Capítulo 53

267 35 6
                                    

Su cuerpo inerte era manipulado al antojo de los soldados. Era llevado al rincón más alejado y secreto de aquel palacio. Jason lo percibía todo, pero por alguna razón que intentaba descubrir desesperadamente, no podía darse el lujo de comprenderlo, de asimilarlo. Por algunos momentos se preguntaba quién era y el porqué del letargo que advertía en cada fibra de su ser. Luego, un pensamiento nostálgico lo interrumpía haciéndolo sentir triste y desanimado. Todo ese revuelo de sentimientos incomprensibles terminaban por provocarle un deseo incontrolable que lo impulsaba a salir corriendo y encontrar a alguien, pero se acostumbraba rápidamente a sólo la sensación, pues realmente no poseía control sobre su propio cuerpo.

Esa idea lo amenazó durante todo el recorrido. Su vista adormecida se perfilaba hacia donde su cabeza era dirigida. Vio pasar decenas de piedras incrustadas sobre el camino, guardias custodiando entradas y columnas adornadas con antorchas incandescentes, cuyas luces le indicaban que tan profundos eran esos pasillos. Profundidad que era recorrida mientras aquellos hombres lo cargaban con delicadeza, misma que lo hizo creer que su condición no debía ser cuestionada.

Con el bamboleo de los pasos, su mente le sugirió desatenderse del momento, invitándolo a repasar las imágenes que recién se alojaron en su memoria. En ellas miraba a aquel muchacho de cabello obscuro y mirada zafiro, el cual recordaba verlo tomar su mano y a veces abrazarlo. Aún podía acordarse del toque de sus cálidos dedos y lo agradable que se sentía tenerlo tan cerca. Sin designios ocultos, se interrogaba sobre su identidad y sobre sus intenciones, aunque claro, no de manera profunda o estable, pues esas otras preguntas y sensaciones superficiales lo distraían de sus cavilaciones.

Dentro de esas imágenes aleatorias, llegaron también a su reflexión el cielo estrellado, una luz rojiza, de nuevo aquella mirada en el rostro de aquel muchacho, mucho ruido, muchas personas siguiéndolos, humo, gritos, pero nada con lo que Jason pudiera confeccionar algo coherente. Por supuesto, luego de indagar en su mente esforzándose sobremanera, no le fue posible evitar los recuerdos de otro rostro, uno que velozmente se colocó en sus prioridades y le dio escalofríos. Uno que lo extrajo de sus dudas arrebatándole cualquier deseo de saber, de recordar, de comprender, de preguntarse los porqués de su existencia. Al ver esa cara en su reminiscencia, inercialmente, dejó de pensar, dejó de percibir el entorno, dejó albergar emociones. Su ser volvió a apagarse.

-Idris... -Murmuró Jason consecuentemente, sin realmente saber lo que decía-.

Ese nombre se clavó en su ser como si fuera la pieza que le faltaba para ciertamente enfocar toda su atención en una idea. Y de un momento a otro, toda otra conmoción y evocación se borraron en santiamenes. En derivación, Jason respiró aniquilando cualquier sacudida ansiosa o temerosa en su pecho. Aquel otro rostro y ojos azules también se esfumaron abandonándolo, dejando en él un vació incierto que decidió acoger con su aliento.

-Idris... -Repitió cerrando sus ojos-.

El vaivén advertido en sus sentidos se detuvo cuando los soldados lo depositaron en la suavidad y tranquilidad de una cama. La cual era el único mueble en aquel jardín ostentoso, cuyos límites se hallaban en los muros estampados con tapetes de diseños complicados, adornados con seres mitológicos en hilos de todos colores. Así también, aquel lugar era vigilado por estatuas alusivas a cuerpos perfectos, desnudos, tocando instrumentos o bailando. Todo aquello emergiendo entre decenas y decenas de plantas, enredaderas y flores colgantes de las paredes que no cargaban con alguno de los tapetes. El escenario ilustraba un edén alumbrado por la Luna que se dignaba a iluminarlo todo sin algún impedimento, pues ese jardín yacía descubierto y a merced de los elementos naturales.

Una vez que se aseguraron de sujetar las muñecas de Jason a la cama con ayuda de pesadas y frías cadenas, recorrieron los doseles que se deslizaban suavemente alrededor del lecho, permitiéndole cierta privacidad al ojiturquesa y resguardo del entorno. Sin más qué hacer en aquel sitio, partieron saliendo de aquel jardín de ensueño, abandonando al renegado en la soledad del paraíso.

Por Favor, ¡No! Me Olvides [DamiJon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora