—Que tengas un buen día. Te quiero. —Me dice mi madre.
—Y yo a ti. —Respondí y salí del auto con los nervios invadiéndome.
Si, a mis 17 años estaba nerviosa de mi primer día en la Universidad. Pero no era culpa mía, acabábamos de mudarnos a Sídney por trabajo de mi padre y no conocía a nadie, por lo qué pensar en mi primer día de clases sola, me hacía temblar de nervios. Después de 10 minutos, encontré mi casillero. Ésta Universidad era más grande de lo que pensaba, fácilmente podría perderme aquí. Por suerte me había despertado temprano y faltaba media hora para mi primera clase, pues quería tener tiempo para saber la ubicación de mi casillero y algunos salones de clases a los que tendría que ir más tarde.
—Hola. —Me saludó un chico con un sonrisa, recargándose en mi casillero. Él tenía ojos azules y pelo castaño. Era muy lindo, pero podía notar a kilómetros que era un patán. Aún así intenté poner mi mejor sonrisa, era mi primer día aquí, tal vez hacer un amigo no era tan malo.
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—Hola. —Le respondí.
—¿Eres nueva aquí? —Preguntó. —Nunca te había visto.
—Lo soy. Llegué hace unos días a Sídney. —Respondí y él sonrió.
—Genial.
Él se quedó mirándome unos segundos. Incómoda, miré la hoja en mis manos la cual me indicaba la hora y los salones a los que debía asistir para no perder mis clases. —¿Crees que podrías decirme dónde encontrar mi salón de...?
—¿Tienes novio? —Me interrumpió. —Por qué si no lo tienes, soy voluntario. —Me dice, dándome una sonrisa coqueta nuevamente.
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—No. —Dije. —Bueno, me tengo que ir, necesito encontrar mi salón de clases. —Me excusé, intentado escapar de él. Cerré mi casillero y me dispuse a caminar, pero él me tomó del brazo, deteniéndome. —¿Podrías soltarme? —Le pregunté, fastidiada.
—Hey, tranquila. —Habló mientras me pegaba a él, demasiado.—Simplemente quería saber si quisieras salir conmigo algún día.
