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El resto de la semana fue una constante guerra conmigo misma. Mis inseguridades me pedían a gritos que no me arriesgara de esa manera, que no era momento de sincerarme con Abraham. Pero cada vez que hablábamos por mensajes, cuando me llamaba de la nada, cuando me decía lo increíble que iba a ser este fin de semana, era en esos momentos que sentía que el corazón se me iba a escapar del pecho para correr a sus brazos.

Lejos de él, mis sentimientos estaban más alborotados y fervientes que nunca. Tanto, que en instantes se me agrandaba la valentía y me aseguraba a mí misma de que sí era el momento justo. Luego, cuando se iba y me volvía a funcionar el cerebro, caía en la realidad y me confundía más.

No sabía qué hacer. Ni siquiera me había atrevido a contarles de esto a Willow y Dalilah. Sabía de sobra lo que me iban a decir, y además, no quería involucrarlas. No esta vez. Quería llegar a una conclusión yo sola, sin la influencia ni la presión de nadie más.

Después de que ambas se reconciliaron tras una ardua pelea, Will nos contó que estaba apenas conociendo a ese supuesto chico con el que se entretuvo cuando se olvidó de Dali, pero que no era nada formal. Si es que lo llegaba a ser, ahí sí nos lo presentaría. Mientras tanto, ese chico siguió en el anonimato. Bastante tenía con mis propios conflictos que no me entrometí en ese asunto.

En cuanto se llegó el viernes, la emoción no me cabía en el cuerpo. Ya tenía los boletos para el concierto, habíamos quedado con que iríamos esta noche a la feria del pueblo junto con Chloe y Lola, y el sábado iríamos a comer a alguna cafetería antes del concierto.

Esa tarde, me vestí de lo más linda, me alisé el cabello, me maquillé, incluso me arreglé mis uñas rotas y descuidadas que tanto me daban igual. Debía llamar su atención más que nunca. Estaba decidida a que, si notaba algo de interés en él, si se daban las cosas, iba a confesármele el sábado. Todo tenía que ser perfecto. Debía aprovechar esta oportunidad al máximo.

La música de mi móvil era lo único que se escuchaba en mi habitación. Me estaba dando los últimos retoques, feliz de la vida. Abraham ya no tardaría en lleg...

—¡Mira lo enorme que estás! —se alzó de golpe la voz de mi madre por toda la casa, desbordante de alegría. El oxígeno se me atascó en la garganta de sólo escuchar la puerta principal cerrarse—. Y tan guapo.

¡ES HOY! ¡ES HOY! ¡ES HOOOY!

Aventé todo hacia mi cama, apagué la música y como si no tuviera el corazón hecho un torbellino, reprimí mis nervios y troté con tranquilidad escaleras abajo, mordiéndome los labios para no verme tan desesperada.

En medio de la sala estaban Chloe, mi mamá y Abraham. Mi precioso y encantador Abraham.

Dejó de abrazar a Chloe y se giró hacia mí. Su cabello rizado estaba igual de alborotado que siempre, sus suaves facciones me parecieron más perfectas que nunca, sus ojos redondos y altivos eran igual de engatusadores que en mis sueños y su rostro infestado de pecas me robó lo último que me quedaba de aliento.

Estaba loca por él, no había duda.

La felicidad que sentí fue arrolladora. Una enorme sonrisa se posó sobre sus tentadores labios y rápidamente nos estrechamos en un fuerte abrazo. Me hundí en su pecho y la familiaridad de su calor y su aroma me desarmaron por completo. Carajo, lo había extrañado muchísimo.

Una pequeña risa abochornada se me escapo entre los labios. Alcé el rostro y Abraham me depositó un sonoro beso en la frente.

—Hola, tú —murmuró en mi dirección, sonriéndome tiernamente desde su altura.

Ay Dios mío, qué rico, Dios mío.

—Hola, tú —le respondí con gracia, mirando sin querer sus labios.

Irresistible tentación © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora