Capítulo 22: Es niña

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Los dolores continuaron para Perrie y decidieron que lo mejor era que fuera al hospital local. Una vez allí, Perrie insistió en que Ariana regresara a la agencia, porque sabía que tenía reuniones con clientes. El doctor medicó a Perrie para intentar parar las contracciones y organizó su traslado a un hospital con unidad de neonatos. A esas alturas habían pasado varias horas. No había camas libres, así que la dejaron en una camilla, en el pasillo, hasta que llegara la ambulancia.

Allí tumbada, Perrie se esforzaba por controlar su pánico. Sólo estaba embarazada de treinta y cinco semanas, y sabía que era un riesgo que la niña naciera demasiado pronto. Porque sí, era niña.

Su mente revivió los últimos siete meses como una película. No había trabajado demasiado tiempo como ayudante doméstica de Ariana. En cuanto Ariana tuvo el bebé, su marido la abandonó por otra mujer, sumiendo a la familia Grande en el caos. Durante esa difícil etapa, Ariana y Perrie se habían hecho amigas íntimas. Para entonces Perrie ya había dejado atrás las náuseas matutinas de los primeros meses y estuvo ayudando en la agencia inmobiliaria durante la breve baja por maternidad de Ariana.

¡Descubrió que era genial vendiendo casas! Hacía tres meses que Ariana había contratado a una niñera interna llamada Nazaret, una agradable jovencita que adoraba a los niños y a Perrie como agente de ventas. El traslado de Perrie desde Londres a una pequeña ciudad de Devon había sido un éxito en todos los sentidos.

Pero en ese momento Perrie se hundía en un pozo de horror y remordimientos. Empeñada en establecer una base segura para ella y su hija, había trabajado mucho, pues una profesión con futuro era la mejor red de seguridad para una madre soltera. Se preguntaba si habría trabajado en exceso, con demasiado estrés y descanso insuficiente. Cuando las náuseas quedaron atrás, se había sentido muy bien. Poco a poco, el bebé se había convertido en lo más importante de su mundo. Descubrir que era una niña había intensificado sus sentimientos. Ni por un momento había pensado que su cuerpo podía llegar a fallarle.

—¿Perrie...?—Ella se estremeció de arriba abajo al reconocer la inolvidable y profunda voz. Giró la cabeza en la almohada y sus ojos se iluminaron de asombro. Jade Thirlwall estaba a unos pasos de ella, contemplándola con ojos claros como el día. —¿Estás bien? —preguntó.

—No... —consiguió musitar la palabra y un segundo después sollozaba como si se le estuviera rompiendo el corazón. Durante los últimos meses, su rígida autodisciplina había conseguido que no se rindiera a pensamientos pocos productivos. Pero que Jade estuviera allí en persona era un enorme reto en un momento en que sus defensas estaban por los suelos y sus emociones fuera de control—. Vete... —gimió.

Jade respondió con un gesto espontáneo e inesperado. Le apartó el pelo de la frente húmeda y agarró su temblorosa mano.

—No puedo dejarte sola. No me pidas que vuelva a hacer eso.—

—¿Cómo has sabido que estaba aquí?—

—Eso no tiene importancia ahora. Ya he hablado con el médico. No dudo que han hecho cuanto estaba en sus manos, pero estás en una camilla en el pasillo, desatendida —murmuró Jade con ira—. Eso no es un nivel de cuidados aceptable.—

—Es un hospital pequeño y no pueden hacer más por mí de momento— explicó Perrie.

—Una ambulancia aérea viene de camino con un ginecólogo que se hará cargo de todo —apretó su mano—. Por favor, déjame ayudar.—

Perrie ni siquiera tuvo que pensarlo, en términos de tratamiento era la mejor opción disponible. También la animó mucho que Jade diera tanta importancia a la seguridad del bebé como ella.

—De acuerdo.—

—Pensé que me harías sudar y ofrecerte mil argumentos —dijo la morena, sin ocultar su sorpresa.

—Lo único que quiero es hacer lo mejor para mi bebé —admitió Perrie—. En este momento nuestras diferencias no importan.—

Todo fue muy rápido a partir de ese momento. Pronto estuvo acomodada en la ambulancia aérea. Por primera vez en meses, se encontró preocupándose por qué aspecto tendría, lo cual era bastante tonto y superficial. No tenía sentido preocuparse de si tenía los ojos y la nariz rojos e hinchados. O de si su vientre parecía una montaña, estando allí tumbada. Sabía que, como poco, debía parecer cansada y despeinada, como cualquier mujer cercana al término de su embarazo tras un día agotador. Se consoló pensando que Jade también estaba menos perfecta de lo habitual. Se había alborotado el cabello con dedos impacientes y una sombra negro azulada empezaba a oscurecer su mandíbula. Pero seguía pareciéndole guapísima.

En ese momento, ella alzó las cejas con preocupación, y le dirigió una mirada inquisitiva. Perrie, sonrojándose, negó con la cabeza para indicar que no ocurría nada y cerró los ojos. Pero la imagen de la mujer a la que amaba seguía grabada en su retina. La amaba con locura y al tiempo la odiaba por multitud de razones; pero seguía poseída por una intensa añoranza. Sabía que no le hacía ningún bien, que era peligrosa para ella, pero la tenía en la sangre y en el alma y, por más que lo intentaba, no conseguía liberarse.

En muy poco tiempo, y con impresionante eficiencia, la trasladaron a una elegante clínica privada de Londres. El siguiente paso fue una ecografía.

—Me gustaría estar contigo —anunció Jade.

Ella iba a objetar cuando una ojeada a su rostro le advirtió que eso era exactamente lo que ella esperaba. Se tragó su protesta porque estaba haciendo cuanto podía por ayudar y le parecía injusto excluirla de nuevo. Resignándose a que viera su vientre desnudo, tiró de la manga de su chaqueta para llamar su atención. Jade inclinó la cabeza hacia ella.

—Vamos a tener una niña —susurró Perrie.


Bueee ahora si no me tardé, que conste.

De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora