Maratón 2/2
Jade se acercó más a ella. Escrutó su rostro airado con ojos oscuros. Su actitud desafiante y su negativa a ser razonable le resultaban tan lejanas a su experiencia con las mujeres que estaba atónita.
—Estoy enfadándome contigo —le advirtió Perrie, con voz rasposa, mirándola a su pesar. Sus miradas se encontraron y parecieron quedar unidas por una corriente eléctrica. El corazón se le aceleró y sintió la boca seca.
—Pero sientes la corriente que existe entre nosotras igual que yo, bella mía —dijo Jade, tomando su rostro entre las manos blancas y acariciando la morena piel con los pulgares.
Ella se quedó helada un instante, hechizada por la caricia. Era extraordinariamente consciente del pálpito que sentía entre los muslos y del intenso magnetismo sexual de Jade. Su cerebro no tenía ningún control sobre su cuerpo. La aterrorizaba que aún fuera capaz de provocar esa respuesta en ella y se puso a la defensiva, negando su reacción.
—¡No siento nada!—
Consiguió esquivarla con un movimiento rápido, salió al luminoso y enorme vestíbulo y se encaminó hacia la salida. Estaba desconcertada por lo que había permitido que ocurriera entre ellas.
—Perrie —gritó Jade, al límite de su paciencia; no había creído que fuera a marcharse así.
—¡Piérdete! —respondió Perrie, sin inmutarse por el hecho de que tenían audiencia. Uno de los dos guardias nocturnos, que habían estado mirando al vacío, se acercó rápidamente y le abrió la puerta. Ella salió a la calle.
Niall Horan se acercó desde su discreta posición tras una columna e interceptó a su jefe. Era un hombre fuerte de cuarenta y mucho años, y parecía incómodo.
—Yo...—
—Aunque comprendo que tu función es ocuparte de mi seguridad, a veces tu celo me resulta excesivo —le informó Jade con sequedad—. Se acabaron las preguntas e investigaciones sobre Perrie Edwards. Queda fuera de tus obligaciones.—
—Peroo..., señora... —empezó Niall con expresión consternada.
—No quiero escuchar ni una palabra más sobre ella —interrumpió Jade con determinación—. Exceptuando una cosa: su dirección.—
**************
Perrie, tumbada en la cama, no podía dormir. Daba vueltas y más vueltas mientras sus emociones se debatían entre la ira, el dolor, la vergüenza y el resentimiento. Sobre todo, se sentía decepcionada consigo misma. No había hecho caso de sus recelos; aburrida de su vida rutinaria, se había rebelado como una adolescente. Llevaba una vida demasiado tranquila y segura y Jade Thirlwall había sido una tentación irresistible. Pero culpaba al alcohol por de haberle hecho perder el control.
¿Por qué había simulado que sólo la atraía la posibilidad de una partida de ajedrez?
Posó los dedos abiertos sobre su vientre, aprensiva. La idea de quedarse embarazada la aterrorizaba: ya era suficiente reto ocuparse de sus propias necesidades. Sin embargo, se amonestó mentalmente por su pánico, ya que no llevaría a ningún sitio. Siempre parecía esperar lo peor. Era cierto que había tenido muy mala suerte en los últimos años, pero todo el mundo pasaba por malas épocas en algún momento.
A la mañana siguiente dio de comer a Hatchi e intentó concentrarse en tener sólo pensamientos positivos. Era su día libre y no podía permitirse desperdiciarlo. Tenía que ir a la biblioteca para recopilar información para un trabajo. Llevaba un año matriculada en la Universidad a distancia para hacer una carrera. Sin embargo, de camino a la biblioteca entró en una farmacia y leyó las instrucciones de la caja de una prueba de embarazo para saber cuándo sería el momento de hacérsela.
Estaba en la parada del autobús cuando sonó su teléfono móvil. La empreza de limpieza había recibido una queja sobre su trabajo en el edificio Maximus y, en consecuencia, prescindían de sus servicios.
El despido golpeó a Perrie como un rayo. ¡Jade Thirlwall había hecho que la despidieran! Era increíble que una persona pudiera caer tan bajo. Sin embargo, esa clase de comportamiento no era tan inusual. Recordó cómo había sido despachada por la madre de Zayn, ni siquiera por él mismo, y el humillante recuerdo hizo que se le encogiera el estómago. Su amor de la infancia ni siquiera había tenido el coraje de decírselo él. La había abandonado en un momento en el que su apoyo era su única esperanza. Su falta de fe en ella había hecho que su encarcelamiento por un delito que no había cometido resultara aún más penoso.
Recordó el verano del año que terminó en el instituto. Sus planes de estudiar Derecho en la universidad habían quedado relegados porque su padre estaba muriéndose. Cuando falleció, había tenido seis meses libres hasta poder ocupar su plaza en la universidad. Había aceptado un empleo de interna como acompañante de Agnes Taplow, una mujer mayor que le habían dicho que sufría de demencia senil.
Cuando la anciana se quejó a Perrie de que estaban desapareciendo piezas de su colección de antigüedades de plata, la sobrina de Agnes Taplow le había asegurado que eran imaginaciones de su tía. Pero habían seguido desapareciendo piezas. Se había solicitado una investigación policial y una pequeña pero valiosa jarrita estilo georgiano había aparecido en el bolso de Perrie. Ese mismo día la denunciaron por robo. Inicialmente, había confiado en que el verdadero culpable, que debía haber guardado la jarrita en su bolso para incriminarla, sería descubierto. Envuelta en una red de engaños y mentiras, sin una familia que luchara por ella, Perrie había sido incapaz de demostrar su inocencia. El tribunal la había declarado culpable de robo y había sido encarcelada.
Perrie se recordó que eso había tenido lugar cuando era demasiado inmadura y carecía de recursos para defenderse. Desde entonces había aprendido a cuidar de sí misma.
¿Por qué iba a permitir que Jade Thirlwall le hiciera perder el empleo?
No sabía cómo impedirlo, ya que la rubia contaba con dinero, nombre y poder, y ella no. Pero incluso si no podía cambiar las cosas, tenía derecho a decirle lo que opinaba de ella. De hecho, defenderse por el bien de su autoestima era la única fuerza que le quedaba.
—Me temo que no hay rastro de su reloj, señora Thirlwall. He buscado en cada centímetro de su despacho —informó el guardia de seguridad.
Jade frunció las cejas levemente y se puso en pie, tenía un vuelo a Noruega. Sin duda, debía haber una explicación. Cuando se quitó el reloj la noche anterior, debía haber caído tras algún mueble. Las búsquedas rara vez eran tan intensivas como pretendía la gente. El reloj debía estar por allí, le parecía improbable que hubiera sido robado. No sufría la paranoia de Niall con respecto a los desconocidos. Sin embargo, sería ingenua no tener en cuenta que su reloj de platino era extremadamente valioso.
Todos sus asistentes personales estaban reunidos junto a la puerta. La exasperaba la nube de estrés e indecisión que flotaba sobre ellos. Su eficaz asistente ejecutiva estaba de vacaciones, y sus subordinados parecían perdidos sin ella. Finalmente, uno se apartó del grupo y se acercó a ella con timidez.
—En recepción hay una mujer llamada Perrie Edwards, señora. No está en la lista de visitas aprobadas, pero parece convencida de que deseara verla.—
Otro capítulo para compensar la ausencia.
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De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓
FanfictionSería su esposa y la madre de su hijo... pero nunca tendría su amor.