Epílogo.

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Epílogo:

Valentín.

— Valen... Valen.—Mi corazón latió desbocado cuando escuché la voz de Venus a la mitad de la madrugada, abrí los ojos rápido y me senté en la cama prendiendo rápido el velador para ver su cara y comprobar que todo esté bien.

— ¿Todo bien? ¿Pasó algo?—Pregunté preocupado, levantando las sábanas de la cama y fijándome si la cama no estaba mojada o Venus no había roto fuente.

Porque sí, sí, sí íbamos a tener un cachorrito, y no un perro o algo por el estilo, era un bebé real, chiquito y frágil que ahora estaba en la pancita de ocho meses de Venus. Con su vientre redondeado y suave, sus manos en el medio mientras acariciaba y miraba al techo como si le estuviera dando uno de esos antojos.

Ay no, un antojo, no otra vez...

— ¿Qué amor?—Volví a preguntar, somnoliento, refregue mis ojos con el torso de mi mano y me escondí otra vez en las sábanas, estirando mi brazo para buscar su calor.

— Papas fritas con ananá.—Dijo, ya ni siquiera tomándose la molestia de explicar que tenía un antojo raro de papas fritas con ananá, asentí con la cabeza y me levanté de la cama, poniéndome las zapatillas y la campera, busqué mi billetera y me acerqué a ella para darle un beso.

Salí de la pieza caminando rápido, ya sabía esta rutina de despertarme a las cuatro o cinco de la madrugada e ir a comprar los antojos que a Venus se le ocurrían, antojos asquerosos, Dios mío, tenía que tragarme las muecas de asco cuando la veía comer esas cosas raras que mezclaba.

El otro día quiso guiso con paté y pera, tuve que alejarme un poco mientras la veía comer porque estuve a punto de vomitar, ¡Ah! Y me tenía que cuidar con las cara de asco que ponía, porque se enojaba y después se largaba a llorar porque decía que no la entendía y que también era mi culpa por metérsela.

Me estaba volviendo un poco loco. A veces perdía la paciencia y tenía que contar hasta diez para no gritarle un "loca" en la cara y evitar desatar una tercera guerra mundial. Pero pasaba, siempre pasaba, cuando llegaba a casa y la veía tirada en la cama, con el vientre redondo y acariciándolo con la yema de sus dedos, ojitos brillosos y algo preocupados porque me tardaba un poquito.

Como ahora, su carita triste mientras estaba sentada en el borde de la cama con uno de mis buzos puestos y el pelo desprolijo y recogido en una colita mal hecha. Abrazada a si misma.

— Hey amor.—La llamé entrando con la compra ya hecha, me miró haciendo un puchero y yo sonreí cuando la vi estirar sus brazos así me acercaba a ella y la abrazaba.—Hola.—Le susurré envolviéndola en mis brazos y pegándola a mi pecho.

— Perdón.—Habló enterrando su cara en mi cuello, me senté en la cama y abrí mis piernas para que ella se arrastre y pegue su espalda a mi pecho.

Porque no, ahora no podía ponerla en frente mío, podía aplastar su pancita y no quería eso.

— ¿Por?

— Por pedirte que vayas a comprar. No voy a hacerlo más, mañana trabajas y yo siempre te jodo todo el sueño.—Empezó a hablar preocupada, mordiendo su uña, sollozando mientras se limpiaba las lágrimas con mi buzo.—S-soltame no te merezco.

— Eu amor.—Me reí dejando besos en el costado de su cuello para calmarla, oliendo su aroma suave, de rosas, esa crema que le había comprado para el cuerpo que tanto me encantaba.—No digas eso, no importa, siempre voy a ir a comprar lo que quieras comer.

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