Tras un viernes sin más incidentes que los insultos habituales, a las cuatro de la tarde me pongo en marcha para asistir a mi primera clase de taekwondo.
El viaje en tren dura cerca de tres cuartos de hora, aunque el iPod me ameniza el trayecto, y a partir de ahí tardo apenas unos diez minutos en llegar al centro deportivo gracias a la inestimable ayuda de Google Maps y una batería bien cargada.
Sobre mí brilla el sol en un cielo sin nubes, la primera vez que sale en varios días, y no puedo evitar sentir una chispa de esperanza en mi interior, avivada por el buen tiempo y el aire a libertad de la ciudad, que hace que logre olvidar el olor a contaminación del ambiente.
De todos modos, todavía no voy a apuntarme. Quiero ver primero de qué va todo antes de decidirme, pues no acabo de estar muy convencido de que vaya a gustarme. Pregunto a la chica de la recepción dónde se dan las clases de taekwondo, y me dirijo hacia donde me indica. Sin embargo, por el camino me pierdo y acabo llegando unos minutos tarde, por lo que al entrar en la sala me quedo en una esquina, apartado de las colchonetas para no molestar durante la sesión de entrenamiento.
Entonces, mis ojos se cruzan con los de un chico. Es bastante lindo, y lo más sorprendente es que está mirándome directamente con sus ojos rasgados, así que aparto la mirada, algo avergonzado. Me suena de algo, pero estoy seguro de que no va a mi instituto. Lo observo durante toda la clase, y de vez en cuando nuestras miradas se cruzan. Una de las veces, él sonríe, y antes de que pueda darme cuenta estoy devolviéndole la sonrisa, como un perfecto idiota.
Sé que talvez no deba, pero no puedo evitar preguntarme si es gay.
– Recuerden que el martes es festivo –dice el entrenador en cuanto acaba la clase, es un hombre atlético de cabello oscuro, o al menos es lo que puedo suponer con lo corto pero muy corto de su "peinado"–. Pasaremos la clase al miércoles, ¿de acuerdo? No es obligatorio venir, pero lo recomiendo sobre todo a los más nuevos.
Para mi sorpresa, cuando el hombre termina de hablar, el chico de los ojos rasgados se acerca a mí con aire despreocupado, masajeándose la nuca con la mano. Tiene el cabello azabeche húmedo a causa del sudor y unas gotas se le deslizan por el rostro, pero sigue siendo muy lindo. Bajo un poco la mirada, un tanto cohibido. He perdido la costumbre de hablar con gente de mi edad.
– ¡Hola! –me saluda con una amplia sonrisa cuando llega junto a mí–. ¿Qué tal? Supongo que eres nuevo. ¿Aún no te has apuntado? –Niego con la cabeza tímidamente, y no puedo evitar ponerme rojo. Eso parece hacerle sonreír aún más–. Me llamo Junkyu, Kim Junkyu ¿Y tú?
Titubeo durante unos segundos antes de responder. Casi no recuerdo mi propio nombre, y no me sorprende, últimamente parece que no haya nadie que se moleste en utilizarlo.
– Mashiho –digo por fin, y la palabra suena extraña en mis labios–. Takata Mashiho. Encantado.
– Lo mismo digo. ¿Quieres que te enseñe esto un poco? No te ofendas, pero se te ve algo perdido por aquí.
– Esta bien –acepto, y él sonríe una vez más, como si estuviera deseando hacerlo. ¿Cómo voy a rechazar su ofrecimiento? A excepción de Yoonbin y de Lia, el tal Junkyu es la primera persona de mi edad que me habla por voluntad propia desde hace semanas para algo que no sean burlas o insultos.
– ¿Te importa si me ducho primero? –pregunta, agachándose para ponerse los zapatos–. No tardaré, te lo prometo.
– Sin problema –digo.
– Genial. ¿Sabes dónde están los vestuarios? –Asiento torpemente con la cabeza en un gesto automático, pero al momento me arrepiento, porque es mentira–. Pues si te parece puedes esperarme en la puerta. Yo voy ya, ¿si? Deberías hablar con Mino, para presentarte y esas cosas.

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影┆𝚜𝚑𝚊𝚍𝚘𝚠 ; 𝚖𝚊𝚜𝚑𝚒𝚔𝚢𝚞
Fanfic¿𝑇𝑜𝑑𝑎𝑠 𝑒𝑠𝑎𝑠 𝑝𝑒𝑙𝑖́𝑐𝑢𝑙𝑎𝑠 𝑦 𝑠𝑒𝑟𝑖𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑒 𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑎𝑛 𝑙𝑜 𝑚𝑎𝑟𝑎𝑣𝑖𝑙𝑙𝑜𝑠𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠 𝑠𝑒𝑟 𝑔𝑎𝑦, 𝑣𝑖𝑣𝑖𝑟 𝑟𝑜𝑑𝑒𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑐𝑜𝑚𝑝𝑎𝑛̃𝑒𝑟𝑜𝑠 𝒉𝑒𝑡𝑒𝑟𝑜𝑠 𝑚𝑜𝑑𝑒𝑟𝑛𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑖𝑛𝑠𝑡𝑖𝑡𝑢�...