Veinticinco.

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Capítulo veinticinco:

Venus.                           Dos meses después.

Caminé por toda la plaza mirando por todos lados, buscando un lugar en donde pueda sentarme y poder despejarme un poco, era treinta y uno de diciembre y la gente andaba re alterada, corría por toda la ciudad buscando sus preparativos y te pasaban a empujar, sacando que era en una de las fechas que mas robaban porque aprovechaban el amontonamiento para robarte los celulares.

Me robaron tres en estas fechas.

Acomode mi pelo largando un resoplido y suspire, le puse play a la música y empezó a sonar en mis auriculares, miré a toda la gente que estaba sentada, o jugando a la pelota, un perro casi cogiendole la pierna a un chabon, parejas siendo felices y yo ahí, tratando de salir adelante y no pensar siempre en la misma persona.

Pero era imposible, Valentín siempre venía a mi cabeza, la imagen de su sonrisa, de sus mejillas rojas, su risita nerviosa y sus ojitos brillosos. Y recordar el frío que sentí esa mañana cuando se fue silenciosamente de mi pieza, sin despedirse ni nada, hacía que una angustia crezca en el medio de mi garganta.

Me prometí no llorar más, pero a veces esa promesa se rompía y lloraba hasta que mi almohada  quedaba empapada.

Llegué a la conclusión de que la mala suerte me perseguía cuando levanté la mirada y vi los ojos azules de Valentín en uno de esos bancos de piedra, al frente de donde estaba sentada yo. Pero claro, no estaba sólo, una chica de pelo negro lo acompañaba.

Bajé mi vista cuando vi que se dieron un beso en la boca y sentí mis ojos picar, una voz en mi interior dijo que no pasaba nada, que todo estaba bien, mientras él sea feliz yo no me tenía que meter más en su vida, demasiado claro me lo había dejado esa última vez.

Y tenía razón, yo ya no importaba.

Una mirada más y listo.

Me dije, respire profundo y levanté mis ojos del pasto, y sus ojos azules se clavaron en los míos, mi corazón se detuvo unos momentos y mi respiración también, volví a bajar la mirada a mis zapatillas y metí mis manos en los bolsillos de mi campera, empezando a sentirme nerviosa.

La chica que antes estaba con él, ahora ya no, y me ponía más nerviosa y ansiosa el hecho de que tenía su vista fija en mi, tragué saliva y me hice la tonta, quería verlo, sonreirle e ir corriendo a abrazarlo, decirle lo mucho que lo había extrañado y que me perdone.

Pero no podía, y eso me destrozaba.

— Hola.—Entonces escuché su voz, y sentí ese cosquilleo en mi espalda y panza, suspire y levanté la mirada con un nudo en mi garganta.

No otra vez.

— Hola.—Saludé intentando sonreír, estaba un poco serio, y quise llorar al ver su cara neutra otra vez, y no entendía porqué seguía mirándome así, bueno si, lo entendía.

— ¿Estas sola?—Me preguntó, asentí con la cabeza y palmee el pasto a mi lado para que se siente.

Y lo hizo, su perfume inundó mi nariz, y sentí mi estómago cerrarse, sentía esas mariposas revoloteando en mi panza, quería llorar por todavía no poder superar esas emociones incontrolables que aparecían en todo mi cuerpo.

— ¿Cómo estas?—Volvió a hablar, tragué saliva y empecé a arrancar el pasto de la plaza, me hundí de hombros y suspire un poco.

¿Cómo estaba yo? Mal, ¿Para qué decir bien?

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