Capítulo 5: Girls like girls

663 54 13
                                    

Jade bajó su castaña cabeza lentamente. Estaba divirtiéndose, tanteando los límites. El aroma delicado y fresco de su piel hizo que su cuerpo duro y fuerte se tensara. Sintió una súbita excitación que le sorprendió y puso fin a su actitud burlona. Reclamó sus deliciosos labios rosados con urgencia devastadora, y ese primer contacto incrementó su apetito.

A Perrie le costaba creer lo que estaba haciendo, pero habría sido incapaz de moverse un milímetro para evitarla. La asolaba una tormenta de sensaciones que la dejó mareada y desorientada. Sintió fuegos artificiales estallando en todo su cuerpo. Una dulce calidez se aposentó en su vientre y los músculos de su pelvis se tensaron. Se estremeció con violencia cuando la caricia de su lengua tentó la tierna cueva de su boca. El pinchazo de deseo que desgarró su cuerpo fue casi demasiado intenso, y emitió un gemido de protesta.

—Estás tan caliente que quemas —dijo Jade, y su voz grave dejó traslucir un leve acento italiano—. Pero tenemos una partida a medias.—

Perrie no supo como sus piernas consiguieron llevarla hacia el sofá y su lado del tablero. Le habría resultado más fácil derrumbarse en sus brazos que alejarse de ella, y eso la inquietó aún más. Sentía el cuerpo tenso, ardiente y distinto. Sensaciones nuevas para ella la asaltaban. Pero su cerebro no dejaba de enumerar sus errores. No debería estar a solas con aquella mujer en un despacho, no debería haber permitido que la besara y, mucho menos, animarla respondiendo al beso. Pero aunque su inteligencia sabía todo eso, el hambre que había despertado en ella, y la decepción de no haberla visto satisfecha, tenían aún más fuerza.

Dos movimientos después, la partida de ajedrez acabó. Jade frunció sus castañas cejas y la ira chispeó en sus ojos, dándoles un tinte de bronce bruñido.

—¡O alguien te ha estado diciendo cómo jugar estas tres últimas semanas, o acabas de dejarme ganar!—

—Ha ganado... ¿de acuerdo? —musitó Perrie, sorprendida por su discernimiento, pero dispuesta a capear el temporal.

—No, no vale. ¿Cuál de las dos cosas ha sido? —preguntó Jade con voz gélida.

Siguió un silencio sofocante. Ella, tan tensa que ni siquiera podía tragar saliva, se puso en pie.

—Debo volver al trabajo.— Jade, con odio estampado en los rasgos, se irguió sobre ella.

—No irás a ningún sitio hasta que me contestes.—

—Por Dios santo, sólo es un juego —balbuceó Perrie, anonadada por su ira.

—Contéstame —ordenó Jade.

—Le he dejado ganar... ¿de acuerdo? —Perrie soltó un suspiro y movió las manos en el aire, quitando importancia a la respuesta.

—¿Es eso lo que creías que esperaba de ti? —Jade no recordaba haberse sentido nunca tan airada por una mujer—. ¿Me consideras tan vanidosa como para necesitar una falsa victoria que halague a mi ego?— escupió con desprecio—. No necesito ese tipo de sacrificio ni de adulación. Así no vas a complacerme.—

—¡Entonces debería dejar de mangonearme y no comportarse como una bruta! —le devolvió ella con voz aguda y chillona—. ¿Cómo espera que me comporte? ¿Cómo se supone que debo enfrentarme a usted? No simulemos que esto es un terreno de juego justo o que me ha dado la oportunidad de...—

—No me grites —interrumpió Jade con voz glacial, desconcertada por su acusación.

—Si no lo hiciera, no me escucharía. Siento haber tocado su estúpido tablero de ajedrez, pero sólo lo hice por divertirme un rato. Siento haberla dejado ganar y haberle ofendido. Pero no pretendía complacerte... ¡complacerte me importa un comino! —exclamó Perrie, asqueada—. Sólo intentaba aplacarla... Debería estar trabajando. No quiero perder mi empleo. ¿Puedo volver al trabajo ya?—

Esa actitud hizo que Jade revisara su actitud. Era poseedora de una mente brillante y tenía un talento sin igual para la estrategia. En los negocios era invencible, porque unía su instinto de supervivencia al de un tiburón asesino, carente de emoción. Había aprendido a no aceptar a la gente a primera vista. Pero una mujer que pretendiera impresionarla no le gritaría. No tenía ninguna prueba de que hubiera algo calculado en el comportamiento de Perrie Edwards. ¿Por qué iba la castaña a saber quién era ella?

—Así que sólo eres la limpiadora —aseveró Jade, tras analizar los datos.

Perrie se ruborizó de indignación, preguntándose qué demonios podía significar ese comentario. Tal vez la había tomado por una espía. O por una prostituta escondida tras una fregona.

—Sí —contestó con voz tensa—. Sólo la limpiadora..., disculpe.—

Cuando la puerta se cerró a su espalda, Jade maldijo en italiano; no había sido su intención ofenderla. Sonó el teléfono. Era Niall de nuevo.

—He realizado comprobaciones sobre la limpiadora con intereses ajedrecísticos...—

—Son innecesarios —interpuso Jade.

—Edwards tiene un currículum dudoso, señora —el hombre se aclaró la garganta—. Dudo que sea lo que dice ser. Aunque es una chica brillante con notas muy altas en la escuela, su experiencia profesional sólo incluye un empleo reciente en un restaurante. No cuadra. Hay un periodo de tres años sin ninguna explicación. Según explica, los pasó viajando, pero no me lo creo.—

—Yo tampoco —el rostro delgado y duro de Jade se tensó al pensar que por primera vez en una década casi había sido engañada por una mujer.

—Creo que debe ser otra cazafortunas, o incluso una periodista. Pediré a la empresa de limpieza que la retire de nuestra plantilla. Gracias a Dios, es problema de ellos, no nuestro.— Pero Jade no estaba dispuesta a dejar que Perrie Edwards se fuera tan fácilmente. Ella nunca había dado la espalda a un reto.

Perrie trabajó a toda velocidad, intentando que sus inquietos pensamientos se dispersaran con una actividad frenética. El tratamiento recibido le había provocado enojo y confusión. Jade Thirlwall era una tipa guapísima con un problema grave de actitud cuando alguien se ponía en su contra. Sin embargo, cuando la había besado, todas sus carencias parecían haber desaparecido. Tal vez, por un momento, había conseguido que ella olvidara que no era más que la limpiadora. Debía tener al menos treinta años y era demasiado madura para ella. Metió la fregona en el cubo con furia. Ella no tenía nada en común con una mujer madura y millonaria, dueña de un edificio, que se enojaba cuando un pobre mortal se atrevía a tocar su tablero de ajedrez, además a Perrie no le gustaban las chicas o ¿si?


Lamento no haber actualizado ayer, pero aquí estoy again.

De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora