De Nada Sirve Rezar

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Lamento ser yo quien se los Informe, pero si bien creo con fervor en Dios jamás le rezo, ¿quieren saber realmente por qué? simple:
"No nos oye"

Sólo escucha a pocos y te contaré, si te atreves a conocer la historia más triste jamás escrita, que una vez me topé con dos de ellos al mismo tiempo.

Nací en las afueras de Mulpest hace 22 años, me llamaron Lucila, mis padres eran mendigos de profesión, dar lástima era su negocio y una hija sana no funcionaba para ellos.
Lo primero que mi papá hizo fue atarme las piernas con un grueso alambre para que nunca se desarrollen, cuando comencé a arrastrame rápido para esquivar sus golpes me llenó de agujeros la cara usando ácido, tres años después, mientras mendigaba con mamá dando pena a todo aquel que pasaba, una mujer dijo que en otro barrio había una niña aún mas enferma, eso empeoró todo.
Recuerdo que mi mamá le reclamaba a mi padre que yo no servía, no estaba bien preparada, necesitaba que mi cara se viera aún más trágica, así que sin más, y con una vieja cuchilla al rojo vivo me derritió un ojo y mamá afeitó mi cabeza con una navaja tan desafilada que parte del cuero cabelludo quedó allí.
Gritar no servía de nada, así que rezaba, cada día mendigando, cada sesión de tortura, sólo rezaba, mis padres me habían enseñado unas oraciones para "agradecer" a los donantes que arrojaban una moneda.

No podía caminar, sólo me arrastraba, ¿a dónde podía huir? ¿quién me iba a querer?, ni siquiera el joven y solidario Dr Journet podía acercarse, mis tutores me escondían cada vez que el voluntarioso muchacho curaba a los mendigos, si hasta me tiraban piedras los otros chicos.

Me refugié en Dios y siempre recé, pero fue en vano.
¡Tan destrozada estaba mi alma luego de años de brutales palizas durante el día, torturas por la noche y el rechazo del mundo entero! ¿Donde estás Dios? ¿donde estás? Escúchame por favor, pero nada, a la mañana todo era peor.
El viejo callejón de mendigos de Mulpest estaba lleno de desgraciados, pero nadie como yo, las bestias de mis padres nunca estaban felices, a veces me rompían los dedos sólo por diversión y debía arrastrarme igual, salir del callejón hasta la calle principal y mendigar entre los ricos, jamás se detenían, todos arrojaban sus monedas al suelo, pero un día de invierno cuando ya había cumplido 17 años algo diferente pasó.
Un hombre ciego y bien vestido se detuvo frente a mí, caminó un poco mientras me arrastraba, como acompañándome, un instante después había seguido su camino.
Por la tarde, el hombre ciego volvió, no estaba solo, ahora eran cuatro todos con los ojos blancos, escuché cosas que no comprendía y me asusté. "no me parece que debamos molestarlo, podría traer desgracias peores" decían unos, "desde que se encadena está mas contenido y todos sentimos lo mismo" dijo otro y algunos asintieron "será buena para cuidarlo" agregó el último. Me alejé arrastrándome al callejón.
-Espera mujer-, me indicó uno ¿acaso podían verme? - volveremos en cuatro días, pase lo que pase, ese día no puedes abandonar el callejón, prometo que ahí estaremos.
Ninguna esperanza se albergó en mi alma, no confiaba en nadie, pero ¿cómo esos ciegos sabían que estaba ahí? ¿por qué iban a ayudarme?

Mi padre y mi madre estaban planeando secuestrar un bebé y yo sólo rezaba para que nadie caiga en sus garras, pero Dios no escucha, no a mí. Al cuarto día me habían golpeado tanto que los ciegos no pasaron por mi mente y casi abandono el callejón para mi ronda habitual, cuando mamá y papá volvieron con un niño hermoso que no paraba de llorar, lo llevaron oculto tras las cajas de madera que abundaban en el callejón.
El corazón me dio un sobresalto cuando vi que mi vil padre tenía un machete y pensaba amputarle las piernas al bebito, mi madre le había puesto un pie encima para que el golpe sea mas preciso.
Fui a impedirlo enfrentándolos por primera vez y recibí un golpe tan fuerte que mi mano derecha se desprendió casi por completo, no grité, tampoco recé, mis ojos estaban en ese niñito que lloraba asustado.
El machete de mi padre amenaza a las otras dos mendigas que corrieron a ayudarnos, mi madre les grita también para que se vayan y lo logran, ahora somos sólo nosotros en el callejón.
Los ciegos aparecen en una pequeña camioneta conducida por una mujer, papá los amenaza, uno de ellos me grita. ¡el profeta está aquí! la puerta lateral del vehículo se abre y vi descender de él a un hombre muy fornido, su cuerpo era una mole de músculos, pero su cara aparentaba unos cincuenta años, tenía los dedos llenos de anillos gitanos y una cruz en el pecho, sus manos estaban encadenadas.
Mi padre los amenazó pero a la distancia, retrocediendo cada vez más, el fornido se acercó a mí y lo escuché rezando en silencio "Señor dame las fuerzas, mira a tu protegido, desnudo en este inmundo callejón, escúchalo llorar, sé que lo oyes, como puedes oirme a mí" comprendí que no estaban para ayudarme, habían venido por el bebito, estaba perdida, pero al menos el inocente iba a salvarse.
Algo no está bien, el de los anillos gitanos empieza a despedir calor, reza en susurros "Dios escúchame dame las fuerzas" algo no está bien, el calor me ahoga, nada bien, sus cadenas, las rompe como papel, pone sus brazos cruzados sobre mi cabeza, mi madre saca un cuchillo y junto a mi padre arremeten contra el hombre.
El gigante me ordena - Protege al niño- lo cubro sin aplastarlo con mi cuerpo ensangrentado, levanto mi cara para ver, el hombre susurra "viles serpientes"
Y así, con un solo gesto suave de sus manos, los huesos medios de mis padres obedecieron al hombre y con un crujido espantoso, salieron de los cuerpos de esos dos desgraciados partiéndolos a la mitad, tan poderoso era aquél, que los ladrillos de las paredes del infame callejón se pulverizaron también a la altura de sus brazos.
Ése que llamaban El Profeta caminó hacia la camioneta en silencio, antes de subir dirigió una de sus manos hacia mí y otra vez sentí el calor - Toma al niño y corre- me ordenó. No entendí, las paredes del callejón se empiezan a derrumbar sobre nosotros - ¿eres sorda mujer?, ¡levanta al niño y corre!
Como en un sueño me vi a mi misma flotando sobre piernas insensibles, para caer desmayada con el bebé en brazos a los veinte metros, justo antes del derrumbe.
Desperté en el Hospital General en una camilla cómoda como una nube, a mi lado el bebé está en su cunita y Eliseo Journet, ese hermoso y buen doctor lo está revisando, cuando él me mira veo que baja la vista, de seguro nunca vio un monstruo como yo, se acerca con una sábana en la mano y pienso que va a taparme la cara para no tener que volver a contemplarme.
Me abriga, ¡ese ángel me abriga con la sábana! me pide disculpas por mirarme - Nunca había tenido una paciente como usted, le pido perdón por verla de eso modo- se disculpó gentil y agregó, -Sin dudas eres la mujer mas bella que alguien haya visto jamás.
Me incorporé lentamente, dando cuenta que mi visión era perfecta, saqué la sábana y encontré piernas largas y fuertes, me paré torpemente para caminar al espejo del baño, bajo la piel de porcelana de mi rostro sin marca alguna aún me reconocía.
No di las gracias a Dios, él no me escucha, ya crecerá el niño y podrá hacerlo por mi.

Enserio AMO MUCHO ESTA HISTORIA, porque los deja pensando, y les hace ver lo patéticos que son al humillarse y adorar a alguien que dice amarlos pero les permite sufrir.

Porfavor siganme, si llegaron hasta aqui, muchas gracias.

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