Odio el primer día de clases.
Creo que esta es la primera vez en mi vida que voy a uno, o al menos desde que recuerdo. Siempre faltaba el primer día por muchos, y diferentes, motivos: o no quería y convencía a papá de pasar todo el día juntos, o me escapa con los cinco, o estaba de vacaciones en las cabañas a las que íbamos cada verano desde que nos mudamos de Portugal a España.
Aunque todo de igual, el único motivo por el que realmente odio este primer día de clases es porque, esta vez, papá no estaría esperandome con mi desayuno favorito sobre la pequeña mesa que teníamos en el comedor, en nuestra casa. Papá no entraría en cualquier momento por la puerta asegurándose de que estuviese despierta, o despertándome por que no quería ir. No discutiría con papá los motivos por los que ir el primer día eran malos, ni terminaríamos ambos en el sofá viendo películas.
En definitiva, papá no estaría, y no estaría más nunca. Debía ir acostumbrándome a la idea y comenzar a aceptarlo -o eso decía mi psicóloga-, pero no lo haría de momento.
Duele. Joder que duele. Una mierda, eso es lo que es.
Una lágrima rebelde escapa de mi ojo izquierdo, la cual aparto con rabia y me levanto al trote.
—Basta, Hela.— me ordeno a mí misma.
Camino sintiendo los músculos tensos hasta el baño, donde me quito rápidamente la ropa y me meto bajo el agua fría. Ojalá así poder congelar mi mente y que deje de dar vueltas de una puñetera vez.
Cierro los ojos con fuerza bajo el chorro de agua, intentando aplacar a la Hela que quiere salir. De nuevo.
Sacudo la cabeza, debí tomarme la maldita pastilla.
Una vez creo que estoy lo suficientemente calmada, o con los sentidos entumidos, salgo del baño a lavarme los dientes.
Seco mi cuerpo y enrrollo una toalla en mi cabello húmedo, salgo del baño desnuda y voy hasta el armario, donde me detengo frente al espejo de cuerpo completo.
Me miro, analizando centímetro a centímetro mi cuerpo. Se notan los logros obtenidos por el gimnasio. Miro mis pechos algo rellenos, mientras el brillito de los piercings en mis pezones hacen que sonría, recordando el día que Joan me los hizo. Bajo por mi vientre, y por el piercing que adorna mi ombligo. Sigo bajando hasta mi cintura, mis caderas, mi entrepierna, mis largas y tonificadas piernas. Suspiro.
Amo mi cuerpo, aunque la mayoría de veces me cause problemas.
Sacudo la cabeza. Busco el uniforme y suelto una sonrisa al ver lo que "arreglé", aunque no creo que todos piensen lo mismo.
Me pongo un tanga negro con un sujetador a juego y me visto. No es que hiciese mucho en él, solo corté la falda -por que me quedaba más abajo de las rodillas-, tuve que poner otro botón a la camisa ya que se abria en la zona de los pechos, y ajusté un poco el bleaser por que también me queda ancho. Me pongo calcetas blancas y mis zapatos negros. Vuelvo a mirarme al espejo y me encojo de hombros al ver que la falda me quedó un poco corta, pero ya que.
Paso de ponerme la corbata, no me gustan. Tomo una mochila pequeña donde meto una libreta y bolígrafos, además de mi móvil, una barra de cereal y dinero.
Camino nuevamente al baño a cepillar mi cabello y atarlo con lo primero que encuentro, un pañuelo.
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St. Paul's School (Terminada)
RomanceHela Carvalho tenía una sola cosa en mente al aterrizar en Paris, Francia: Venganza. Iba a vengarse por todo el daño que su madre le causó a su fallecido padre, iba a hacer que su vida perfecta se fuera al carajo, igual que la suya. Con lo que no co...