-Sigue bailando- me ordenó por cuarta vez.
No podía más, estaba cansado.
-¡Dije que sigas!
Seguí girando.
Las piernas me temblaban.
Los pies me sangraban dentro de las zapatillas.Me obligue a mi mismo a seguir bailando, sabía que si me detenía me golpearía en el estomago como lo hizo la otra vez. Aun me dolía al moverme.
Llevaba días en los que me obligaba a bailar para él en su despacho. Él se sentaba detrás del escritorio y aveces a penas me prestaba atención, pero se molestaba si dejaba de hacerlo.
Lo hacía para demostrar cuanto poder tenía sobre mi.
Me detuve después de tres horas bailando, debía ir al baño.
-¿Quien te ha dicho que pares?- pregunto con su mirada en lo que escribía.
-Necesito ir al baño.
Me miro en silencio durante unos segundos.
-¿Cuanto tiempo eres capaz de seguir bailando hasta que tus necesidades básicas tomen el control de tu voluntad?
-¿Es broma?
Se levantó y rodeó la mesa para luego apoyarse contra ella.
-Quiero ver cuál es tu capacidad de resistencia.
Apreté los labios.
-No tienes que tratarme así...
Derek sonrió.
-Baila.
No lo hice.
-Baila.
Me obligue a moverme.
Lo hice por varios minutos... hasta que no pude más.
Note como se me mojaba la ropa al igual que el suelo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas sin que pudiera hacer nada para evitarlo.
-Creí que nunca lo harías- dijo entonces.
-¿Te divierte humillarme?
Negó con la cabeza.
-Me gusta saber que las decisiones, incluso las básicas, las tomó yo.
Era lo que quería. Demostrarme que yo no era dueño ni de necesidades básicas.
-Acércate- me ordenó sin moverse de donde estaba.
Mire hacia el suelo con rabia y luego hice lo que me pidió.
-Voy a limpiarte y quedarás como nuevo.
Lo mire intentando descifrar qué demonios significaba eso.
Pero fue bastante específico.
Me llevo hasta su dormitorio, lleno su bañera con agua caliente, he hizo espuma en ella.
Luego fue hasta mi.
-Yo cuídate de ti mejor que nadie...
Entonces me desnudó. Estaba desnudo frente a un psicopata y me sorprendió lo poco que me importó. Ya no me importaba. Mirara donde mirara tenia moretones por sus golpes.
Pero eso era lo de menos, porque ahora empezaba a destruir mi mente.
Se arrodilló ante mi y me quitó las zapatillas. Me ardió un mundo cuando desprendió la sangre pegada.
Me ayudo a meterme a la bañera con mucha delicadeza. Primero me lastimaba y luego me trataba como a la porcelana.
Se encargó de lavarme el pelo y me pasó la esponja por todo el cuerpo, incluso por mis partes íntimas.