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Limpiar no es uno de mis pasatiempos favoritos, ni de cerca, pero en estas circunstancias era necesario. Me levante temprano con la intención de arreglar un poco el mortífero jardín delantero, no sabía nada de jardinería o decoraciones, pero seguramente no podía dejarlo peor.

Junté todas las ramas secas y muertas que alguna vez fueron plantas y regué la tierra un poco para que no levantara tanto polvo. El ardor en mi nariz empezó a molestarme, los ojos me lloraron y comencé a estornudar como loca agripada.

Ahora el jardín por lo menos no tenía basura y la entrada estaba limpia. Boté la enorme bolsa de mugrero e iba a entrar a la casa para continuar adentro, pero la puerta de la casa de al lado se abrió y me detuve a media acera. No era la puerta principal, abrieron una que estaba a un costado, de frente hacia acá.

De ella emergió un anciano en silla de ruedas. Tenía puesta un pijama de dos piezas, su mirada parecía ida, ajeno a lo que le rodeaba. Su rostro arrugado no demostraba nada, como si estuviera dormido con los ojos abiertos.

Y detrás de él estaba Pepito.

Él se veía más despierto, iba con ropa deportiva que se amoldaba perfecto con su cuerpo firme y estaba empujando la silla. Ahí había una rampa para la misma y no fue difícil bajarlo. Pepito empezó a rondar por todo el jardín, lo paseo por el amplio terreno verde con caminitos de piso como si su única función fuera esa, pasear al hombre en silla de ruedas.

Logré escuchar que Pepito le hablaba de manera calmada y diría que hasta feliz, pero el anciano seguía igual, indemne, ausente. Supuse que era su abuelo y por eso vivían juntos en esa casa enorme. Me pregunté cuantos más vivían ahí.

Al parecer me entretuve tanto que por un momento Pepito le peso mi mirada y alzó la suya chocando con con la mía. Un cosquilleo me paso por la espalda y el pecho, me tensé. Debía admitirlo, tenía unos ojos tan lindos el condenado, tan azules como el cielo o el mar. Después sólo los apartó sin darme importancia y siguió en lo suyo.

E igual yo, dejé de andar de vecina chismosa y me metí a la casa. Un embriagante aroma a café recién hecho me hablando hasta casi hacerme gatear hasta la mesa. Me encantaba el café, era mi debilidad un café acompañado con un pan dulce o galletas. Lola estaba sirviendo el desayuno mientras Chloe se lavaba las manos en el baño de abajo. Hice lo mismo y las tres nos sentamos a comer.

Conversamos todo el tiempo, se disculparon por el desorden justificándose con que no tenían mucho tiempo libre, ni el dinero para contratar a alguien. También me agradecieron por limpiar y dijeron que no era necesario, pero igual yo no iba a dejar de hacerlo.

A pesar de mi tamaño y mi complexión de niña desnutrida y mal formada, comía mucho y lo que le sigue, era un abismo sin fondo. Mientras la atlética de Chloe apenas y comió algo yo y mi madre... ¿cómo decirlo? éramos de buen colmillo. Saqué la comedera de mi madre.

Un rato después de terminar Lola y Chloe levantaron los platos, las quise ayudar pero no me dejaron. Mejor me dieron un paquete de galletas para terminarme mi café. Así que me quede en la mesa mientras Chloe juntaba los trastes y Lola los lavaba, todo un equipo.

—Creo que Aranza ya conoce al candente Johann —dijo Chloe pasándole unos platos sucios a mi mamá.

Le puse cara rara mientras una enorme sonrisa picara se extendía por su moreno rostro.

—¿Qué? —dijimos mi madre y yo al mismo tiempo.

—Ayer en el gimnasio Johann me platicó sobre una chica que se confundió de casa y casi le tira la puerta.

Así que ese es su nombre. Bueno, le queda mejor Pepito cabe destacar.

—Aranza ¿qué tanto hiciste? —mi madre me volteo a ver en reproche y fruncí el ceño indignada.

Irresistible tentación © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora