Capítulo 35: Misterio a bordo

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Perrie no tenía ganas de abandonar Italia, porque había sido muy feliz allí. La luna de miel había empezado con lecciones de natación a cargo de Jade, que le había prohibido que se acercase a la piscina si ella no estaba en el agua. También la había llevado de escalada a las Dolomitas y a navegar en catamarán. Al principio se mareaba, pero Jade la había obligado a superarlo y al final se había divertido mucho. Sospechaba que su esposa estaba empeñada en llevarla a bordo de su yate, el Diva Queen, por el que Perrie sentía un enorme desagrado sin siquiera haberlo visto. Sin embargo, estaba dispuesta a aceptar que a ambas les atraían las actividades físicas. La castaña también estaba segura de que le gustaría el esquí y ya había reservado unos días de vacaciones ese invierno con ese propósito.

Jade también la estaba animando a interesarse por el fondo benéfico que había instituido y había hecho planes para que la acompañara en un viaje a África para dar publicidad al trabajo que realizaba allí. En todos los sentidos importantes, Jade le estaba haciendo un hueco en su ajetreada vida, y compartiendo sus intereses con ella hasta un punto que no había creído posible. Pero la rubia aún no había conseguido ganarle una partida de ajedrez.

Su hija era el centro del mundo de ambas, el punto de encuentro que las unía. Perrie empezaba a comprender que las primeras precarias semanas de vida de su hija la habían unido a Jade más de lo que había captado en ese momento. Habían compartido mucho y eso había dado profundidad a su relación. Aunque habían disfrutado de unos días fabulosos a solas, como amantes, Jade había echado de menos a Monserrat tanto como Perrie, y fueron a recogerla antes de lo previsto.

Esa tarde, Perrie acunó a Monse y la puso en la cuna para que echase la siesta. Con su cabello castaño, ojos marrones y naricita de botón, era una niña preciosa y a veces Perrie tenía que obligarse a soltarla. Aún no había olvidado las semanas en las que no había podido tener a su hija en brazos.

Perrie acababa de salir de la ducha, una hora después, cuando Tulisa telefoneó para decirle que Niall le había propuesto matrimonio.

—Oh, Dios mío, ¡me alegro mucho por ti! —exclamó Perrie—. Has dicho que sí, ¿verdad?—

—Por supuesto. Es un buen hombre —dijo Tulisa con cariño—. No quería que te lo dijera, pero he pensado que deberías saberlo. Lleva meses revisando todos los datos de tu juicio y sentencia, siguiendo cada pista.—

—Pero, ¿por qué? —preguntó Perrie, atónita.

—Cree que eres inocente y desea ayudar. Además, hay buenas noticias. Recientemente, un marchante de antigüedades compró un par de piezas de plata de la colección de la señora Taplow; las anunció en Internet y Niall las vio. Si consigue descubrir quién se las vendió, tal vez pueda identificar al verdadero culpable.—

—Es muy amable por su parte tomarse tantas molestias, dile que se lo agradezco —Perrie arrugó la frente—. Pero creo que ha pasado demasiado tiempo. La gente no recordará nada...—

—No seas tan pesimista —la regañó Tulisa—. El marchante llamó a la policía y ya están investigando el asunto. El hombre compró las piezas de buena fe y se arriesga a perder mucho dinero. ¿No te mueres de ganas de saber quién fue el ladrón? ¡Seguro que sí!—

Perrie hizo una mueca, hacía tiempo que imaginaba la identidad del ladrón. Sólo una persona había tenido la oportunidad de colocar las pistas falsas que llevaron a la detención de Perrie por un delito que no había cometido. Pero Perrie sabía que no podía probarlo. En vez de consumirse de amargura, había decidido seguir adelante con su vida. Cuatro años después, no quería hacerse falsas esperanzas, y aceptaba que sus antecedentes penales la acompañarían el resto de su vida.

—Esperemos lo mejor —respondió Perrie con tacto—. ¿Cuándo crees que se casarán?—

—No queremos esperar mucho.—

—Creo que ya es más que hora de hacer a Jade partícipe del secreto...—

—Niall pensó que no sería profesional admitir que éramos pareja antes de su boda —le dijo Tulisa con ironía—. ¡Hombres!—

—¿Qué secreto?— Perrie giró en redondo y vio a Jade apoyada en el umbral. Estaba seria. —Perrie, te he hecho una pregunta.—

Perrie enrojeció con enfado al percibir el tono autoritario de su voz. Preguntándose qué demonios le ocurría, se excusó con Tulisa y prometió llamarla después. Colgó el teléfono y fue hacia Jade.

—Tulisa y Niall llevan meses saliendo juntos y él acaba de proponerle matrimonio. Ése era el secreto, pero no era mío para compartirlo.—Jade la miró fijamente, sin mover un músculo del rostro y con los ojos velados.

—No tenía ni idea de que salían juntos, pero la vida privada de Niall no me concierne.—

—¿Por qué estás enfadada conmigo? —preguntó Perrie tensa, percibiendo que algo iba mal.

—No estoy enfadada. Pero me temo que ha habido un cambio de planes. Nos iremos ahora, no mañana.—

—¿Ahora? —ella frunció el ceño—. ¡Acabo de salir de la ducha!—

—Te agradecería que estuvieras lista para partir dentro de diez minutos— farfulló Jade.

—¡Ni siquiera he hecho las maletas!—

—El servicio se ocupara de eso. Vístete.—

Era obvio que había ocurrido algo. Nerviosa, se puso un vestido verde que ella había halagado unos días antes y se recogió el cabello húmedo con un pasador. Jade estaba en la terraza, hablando por teléfono. Cada vez que miraba a su esposa, se quedaba sin aliento. Con el cabello reluciente bajo el sol, mostrando su perfil clásico, era la viva imagen de la sofisticación italiana. Llevaba una chaqueta de lino color caramelo, arremangada, y pantalones vaqueros claros y ajustados.

—Por favor, dime qué ocurre —pidió Perrie cuando colgó el teléfono.

—Nada inesperado, amata mia —posó sus asombrosos ojos celestes en su rostro preocupado. Se acercó y agachó la cabeza para besarla.

La erótica caricia de su lengua hizo que todos sus nervios se tensaran. Sintiéndose vulnerable, tembló bajo su boca, devolviéndole el beso. Se apoyó en su cuerpo alto y musculoso. Liberándola de nuevo, Jade le dio la mano y la condujo hacia el helipuerto.

—No has dicho adónde vamos —comentó Perrie.

Jade la ayudó a subir al helicóptero. La bebé, ya estaba acomodada en un asiento de seguridad, demostrando su capacidad de dormir a pierna suelta ocurriera lo que ocurriera.

—No, es verdad.—

El misterio se aclaró en menos de una hora. El piloto voló sobre el Mediterráneo y justo cuando la luz teñía el cielo de rosa, aterrizó en un enorme yate.

Quince minutos después, Monserrat fue trasladada a otra cuna en un camarote, seguida por sus niñeras. Perrie se reunió con Jade en una lujosa zona de recepción.

—¿Qué está ocurriendo? —presionó, harta de que no le explicara nada...


De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora