Calle de Las Animas

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Leyenda de México 🇲🇽
La viejecita chupa y chupa con sus labios rosa, el pobre anciano al arrimo de la lumbre y el cuidando la olla. El joven piensa en el sitio en que su abuelo duerme; de pronto el corazón le palpita y se levanta temblando cual si fuera la hora final de su existencia.
Lloró un momento, luego se arrodilla; suenan las ocho de la noche y reza: " Padre nuestro que estas en los cielos" y el anciano seguía: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", los tres rezaron a una voz y a finalizar cantaron el "Alabado".
A la misma hora los pocos vecinos hacían igual cosa, la oscuridad de la calle imponía, las estrellas brillaban y un tecolote cantaba con todo pavoroso, pasa la hora, es llegado el momento de la cena y después se duermen arrimados y sueñan, cual niños en la aparición de las ánimas que volvían del panteón pidiendo sufragios.
Al día siguiente iban nuestros personajes por la mañana a practicar el rito del culto a sus antepasados, el que consistía en barrer las tumbas; costumbre general del pueblo, así como en otras ciudades; costumbre que vino olvidándose hasta borrarse aún en las tablas de los viejos que viven y que solo cuentan de memoria agregando a todo esto lo que se hacía el día de los muertos: la ceremonia que ellos llamaban "La Ofrenda" y que consistía en distintos comestibles, sin saltar la característica de los condonches, la calabaza y el camote con la miel de abejas. Y de acuerdo con el rito, si era el deudo niño, niña, joven o anciano, alegre, huraño, activo, si tenía familia, etc, etc, si era quien repartía la ofrenda mayor, al primero de los asistentes que caracterizaba al desaparecido.
Volviendo a los actores de la leyenda: pasados los años, se enfermó el joven, sus padres hacían esfuerzos mil para salvarlos de la muerte; pero la llama de la fiebre quemó sus venas y acabó con aquella vida en flor.
Sus padres, inconsolables por el sufrimiento que causará la desaparición de su hijo, pasaron a la otra vida, y cuentan los vecinos que entre todas las almas que volvían del panteón al punto de las ocho a su tarea de pedir oraciones y el barrido de sus tumbas, conocían entre todas, las que nuestros personajes que insistían con sus ruegos haciendo más pavorosa aquella oscuridad que llamaba al respeto que a esa hora debía guardarse.
Así era al toque de ánimas que decían llamaba a la idea de la muerte y excitaba al amor a la vida y a bajar los ojos hacia el puño de cenizas de los muertos, pensar en un miserable sepulcro y cincelarse un relicario.
Esta es la calle de las ánimas , hoy Gómez Farías, por donde regresaban lentamente en marcha fúnebre aquellos cuerpos de ojos ausentes de sus órbitas vacías, de manos huesosas y pies ya enjutos, llenando de pavor a todos los vivientes de aquellas calles y dejando el recuerdo que le dio su nombre.

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