cuarenta y siete.

2.4K 222 88
                                    

Capítulo cuarenta y siete: Chau

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Capítulo cuarenta y siete: Chau.

Soledad, eso era lo que sentía. Me sentía solo. Diminuto en un mundo inmenso. Nada me llenaba el vacío y la soledad que sentía. Ni la música, ni mis amigos, ni un buen porro, ni una lata de cerveza. Nada. Ahogaba mis lágrimas en la almohada todas las noches. Miraba mí conversación con ella, la última, por WhatsApp, todos los días. Veía fotos, las primeras, la última. Miré la entrevista que me hizo, estaba en bucle la misma. Es que verla nerviosa cuando se olvidó presentarme me sacaba una mínima sonrisa. Creía que la tenía al frente mío. Pero en realidad estaba a kilómetros, o tal vez, ya ni estaba.

Dormía en el día y a la noche pensaba en la inmersa soledad de la casa, que, dentro de poco, la inmobiliaria me pide que la desaloje. La mamá de Alina se quedó con lo que le dijo la policía y no hizo nada más que pedir justicia por ella, que se encuentre al responsable y pagué por lo que hizo. Es que en Argentina es así. La víctima termina siendo la victimaria para los ojos del pueblo. El "Caso Alina" debe ser como el caso de miles de mujeres que, lamentablemente, las secuestran todos los días. El "Caso Alina" debe estar perdido entre pilas y pilas de casos sin resolver de la justicia. Ellos esperan a que nos olvidemos cosa que ellos no tengan que hacer nada, pero espero que no crean que yo me voy a olvidar que por alguna parte del mundo hay un loco de mierda que se le ocurrió secuestrar a una mujer y llevarla a otro lado del mundo o matarla. No, no me iba a olvidar y si la justicia Argentina no hace nada, tendré que hacer algo yo. El "Caso Alina" es de lo que se habla en la tele, pero solamente porque Alina era conocida y porque tenía amistades famosas. Si no, sería como los casos de miles de mujeres violentadas a diario.

Hace dos semanas que no veo a los chicos, y es raro porque últimamente, después de la RedBull Argentina, nos veíamos todos los días sin falta. Y dolía, dolía porque esas juntadas me hacían sentir a Alina un poco más cerca, me hacían sentir que Alina estaba acá, al lado mío, tomando una lata de cerveza o lastimandose el labio con alguna botella mal cortada para tomar Fernet que preparaba Daniel.

Había noches en las que no podía dormir, en las que sentía que no podía respirar. Me ahogaba y me daba miedo porque sentía que me iba a morir. Y yo no quiero morir, no quiero morir hasta que la vea a ella, con una sonrisa y sus brazos abiertos esperando a que la abrace con todas las fuerzas y le diga todo lo que la extrañé en estos meses. Hasta que de su boca no salga un "Valentín". Hasta que no me de un beso. O simplemente hasta que la pueda ver, y sepa que ella está bien.

Estaba inmerso en mis pensamientos, acostado en mí lado de la cama, con su remera, como siempre, a punto de dormirme cuando suena el timbre, y es raro, porque a la casa de Alina solamente vienen los chicos y dudo que sean ellos. Con todo el desgano del mundo, me levanto y voy a ver quién es la persona que se le ocurre venir a molestar a una persona un sábado a las tres y algo de la tarde. Abro la puerta y veo a mí papá. Primero me sorprendo ya que es raro que él venga acá. Pero me hago a un costado y el pasa. Después de un saludo, nos vamos a sentar al sillón. Un largo silencio, y para nada incómodo, nos agarra desprevenidos a penas nos sentamos.

Alina ; Valentín Oliva Donde viven las historias. Descúbrelo ahora