Capítulo 2

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Al entrar a mi casa todo el alcohol había vuelto a su efecto natural, tanto que no estaba consiente de cómo había conducido hasta llegar a casa. Intenté no hacer ruido, de verdad que lo intenté, pero al ver que todo daba vueltas y mi equilibrio no aportaba en nada no pude hacerlo. Me sentía estúpida al caminar, era como si estaba aprendiendo a hacerlo. Dejé las llaves en la mesita, o eso creí porque cayeron directo al suelo. Me agaché para recogerlas, pero en cuanto lo hice perdí el equilibrio y mi trasero junto a mi espalda tocaron el suelo.

No pude evitar reír.

Mi risa a veces era algo exagerada, y esta vez era mucho más que eso. Tuve que tapar mi boca y morder mi lengua para dejar de reír. Yo solo decía: ¡Cállate de una vez estúpida!

Cuando pude tranquilizar mi risa solté los cordones de mis zapatillas y me puse de pie, ni siquiera estaba segura del por qué lo hice. Me dirigí a paso lento a las escaleras y me afirmé fuerte de las barandas que estaban a cada lado, como si mi vida dependiera de ellas. Ya casi iba por la mitad cuando pisé el maldito cordón de mi zapatilla, mis pies se enredaron y caí de espalda hasta llevar al suelo. Mientras caía solo pensaba en lo malditamente estúpida que era. El golpe fue tan fuerte que mis padres lo escucharon desde su habitación. No demoraron ni un minuto en estar junto a mi, levantando del suelo a su hija borracha.

Ahora estaba borracha, me dolía la espalda y estaba escuchando el sermón de mis padres mientras tomaba café para que se me pasara la borrachera. Creo que no hay peor momento que cuando tus padres te encuentran borracha, es como si hubieras fallado en algo muy simple y te sientes tonta.

— ¿Por qué fuiste sin nuestro permiso?— estábamos los tres en la cocina y me miraban con el ceño fruncido.

— Ya tengo dieciocho años.— me quejé mientras tomaba café.— La edad suficiente para salir a cualquier lugar sin tener que decirles dónde voy.

— Si, tienes dieciocho años,— dijo papá molesto y con los brazos cruzados.— pero aunque tengas treinta y sigas viviendo bajo mi techo, seguirás nuestras reglas.

No tenía ningún argumento para debatir ya que mi cerebro pensaba con lentitud.

— Está bien.— me puse de pie dispuesta a irme. Ya tenía sueño.— Me voy a dormir.

Ya no me sentía tan mareada, pero si estaba muy cansada, mi cuerpo pesaba, tenía sueño y mis ojos se cerraban solos. Llegué a mi habitación, aún sin cortinas y fea ya que mis encargos online llegaban en una semana.

Me saqué los zapatos y me acosté en mi cama para pensar. Este sería un año en donde tendría que adaptarme a muchas cosas, desde mi casa nueva hasta la universidad. Solo quería estudiar para poder tener un título y poder trabajar, así me iría de la casa de mis padres y jamás volverían a darme una orden en su vida.

Desaparecería como un fantasma de sus vidas.

Creo que cada adolescente sueña con dejar de vivir con sus padres en su estapa de rebeldía, luego se dan cuenta de lo dura y complicada que sería la vida viviendo solos y las ganas de marcharse se esfuman. Pero yo ya había pasado por eso hace años, y todavía quería huir de ellos sin importar nada.

El sonido de mi puerta cerrarse con fuerza me despertó. Salté del susto quedando desorientada por unos segundos, cuando ya estaba consiente grité con todas mis fuerzas:

— ¡Mamá!

Cuando ella estaba enojada conmigo me despertada así o me lanzaba agua en la cara. Sinceramente, mi mamá era una mujer odiosa con todas sus letras.

Bajé por las escaleras y me dirigí al comedor a toda prisa. Ahí estaban mis padres desayunando tranquilamente mientras reían de un meme que le habían enviado a mi mamá.

Prácticamente Vendida ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora