Capítulo 6: Elegancia y control

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Empezó a preguntarse si estaba condenada a morir virgen. Los años pasaban sin que a ella le hubiera interesado ningún hombre, quizá era eso, nunca le habían interesado los hombres porque en realidad lo que le interesaban eran las mujeres. Jade Thirlwall era la primera persona en general que la había atraído desde que Zayn la abandonó. Era algo poco inteligente y se dijo que la química sexual era algo muy extraño. No había existido con los hombres que coqueteaban con ella en la cafetería. Debía ser demasiado exigente. Pero no había duda de que nueve de cada vez diez mujeres considerarían a Jade Thirlwall irresistible. A ella nunca le habían gustado los hombres de aspecto infantil o que podían denominarse «guapos».

La tez clara y los rasgos duros de Jade eran una fusión del estilo clásico de belleza y una virilidad hipnótica y extremadamente sexy. Perrie, ensimismada, cada vez fregaba con menos vigor.

—¿Perrie...?—

Alzó la cabeza y sus ojos celestes denotaron preocupación. Al ver al objeto de sus pensamientos más íntimos a menos de dos metros de distancia, dio un respingo. Notó que su piel enrojecía de culpabilidad y deseó que la tierra se abriera bajo sus pies.

—¿Sí?—

—Te debo una disculpa.— Perrie asintió con firmeza.

Jade, que había estado esperando una protesta, rió con admiración. Estaba realizando una actuación digna de un Oscar en cuanto a expresar sinceridad. Se preguntó si el objetivo era que ese candor le resultara una cualidad refrescante. Una novedad para el paladar de una millonaria que lo había probado todo. No lo sabía y no le importaba. Las pestañas de cervatillo se agitaron sobre los increíbles ojos y ella sintió las garras del deseo clavarse en su entrepierna. Le daba igual que ella acabase vendiendo la historia a alguna revista sensacionalista y de mal gusto. Con sólo mirar su rostro, sus instintos más básicos ganaban la partida. Provocaba en ella una reacción primitiva y poderosa que hacía años que no sentía. Casi le dolía mirarla y no tocarla. Estaba segura de que sólo acostarse con ella podría satisfacerla. Y nunca se negaba un capricho.

—¿Jugarías otra partida conmigo cuando acabe tu turno? —le preguntó con voz sedosa.

Perrie se quedó asombrada por la disculpa y por la invitación. Un breve encontronazo con esos ojos marrones, al tiempo dorados y fríos como un lago subterráneo le hizo percibir su peligro: la poderosa personalidad que ocultaban en sus profundidades. Una mujer inteligente y despiadada que nadie desearía tener como enemiga. La desconcertó seguir considerándola increíblemente atractiva incluso tras percibir esos rasgos en ella. Tragó saliva y se esforzó por dar supremacía a su prevención.

—Me temo que no, acabo hasta las once —dijo.

—Eso no es problema.—

—¿No? —la tentación se agitó con fuerza.

—No. Aún no he cenado. Enviaré a un coche para que te recoja cuando acabes.—

—¿No podemos jugar aquí? —Perrie se rindió pero con condiciones. No quería arriesgarse a que la vieran con ella. Y tampoco quería subirse a un coche desconocido que la llevaría sólo Dios sabía dónde, para luego tener que encontrar el camino de vuelta a casa sola y ya de madrugada.

—Si es lo que quieres... —su sorpresa fue patente.

—Sí.—

Perrie la vio alejarse con pasos largos y fluidos. Estaba asombrada, casi no podía creer que la hubiera convencido tan fácilmente. Exasperada, se dijo que sólo se trataba de una partida de ajedrez. La castaña seguía queriendo la victoria. Y si volvía a besaría, ella... simplemente procuraría que no ocurriera. Sería un sinsentido, teniendo en cuenta el imperio que dirigía y su pasado. No quería que volvieran a darle una patada en la boca. No tenía sentido exponerse a sufrir. Pero no le haría ningún daño ejercitar su cerebro.

Cinco minutos antes de las once, Perrie se refrescó en el aseo. Dobló la bata y la guardó en su bolsa. Llevaba una camiseta color turquesa que se adhería a sus curvas. Se puso de lado, tomó aire y arqueó la espalda. Su pecho seguía siendo mínimo. Se encontró con sus ojos en el espejo y se sonrojó de vergüenza.

Perrie tenía veintitrés años, pero en ese momento se sentía tan nerviosa como una adolescente. La incomodaba esa sensación de ignorancia e inseguridad. Los años en los que podría haber adquirido cierta experiencia, de los diecinueve a los veintidós, le habían sido robados. Enterró ese amargo pensamiento en cuanto surcó su mente, intentaba no ver la vida de esa manera, porque lo ocurrido no tenía vuelta atrás. Había pasado tres años en la cárcel por un delito que no había cometido, y cargaba con las cicatrices, tanto físicas como emocionales. Pero pocos habían creído en su inocencia y, de hecho, la habían juzgado con más severidad por atreverse a proclamarla. Se dijo que debía dejar el pasado atrás, seguir adelante.

Cuando entró al despacho, a Jade le impactó ver su esbelta figura y largas piernas cubiertas con una camiseta y pantalones vaqueros. El exotismo de sus pómulos era más obvio rodeado por la gloriosa melena negra que caía hasta sus hombros, un marco perfecto para la piel morena y los ojos marrón chocolate.

—¿Has sido modelo alguna vez? —preguntó la empresaria, mientras le servía otra copa.

—No. No me hace ilusión la idea de caminar medio desnuda por una pasarela. Además, me gusta demasiado la comida. ¿Podrías ofrecerme una bolsa de papas fritas? —con el estómago rugiendo de hambre, Perrie había visto las bolsas de aperitivos en el mueble bar.

—Sírvete tú misma. Pareces más relajada que antes —comentó Jade.

—Ahora estoy en mi tiempo libre —Perrie se acomodó en el sofá, comiendo papas mientras jugaba. El sabor salado le daba sed y tomaba sorbos frecuentes de su copa. Sólo se permitió estudiarla de cerca tras varios movimientos, cuando la castaña parecía absorta.

Por más que la escrutaba, Jade Thirlwall seguía dejándola sin respiración. Era guapísima. Cabello y pestañas como seda castaña, hipnotizantes ojos marrones y una boca dura y sensual.. Se preguntó si la besaría de nuevo. La idea provocó una oleada de calor en su vientre y en zonas más íntimas de su cuerpo, pero se recordó que estaba allí para jugar al ajedrez, no para flirtear.

—Tú mueves —dijo Jade, alzando la vista.

Ella ocultó la mirada bajando las pestañas y estudió el tablero.

—¿Quién te enseñó a jugar? —preguntó Jade, que analizaba sus movimientos, rápidos y certeros, que no dejaban lugar a duda respecto a su destreza.

—Mi padre.—

—A mí el mío —su rostro se ensombreció y siguió un largo silencio. Tras mover pieza, vio que ella había terminado su copa y fue a rellenarla.

Los ojos celestes la siguieron. Todo en ella la fascinaba: el corte de pelo, la elegancia de su vestir, el discreto brillo del oro en la muñeca y en los puños de su camisa, el movimiento fluido de sus manos blancas cuando hablaba. Era pura elegancia y control.

—Si sigues mirándome así, nunca acabaremos la partida, bella mia.—

Perrie enrojeció y aceptó la copa que le ofrecía con una mano temblorosa. La avergonzó que hubiera interpretado sus pensamientos de forma tan certera y también le recordó que no sabía nada de ella.


Ya volví y ya me voy again. Los leo.

De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora