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|De vuelta a Beacon Hills|
𝚂𝙾𝙿𝙷𝙸𝙴
Hacía aproximadamente una hora desde que había despertado. Me quedé mirando al techo sin querer levantarme de la cama, pues sabía que al día siguiente empezarían las clases en el instituto. No quería comenzar otro curso en el mismo colegio para pijos al que iba; sin amigos, sin buenas notas, sin nada que me hiciese feliz... O como mínimo, que me motivara a seguir.
Al final, opté por levantarme. Me incorporé y me senté en la cama. Me puse unas zapatillas y caminé hacia la puerta, pasando por al lado del espejo que tenía en la habitación. Me miré en él y me dio rabia ver que estaba más guapa recién levantada que cuando salía a la calle. Mi vista fue a parar en una de las esquinas del marco. Observé la foto que tenía con mis antiguos mejores amigos, Scott y Stiles. Jamás pensé que podría echarlos tanto de menos.
Me dirigí al baño, hice mis necesidades y me lavé la cara a una velocidad de tortuga. Volví a mi cuarto y me puse una chaqueta, para luego ir a la cocina, donde mis padres me esperaban. A medida que bajaba las escaleras, el olor a mantequilla y café se hacían más fuertes, llenando mis orificios nasales y despertando así a mi estómago.
—Buenos días —dije entrando en la cocina. Me acerqué a mi madre y le di un beso en la mejilla.
—Buenos días, preciosa —respondió mi padre sirviéndome un café después de sentarme en la mesa.
—¿Cómo has despertado? —preguntó mi madre llevándose la taza a los labios.
—Mal, triste, desganada... No quiero empezar el instituto —contesté mareando el líquido con la cuchara.
—Ay... Hija, siempre igual —dijo mi padre apenado—. Siempre estás con la cara larga.
—Jerry... —dijo mi madre con miedo a que me hubiera ofendido el comentario de mi padre, pero ya estaba acostumbrada.
—Es cierto —dijo mi padre a la defensiva—. Sophie, cariño, llevamos cuatro años en Nueva York. ¿No crees que es hora de pasar página?
—¡No puedo! —dije encogiéndome de hombros—. Beacon Hills es mi hogar, nuestro hogar. Toda mi infancia la pasé en ese pueblo, mis amigos de verdad son de allí y echo de menos la antigua casa.
Apoyé la cabeza en mi mano y miré a mis padres con pena. Pero la reacción que obtuve de ellos fue distinta a la que me esperaba.
