Hoy no me he traído ningún libro. Y eso es malo, porque significa que no tengo nada que hacer durante el recreo. Me siento tentado de quedarme con Yoonbin, pero hace tiempo que tomé una decisión y no quiero cambiarla ahora, no quiero que se la tomen también con él por estar conmigo, y ya se ha metido en unas cuantas peleas por mi culpa. Bastante hace ya por mí sin que se lo pida como para encima ocasionarle problemas. Además, en los recreos siempre está con su novia, y apenas tienen ocasión de verse fuera de clase. Prefiero dejarlos solos y no sentirme como un estorbo.
De modo que me encierro en los lavabos un día más, siguiendo mi rutina diaria, sabiendo que romperla o cambiarla aunque sea mínimamente podría traerme consecuencias muy desagradables.
Tardo un par de minutos más de lo habitual en entrar, pero estoy seguro de que nadie me ha visto hacerlo, de que estoy a salvo un día más en mi refugio solitario y maloliente, solo con mi música. Decido echar un vistazo a Twitter, y compruebo sorprendido que tengo una interacción.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Pienso en responder, decirle que se equivoca, pero entonces me pregunto por qué demonios tengo que darle explicaciones a un desconocido, así que decido pasar. Como no tengo nada más en lo que ocuparme, me dispongo a hacer deberes. Así de triste es mi vida, escondiéndome en el baño para hacer los deberes, pero al menos tendré más tiempo en casa para dibujar o leer... o cortarme.
Al cabo de un par de minutos, la puerta se abre y oigo unas voces familiares. Estoy casi seguro de que se trata de gente de clase, aunque no logro distinguirlas. El corazón comienza a latirme con fuerza, pero trato de no hacer ruido, deseando que nadie se dé cuenta de que estoy aquí. Hasta ahora, los lavabos han sido mi refugio, el único lugar donde puedo estar tranquilo dentro de las anodinas paredes grises de este purgatorio camuflado bajo la forma de un instituto. Como el protagonista de La historia interminable en su desván, antes estaba a salvo aquí.
Uno de los chicos llama a la puerta.
– Ocupado –digo, y al instante me doy cuenta de mi error. Los chicos sueltan lo que parece ser una especie de gritito de júbilo.
– ¡Es él! –susurra uno.
– ¡Hombre! Pero ¡si está aquí el marica! –comenta uno de ellos con voz emocionada–. ¿Así que es aquí donde te escondes? No se la estarás chupando a alguien, ¿verdad?
Decido no contestar, pero otro de los chicos contraataca. Lo reconozco fácilmente, es Jisung. Siempre es él.
– ¿Qué pasa? –continúa–. ¿Te escondes aquí para espiarnos mientras meamos? Eres un cerdo, das asco.
– ¡Déjenme en paz! –Intento que mi voz suene fuerte y decidida, pero en lugar de eso me sale estrangulada, débil. La voz de quien ha sido pisoteado demasiadas veces para seguir luchando. La voz de una víctima que invita a sus matones a que sigan atormentándola.
Ellos se ríen.
– ¿Por qué no sales? –dice Han, con un tono falsamente amistoso–. ¿Es que no quieres hacer las paces?