julia se sentó en el sofá y siguió con su trabajo.
Pronto Henry salió del cuarto.
Henry: - Oye, caprichosa. ¿Acabaste el trabajo?
Julia: - Que molesto eres.
Henry: - ¿Lo hiciste o no?
Julia: - Sí, por suerte lo hice.
Henry: - Está bien, ahora debemos seguir con la película.
Julia: - Mañana debemos estar despiertos temprano.
Henry: - Lo sé, pero la película es corta.
Julia: - Está bien.
Ambos se hacían los difíciles, pero ver esa película juntos era el momento que más deseaban.
Julia estaba sentada a un costado del sofá, con sus manos sobre sus rodillas y Henry al otro costado, sostenía su cabeza con sus manos.
Julia: - Recuestate si quieres.
Henry: - Está bien.
Julia se estaba por levantar del sofá y sentarse en una silla, pero Henry, levantó los brazos de Julia y apoyó su cabeza en las piernas de ella.
Julia quedó inmóvil.
¿Por qué le generaba cosquillas en todo el cuerpo?
Decidió no decir nada y seguir viendo la película.
De un momento a otro, se quedó dormida.
Al despertar, se dió cuenta que había dormido una hora aproximadamente, cuando decidió levantarse, descubrió que el arrogante seguía ahí.
Estaba profundamente dormido, sus brazos estaban detrás de ella, rodeándola, su cabello castaño se encontraba despeinado, sus respiraciones eran profundas, como un ronquido suave y su nariz brillaba.
Julia se quedó mirando a su arrogante, mientras tocaba las facciones de su cara con delicadeza, sus pestañas, su nariz, sus mejillas, sus cejas, su boca.
Su boca por alguna razón se veía húmeda, algo le decía que se acerque, pero pronto recordó que eso no estaba bien.
Tomó una foto, serviría para su biografía.
Y luego se levantó con la mayor delicadeza, dejando su cabeza en la esquina del sofá, luego tomó una almohada y la colocó debajo de él, lo cubrió con su manta celeste y se fue a su habitación

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