Capítulo 2: "Primeras impresiones"

798 57 8
                                    

Hola chicos, lamento haberlos hecho un embrollo con la sipnosis, mi plan principal era hacer un fic Perrie TOPS como es mi costumbre, perooooooo mi gran amiga xx_only_xx me recomendó hacer a Jade TOPS, ya que casi no hay fics con Jade de esa forma. Así que aclarado el asunto, sigamos.


Mientras caminaba hacia su casa, Perrie pensó en lo afortunada que era al trabajar para alguien como Tulisa, que la aceptaba a pesar de su pasado. Por desgracia, Perrie había descubierto que, si quería trabajar, la sinceridad era un lujo, y había aprendido a ser imaginativa en su currículum para explicar su periodo de desempleo. Sobrevivía gracias a dos empleos: limpiaba oficinas en el turno de tarde y era camarera en el turno de día. Necesitaba cada peso para pagar las facturas, y no le sobraba nada. Aun así, largos y frustrantes meses de desempleo le habían enseñado a agradecer lo que tenía. Pocas personas eran tan generosas y abiertas como Tulisa. A pesar de que Perrie estaba muy cualificada, había tenido que conformarse con trabajos sencillos y mal retribuidos.

Como siempre, fue un alivio llegar a su estudio y cerrar la puerta a su espalda. Adoraba su intimidad y agradecía no tener vecinos ruidosos. Había pintado las paredes del estudio en tonos pálidos, para reflejar la luz que entraba por la ventana. Hatchi estaba enroscado en el alféizar exterior, esperando su llegada. Abrió la ventana para que entrase y le dio de comer. Era un perro vagabundo y tierno, había tardado meses en ganarse su confianza, de un día para otro empezó a seguirla hasta y de repente entraba por la ventana. Aún sentía pánico si cerraba la ventana, así que por mucho frío que hiciera, la dejaba abierta durante sus visitas. Entendía perfectamente su desconfianza, y la salud del perro había mejorado mucho desde que empezó a cuidarlo. Tenía el pelo más lustroso y había engordado.

Hatchi le recordaba a la mascota familiar de su infancia. Perrie había sido abandonada por su madre biológica en un parque cuando tenía un año, y había sido adoptada poco después. Sin embargo, la tragedia volvió a golpearla a los diez años de edad, cuando su madre adoptiva falleció en un accidente ferroviario y poco después una enfermedad debilitante hizo mella en la salud de su padre. Durante su adolescencia Perrie había tenido que cuidar de su padre, dirigir el hogar con un presupuesto muy ajustado y mantenerse al día en sus estudios. El amor que sentía por su padre le había dado fuerzas y su único consuelo era que él había fallecido antes de que el brillante futuro académico que auguraba para su hija quedase destrozado.

Dos horas después, Perrie entró en el edificio de oficinas donde trabajaba cuatro noches a la semana. Le gustaba limpiar. Era tranquilo. Si realizaba su trabajo a tiempo, nadie le daba órdenes y no solía haber hombres por allí que la molestaran. Había descubierto rápidamente que nadie prestaba atención a los empleados de mantenimiento: su poca importancia los hacía invisibles, y eso era perfecto para Perrie. Nunca se había sentido cómoda con la atracción que provocaba su aspecto en el género masculino.

Dado que aún había empleados en sus puestos, primero se ocupaba de las zonas comunes. Hasta los más entregados al trabajo estaban recogiendo cuando empezaba con los despachos. Estaba vaciando una papelera cuando una impaciente voz femenina la llamó desde el otro extremo del pasillo.

—¿Es la limpiadora? Venga a mi despacho, ¡he derramado algo!—

Perrie se dio la vuelta. La mujer del vestido elegante giró sobre los talones sin dignarse a mirarla. La siguió rápidamente con el carrito hasta que desapareció tras la puerta que daba al lujoso despacho privado donde estaba el pretencioso juego de ajedrez. El cartel que ordenaba «No tocar» seguía allí. Sus labios se curvaron cuando echó un vistazo de refilón. Su desconocido contrincante había hecho otro movimiento. Ella haría el suyo durante su descanso, cuando fuera la única persona que quedase en la planta.

El despacho era enorme e imponente, con una fabulosa vista de la City de Londres. La mujer, de espaldas a ella, hablaba por teléfono en un idioma extranjero. Era menuda, de caderas anchas y cabello castaño oscuro.

De un vistazo, descubrió el líquido al que se había referido: una taza de café de porcelana, con el asa rota, había derramado su contenido por una zona extensa. Empapó el líquido oscuro lo mejor que pudo y fue a rellenar el cubo con agua limpia.

La empresaria concluyó la llamada y se sentó ante el escritorio de cristal. Sólo entonces se fijó en la limpiadora, que estaba arrodillada frotando la moqueta, al otro extremo del despacho. La larga melena rubia que llevaba recogida a la nuca era llamativa.

—Gracias. Con eso bastará —dijo, displicente.

—Si lo dejo ahora quedará manchada —le advirtió Perrie, alzando la vista.

Posó sus enormes ojos azules en ella. Jade, abstraída, pensó que estaban enmarcados por pestañas dignas de un cervatillo de dibujos animados. El rostro acorazonado era inusual y de una belleza tan espectacular que ella, que nunca miraba a una mujer, fue incapaz de desviar la vista. Ni siquiera la informe bata podía ocultar la gracia de su cuerpo esbelto y de largas piernas. Pensó de inmediato que no podía ser limpiadora. Debía ser una actriz o modelo en paro. Las mujeres tan bellas no se ganaban la vida fregando suelos. Se preguntó cómo había podido evadir a los agentes de seguridad.

Tal vez una de sus amigas le estuvieran gastando una broma, aunque le parecía improbable. Sería un truco demasiado juvenil para Jesy, y Leigh, por su parte, había perdido el espíritu aventurero tras tener esposo e hijos. Tenía otros amigos, pero lo más probable era que la dama estuviera intentando engañarla por sus propias razones.

Cuando Perrie enfocó a la mujer que había tras el escritorio, se quedó boquiabierta un segundo al ver lo atractiva que era. Tenía el cabello ondulado y bien cuidado, ojos brillantes como el oro, pómulos bien esculpidos y nariz refinada. Los latidos de su corazón se volvieron pausados y sonoros, dificultando su respiración.

—En la moqueta —puntualizó ella, obligándose a concentrarse en la tarea que había estado realizando, al tiempo que se ponía en pie.

Jade, por su parte, estaba memorizando la perfección de sus rasgos. Las mujeres deslumbrantes no eran ninguna novedad para ella. No entendía qué tenía su rostro para ejercer ese poder magnético sobre ella. Se recostó en el asiento con indolencia simulada.

—Entonces, sigue limpiándola —dijo con voz ronca—. Pero antes de hacerlo, contesta a una pregunta. ¿Cuál de mis amigos te ha enviado aquí?— Perrie curvó las finas cejas con gesto intranquilo. Su piel blanca adquirió un tono rosado y dejó de mirarla un segundo, pero sintió la necesidad de hacerlo de nuevo.

—Perdone, no entiendo qué quiere decir. Volveré después a limpiar esto.—

—No, hágalo ahora —la orden de Jade la llevó a detenerse. Al ver su sorpresa, empezaba a cuestionar sus sospechas iniciales.

Arrogante, exigente, obsesa sexual... Perrie la etiquetó mentalmente, sonrojándose de ira. Quería salir de allí, no era tonta. Sabía por qué le había preguntado si la había enviado un amigo suyo. En otra ocasión un esperanzado ejecutivo le había preguntado si era una stripper enviada por sus amigos. La enojaba que presumieran algo tan insultante basándose sólo en su apariencia. Estaba haciendo su trabajo y tenía tanto derecho como cualquiera a hacerlo en paz. Volvió a arrodillarse y, de nuevo, sus ojos chocaron accidentalmente con los ojos cafés que destellaban chispas de fuego. Se quedó transfigurada un momento, sin aire y con la boca seca. Después parpadeó, se obligó a desviar la mirada y descubrió que tenía la mente en blanco; sólo veía su atractivo rostro.

Jade la observó atentamente y comprobó que no hacía nada obvio por llamar su atención. La ropa de trabajo la cubría por completo y sus movimientos no eran provocativos, así que no entendía por qué seguía mirándola. Había algo distinto en ella, un elemento desconocido que captaba su atención. El rubor que había teñido su cremosa piel había provocado una instantánea reacción de sus hormonas. Los impresionantes ojos eran tan azules como un perfecto día soleado en altamr, y tenían una mirada sorprendentemente directa. El mohín de esa boca color fresa la llevó a un desconcertante nivel de incomodidad.


Los leo.

De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora