La Esposa De Lucifer

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A veces el amor nos mantiene ciegos y solo es entonces, cuando nos damos cuenta del error, ya es demasiado tarde. Es mejor abrir los ojos, pues el mejor engaño es el que nace de las necesidades del alma.

Como todos los días la hermosa Judith se subió distraída en el metro de Madrid en España. La joven era una mujer distraída, tímida de no más de veinte años. Sus mejores amigos eran los libros de amor que leía con suma efervescencia pues hasta ese entonces, el amor solo había llegado en sus fantasías. Pero aquella mañana sería diferente. Ya que sin proponérselo la maldición llegaría en forma de promesa y todo por el libro delator con título de  “Amor” que llevaba en sus manos.

Al subir aquella mañana al metro notó frente a ella la peculiar presencia de un hombre mayor de no más de cincuenta años que la miraba con atención desde que ingreso al vagón. Era un hombre alto, con delgadez extrema, arrugas de los años que llevaba a cuestas,  cabello de color gris, pero sus ojos azules, ¡Aquellos ojos azules! Eran realmente hermosos y ese momento su mirada se detenía entre el libro que llevaba en sus mano.

El hombre sin decir una sola palabra la miro a los ojos fijamente y solo con aquellos ojos comenzó a hablarle de amor, un amor verdadero, un amor más allá del tiempo, lo que quedaba de una vida juntos.
La joven aturdida se bajó en la misma estación que el anciano aunque ella llevaba un destino diferente y fue solo entonces que él se dirigió a ella y le dijo:
-Hermosa dama, espero verla por aquí mañana pues usted me ha dejado fascinado.
La mujer sin decir una palabra asintió con la cabeza y vio como el viejo se marchaba dejando una sombra negra a media que sus pasos avanzaban aunque aquel día estuviese nublado.

Aturdida la mujer regreso a su hogar con una congoja en el corazón. ¡No podía creer que su corazón latiera solo por el hecho de ver unos ojos azules! que según creía “Le habían hablado” Además, apenas conocía al sujeto y le doblaba en edad por lo que no sería bien visto por sus amistades y familia, por lo que decidió dejar el encuentro en extremo secreto.
Al día siguiente apareció en la estación de metro de siempre y antes de que comenzara a buscar al viejo con la mirada este ya estaba tras ella, pero esta vez le llevo rosas blancas.

-Espero que te gusten...Sé que son tus favoritas- le susurró al oído a medida que besaba su mejilla con delicadeza.
-¿Cómo supo que eran mis favoritas?- le pregunto atónita la chica.
-A veces creo que leo tus pensamientos cariño- Le contesto el hombre para luego perderse entre las sombras antes de que ella pudiera decir algo más.

Todos los días siguieron la misma rutina y el hombre la seguí conquistando con regalos y con la promesa que se verían al día siguiente.
Al cabo de unos seis meses la mujer estaba completamente enamorada, pues nunca había tenido ninguna relación más que la que tenía con aquel hombre extraño al que jamás le pregunto su nombre, solo le decía “Amor” por costumbre.

Un día no muy lejano el hombre le pide Judith  que se case con él a lo que la mujer enamorada respondió con un tierno “Si” besándolo en los labios.

El día de la boda no hubo testigos. Se casaron en secreto en las catacumbas de Francia y los votos fueron dichos por un sacerdote bastante especial, pues no parecía católico y hablaba una lengua desconocida. Se mantenía siempre cubierto con una túnica negra que le cubría hasta los tobillos y su rostro estaba cubierto por una capucha que solo dejaba ver a simple vista unos pequeños ojos rojos, hablaba de forma ronca sosteniendo una biblia negra.
Al llegar la noche de bodas, Judith se sacó su traje blanco le entrego a su amado aquella virginidad que estaba guardando para un hombre especial y se sintió seducida por el magnetismo del hombre y que a pesar de su edad poseía la fuerza de un toro.

Pero al anochecer del segundo día vendría la fatalidad, pues su amado escondía un terrible secreto.
-Querida, quisiera contarte algo que creo que debiste saber hace mucho tiempo- Le comento mientras la mujer cepillaba su cabello mirando la ciudad  luz desde su habitación en el hotel.
-¿Que tienes que decirme amor?- Le dijo tiernamente
-Creo que tienes que saber quién soy antes de continuar con esto...
-No sé a qué te refieres, me casé contigo y te amo...
-Pero si ni siquiera sabes mi nombre- Le dijo el anciano con una sonrisa que a Judith le pareció sombría.
-Entonces dime tu nombre amor quiero saberlo, nunca me lo dijiste porque pensé que sería uno de esos nombres graciosos que pensarías que me provocarían risa- Le comento la mujer haciéndose un poco hacia atrás al ver que su enamorado no estaba bromeando.

El hombre hizo una pausa y tomo un poco de vino que estaba encima de la mesa, lo meneo con la mano y parecía que el tinte de las lágrimas fueran pequeñas gotas de sangre. Luego ante los ojos de la mujer se transformó en un hombre realmente hermoso, joven y resuelto. Era el hombre más bello que Judith había visto jamás y fue entonces cuando el enamorado revelo su horrible secreto ante los ojos de espato de joven ante su confrontación
-Querida Judith mi nombre es Satanás... Te has casado con el mismísimo diablo- Dijo sonriendo de forma macabra y divirtiéndose con la confusión de la Joven.

Judith no podía creerlo y realmente por su cabeza solo podía pensar en que todo aquello era una locura. Ante el susto se encerró en el baño y comenzó a gritar de dolor sin poder comprender lo que había pasado. Había condenado su alma sin saberlo.

Del espejo del baño comenzaron a asomarse caras, muchas caras femeninas todas de un color pálido que le extendían las manos igual de pálidas suplicándole que las ayudara, pues ella también habían sido esposas del diablo y repitiendo una frase singular le gritaban...
-¡Una vez que lo amas no puedes dejarlo!
La mujer rompió el espejo hasta volverlo trizas tomando una pequeña copa que encontró en el baño. Con las manos ensangrentadas y con las lágrimas en el rostro, abrió la puerta y caminó de forma tranquila donde su esposo la esperaba sentado en un sillón, mirándola pacientemente.
-Querida ya me has aceptado, por favor pídeme lo que quieras como regalo de bodas.
Ella lo miro con expresión triste y nuevamente perdiéndose en aquellos ojos azules en los cuales había encontrado su perdición le pidió lo siguiente:
-Solo te pido una cosa, Te pido que me des la demencia como un regalo de bodas, para que cada persona que escuche mis palabras me convenza de que solo es mi simple locura.

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