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Cuando Johann terminó de mezclarse entre la alcoholizada multitud, salí disparada en dirección contraria. Dejé atrás a los hermanos que me miraron raro y me alejé a zancadas furiosas y desesperadas estrujando mi bolso entre mis manos.

No me podía creer lo que había hecho.

Enfrascada en mi enojo, ni le presté atención hacia donde iba. Atravesé la sala entera de un lado a otro como un león en una jaula, soltando palabrotas entre dientes y buscando algún misero baño.

¡¿Dónde diablos se mea aquí?!

Me gané algunos empujones y codazos accidentales en el trayecto, pero al final logré encontrar uno hasta la punta de la chingada.

Ya era hora.

Entré y corrí hacia uno de los cubículos. Ahí dentro se escuchaba lejana la música que retumbaba fuera de las paredes y las risitas de dos chicas que se tomaban fotos en el espejo frente al lavamanos.

Me senté sobre la tapa del retrete y traté de calmarme. Por suerte el baño estaba limpio y sin malos olores, ya mínimo.

Apreté los labios para reprimir la oleada de enojo que me abordó. Tenía ganas de ir allí y decirle a su novia que él era una prostituta barata. Mientras más lo pensaba, mi cuerpo entero palpitaba de vergüenza y enojo, una mala combinación que ya me había metido en demasiados líos.

Johann y yo apenas y podríamos considerarnos amigos. No le conozco de nada, pero empezaba a confiar en él. De verdad que empezaba a interesarme. ¿Y se atrevía a usarme de esta forma? ¿Por qué fui tan idiota de dejarlo tocarme así? ¡Zachary nos vio! ¡Ese maldito pudo haberme dicho lo que estaba pasando!

Ahí supe lo que debía hacer. Encendí mi móvil e inicié mi huida. Salí del baño minutos después, y sin mirar a nadie, bajé a la primera planta en uno de los ascensores. Atravesé el resto del edificio y sentí que volvía a respirar cuando estuve al aire libre.

Algunas personas todavía deambulaban por la acera, disfrutando tranquilos lo que quedaba de la noche.

Y para mi entera desgracia, ahí estaba Johann, de frente hacia mí hablando con unos amigos y una chica demasiado hermosa para mi autoestima. Supuse que ella sería su novia Giselle.

Hasta lo pienso con asquito y todo.

No me quedé a verlos, recogí mi dignidad y seguí mi caminito de la vergüenza hacia la calle para esperar el Uber que pedí. Cuando ya estuviera en casa le mandaría un mensaje o algo.

Pero como esta no es mi historia, sino la de él, ni siquiera estuve parada ahí ni un minuto cuando lo escuché detrás de mí:

—¿A dónde vas?

Te atraparon esponja.

—Para mi casa —respondí en seco, cruzando los brazos sobre mi pecho.

Solo di que sí y vete, anda animalito del señor, aprecia tu vida.

—¿Ya te quieres ir? —preguntó inocente, con un dejo de esperanza en su voz queriendo escuchar lo contrario, sonó como un quédate, la estamos pasando bien.

Quizá él sí se la estaba pasando bastante bien, pero yo no.

Me enojó que siguiera con esa farsa de chico bueno y simpático, pero me cabreaba todavía más que se colocara enfrente y mi piel se erizara en anticipación.

Alcé el rostro para enfrentarlo, quise gritarle que dejara de actuar como si nada, que regresara adentro y se olvidara de mí, todo mientras le plantaba una buena bofetada.

Irresistible tentación © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora