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Creí que el camino sería tenso y de lo más incómodo. Me preparé mentalmente para eso, pero la familia Rowling supo cómo sorprenderme, igual que siempre. Johann montó al anciano en la parte de atrás y como si no hubiese formado parte de una patética y rara batalla campal hace un momento, le pidió a su nieto que pusiera música. Me gustó que se fuera por los clásicos de Blondie, Queen y The Beatles. Los dos se dedicaron a cantar y tararear con mucho ánimo, robándome risitas. Johann se veía feliz y muy cómodo, echándome vistazos sugerentes durante todo el camino.

Con la poca batería que me quedaba, le mandé un mensaje a mi madre para avisarle. Sólo alcancé a leer un "Hablamos luego" de su parte antes de que se me apagara la porquería. Eso apestaba horriblemente a problemas. Demasiados problemas. Sería mi fin.

Aparté mi preocupación y mejor me centré en mirar el paisaje. Empezamos a andar por lugares que no conocía. Quedé fascinada, admirando los lindos locales que se extendían por la calle, tan coloridos y rústicos. Así me la pasé hasta que aparcamos frente a un restaurante al estilo campirano, con un enorme letrero que decía "El rodeo". Toda la estructura por fuera era de madera pulida y sus decoraciones no salían de tonos cálidos y beige. Parecía una cantina clásica de esas que mostraban en las caricaturas. Tuve la sensación de que en cualquier segundo saldría de ahí un vaquero a escupir directo a un botecito a un lado.

—¿Es aquí? —musité apenas, sin perder detalle del lugar.

—Sí —me giré hacia él y me hizo un gesto con la cabeza para entrar—. Allá te cuento.

Nos bajamos y entre los dos dejamos al abuelo sobre su silla de ruedas. Se veía flaquito, pero sí que pesaba. Ni caso nos hizo cuando salió directo a la rampa que tenían a un costado de la entrada y se metió sin más. Me sorprendía la fuerza que tenía ese hombre para encargarse de empujar las ruedas él mismo y avanzar. Johann y yo nos limitamos a seguirlo. No había tanta gente, pero el lugar era tan pequeño que parecía estar lleno. Lo raro pasó cuando el señor Rodrigo se apropió de una mesa al fondo y Johann se acercó a otra mesa vacía, tomando distancia.

—¿Por qué no vamos con él? —inquirí, sentándome delante del chico.

—Quiere estar solo —se acomodó en su silla y le echó un vistazo con añoranza al lugar—. Lo hace todos los años.

—No entiendo. ¿Esperamos a alguien?

Volví a mirar al anciano, dudosa y sin entender. Él estaba mirando una especie de fotografía entre sus manos, tan concentrado que me dio la impresión de que quería echarse a llorar.

Por la distancia, no pude ver de quién o qué se trataba la foto, aunque por los colores grises noté que era antigua.

—Aquí conoció a la mujer que más amó en su vida —me contó Johann, siguiendo mi mirada y contemplando a su abuelo—. Su nombre era Miroslava, una mujer muy hermosa y amable. Yo aun la recuerdo, sí alcancé a conocerla. Creo que sigue viva, pero cuando ellos dos se separaron ella se fue del país y no la hemos vuelto a ver desde entonces. A mi abuelo le gusta recordarla cada año viniendo aquí.

Irresistible tentación © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora