Los Niños De La Muerte

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Soy un ángel de la muerte, durante siglos he caminado entre ustedes, pero no puedes verme y sinceramente, a mi no me interesa su mundo tan podrido, suelo caminar en el pero no darle importancia.

La historia que te contaré comenzó una fría mañana de invierno, fui convocado a recoger el alma de un hombre que estaba enfermo. Entre llantos y lamentos tomé el alma y proseguí a sacarla del cuerpo, ignoré todos los gritos de aquellos que imploraban por su muerto.

Mientras lo hacía observé a sus dos hijos (una pequeña de unos 7 años y un niño de unos 9 años), se encontraban desconcertados en una esquina , era como si pudieran verme, pero no suplicaron por su padre, sólo me observaron en silencio.

La casa era muy humilde, escuché a los vecinos murmurar sobre que la mamá no los atendía y que en ese momento seguro estaba borracha en una cantina, sin siquiera saber lo que estaba pasando.

Durante los siguientes días recorrí esas calles, observaba a éstos niños solos, maltratados, con la ropa desgarrada y sin alimentos, su madre no aparecía y los vecinos trataban de ayudarlos dándoles sobras por una ventana rota.

Pasaron los meses, y empecé a ver a la madre tener amoríos con un tipo que no me daba buena espina, vivía con ellos y maltrataba a los niños, los obligaba a hacer trabajos pesados y se la pasaba pegándoles todo el día.

Observé la injusticia que vivían, fue en ese momento que empecé a reflexionar si estos niños realmente tenían una vida, zapatos rotos, ropa sucia y desgarrada, haciendo mandados para obtener algo de comida, no ir a la escuela, sin poder jugar, pero eran tan buenos hermanos que todo lo compartían y se querían mucho.

Estuve con ellos en las noches frías observándolos, el niño siempre fue un buen hermano y se portaba de manera valiente, protegía a su hermana, le daba el trozo más grande de pan diciendo que el era un ser mágico que no necesitaba comida.

El padrastro solía vigilarlos cuando la mamá no lo veía, yo podía ver sus malas intenciones en sus ojos, veía con rabia a los niños y se dirigía a ellos con autoridad y poder.

No saben cuántas veces acaricie su corazón para alertarlo de que no me tenía muy satisfecho lo que hacía.

Nunca he podido llevarme a nadie si no me lo ordenan, esa es la regla de oro, yo sólo soy un lacayo del destino, y por mucho que quiera arrancar una vida, no debo hacerlo si no se me solicita. Una tarde el destino solicitó mi presencia en esa casa, llegué tan pronto como pude ¿Serán los niños?, me preguntaba, o acaso el padrastro a quien tanto odio se ganó de mi parte.

Entré rápidamente, mire como el padrastro luchaba con el niño, y de una bofetada lo estrelló contra la pared, la niña agonizaba con las ropas rasgadas.

El niño en su último aliento me imploró que no le hiciera nada, y de pronto su alma se convirtió en una pequeña esfera brillante que yo podía tocar. El padrastro caminó hacía la niña desacomodándose el pantalón, nunca imaginé que sus intenciones llegarían a tanto.

Desobedeciendo al destino, tomé su corazón y lo hice pedazos, cayó de rodillas a unos metros de la niña, su cara sin aire me miraba, sus ojos se revelaban ante mí y podía observarme, el miedo se reflejaba en su mirada, lo vi y con fuerza saqué su alma para dejarla ahí en medio de la nada.

Mi niña agonizante me dio una sonrisa y me dijo - llévame al castillo grande con caballos blancos.
La tomé entre mis brazos y en forma delicada saqué su alma y la puse en mi bolso de terciopelo junto con la de su hermano, y las entregué al ETERNO DESCANSO, con la promesa de darle el más hermoso de los cielos, la vida fue su infierno, era hora de que tuvieran paz y disfrutaran.

Nunca volví a ver a los niños, donde están ahora es un lugar hermoso a donde yo no puedo llegar, pero sé que estando juntos en ese lugar, verdaderamente podrán llamarlo hogar y no volverán a sufrir lo que en vida sufrieron.

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