Capítulo 11: El vestido y el reloj

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Casi dos semanas después, Jade regresó a Londres. Estaba de un humor excelente.

Niall Horan fue a buscarla con expresión seria y le entregó una carpeta.

—Soy consciente de que estoy arriesgando mi trabajo, pero no puedo estar a cargo de su seguridad personal y callarme esto —declaró el jefe de seguridad—. Es vital que eche un vistazo a este informe. Estoy convencido de que su reloj ha sido robado.—

* * * * * * * * 

Perrie, con ojos brillantes como estrellas, estudió su imagen en el espejo.

—Con unas gafas de sol y cara de aburrimiento, ¡te tomarán por una celebridad! —bromeó Tulisa Contostavlos, con rostro risueño.

Perrie llevaba puesto un vestido de los sesenta, de color amarillo limón. Era una túnica sin mangas que se ajustaba a sus curvas como si estuviera hecho a medida, y Perrie pensó que le daba un aspecto muy elegante. Eso le parecía importante para una cita con una mujer nacida en una familia cuya historia se remontaba a varios siglos atrás. Aunque no se sentía intimidada por el linaje de Jade Thirlwall, que había comprobado en Internet, se había estremecido al imaginarla haciendo una mueca de horror si iba a verla con pantalones vaqueros. En realidad, su guardarropa no contenía nada más elegante que unos pantalones negros.

Intentar resolver el problema con sus ingresos, tras sólo unas semanas en un empleo nuevo, era impensable. El esfuerzo para sobrevivir hasta que recibiera su primer sueldo de recepcionista estaba resultando todo un reto, a pesar de que había trabajado en la cafetería casi todas las noches. Había sido una gran suerte que Tulisa acudiera en su rescate sugiriendo prestarle algo de su colección de modelitos de época, comprados en tiendas de segunda mano.

—No sé cómo agradecértelo —Perrie dio un impulsivo abrazo a la mujer—. Sé lo orgullosa que estás de tu colección y te prometo que lo cuidaré muy bien.—

—¡Me alegro de que por fin tengas una cita!—

—Lo de Jade no durará ni dos días —predijo Perrie, alzando un hombro para demostrar que no tenía grandes expectativas—. Creo que simplemente siente curiosidad por ver cómo vive el resto del mundo.—

—¿Vas a decírselo?— Perrie palideció y se tensó. Sabía que Tulisa se refería a su estancia en la cárcel.

—Dudo que Jade dure lo bastante como para que se haga necesaria una confesión. Pero si hace preguntas incómodas, no mentiré...—

—Antes dale una oportunidad —le aconsejó Tulisa.

—Es demasiado sofisticada y mundana para que pueda engañarla. Si intentase simular que pasé todo ese tiempo en el extranjero, pronto me descubriría —repuso Perrie con amabilidad.

—No va a pedirte que señales sitios en un mapa, Perrie —regañó la morena—. No vayas a contarlo todo sin necesidad. Tienes derecho a guardarte algunos secretos hasta conocerla mejor.—

Tulisa era una romántica convencida, y Perrie no había sido capaz de confesarle a su amiga que ya había tenido relaciones íntimas con Jade. De hecho, cuanto más pensaba en ello, más molesta y avergonzada se sentía por su comportamiento. Le molestaba no haber tenido más sentido común. Intentaba enterrar su miedo a que el accidente con el preservativo pudiera tener consecuencias; pensaba hacerse una prueba de embarazo un par de días después.

Sorprendentemente, Jade le había telefoneado cuatro veces desde que salió de Londres. Había llamado desde Noruega para hablarle con entusiasmo sobre los picos nevados y las pistas de esquí. Tanto si hablaba sobre duras acampadas en agrestes terrenos nevados, lagos helados y bosques, como si revelaba su pasión por un café que Perrie había descubierto era el más caro del mundo, Jade siempre resultaba entretenida.

Perrie había satisfecho su curiosidad con respecto a ella en Internet y lo descubierto la había dejado intrigada y preocupada a un tiempo. Nacida en un entorno de privilegio extremo, en un enorme palacio italiano, Jade había vivido como un princesa hasta que tuvo un misterioso enfrentamiento con su padre cuando aún estaba en la universidad. A pesar de haber sido virtualmente desheredada, a favor de su hermanastro, más joven que ella, Jade había conseguido ganar su primer millón a la edad de veintidós años, y desde entonces no había dejado de acumular éxitos. Había salido del closet tres años después, además que su condición era un secreto a voces. Mantenía el mismo ritmo frenético en su vida privada. Era una reputada mujeriega. Cuando no estaba haciendo lo posible por matarse practicando deportes de riesgo extremo, mataba su aburrimiento con una inacabable sucesión de bellas mujeres, todas celebridades o miembros de la alta sociedad.

La tarde siguiente, cuando Perrie subía al autobús para volver a casa tras el trabajo, intentó no pensar demasiado en esas verdades porque, al conseguirle empleo, Jade había transformado su vida. Su nuevo trabajo era en una agencia de publicidad, un hervidero de actividad a todas horas, y lo adoraba. Aprendía rápido y ya había sido felicitada por su trabajo. Era la oportunidad que tanto había necesitado para demostrar su capacidad y adquirir experiencia. Pero sabía que sin la intervención de Jade nadie le habría dado esa oportunidad. Eso no implicaba que tuviera intención de acostarse con ella cuando la viera esa noche, pero sí que seguramente seguiría controlándose para no ganar si alguna vez volvían a jugar al ajedrez.

Divertida por ese pensamiento, Perrie se puso el vestido amarillo limón. Un coche la recogió a las ocho en punto y atravesó la ciudad para llevarla a una zona residencial muy exclusiva. El conductor la acompañó al ascensor y ella se sintió tensa e incómoda. Se preguntó a donde iba. Había supuesto que iban a salir. Pero quizá ella no quisiera llevarla a ningún sitio. Tal vez temiera que fuese a avergonzarla con sus modales en la mesa o su apariencia.

Con la brillante cabeza negra muy erguida, Perrie cruzó el vestíbulo de mármol y atravesó la puerta que daba a una sala de recepción inmensa. Su corazón empezaba a acelerarse y el rubor teñía sus mejillas.

—Perrie... —Jade se acercó a recibirla.

Ella pensó que sólo había una palabra para describirla: deslumbrante. Llevaba un elegante traje color chocolate que, unido a una camiseta color tostado, formaba un conjunto clásico y al tiempo informal. Sólo con ver los contornos duros de su rostro bronceado, sintió mariposas en el estómago. Le costó un enorme esfuerzo controlar su lengua para no decir lo que estaba pensando.

—¿Este es tu piso? —preguntó con voz tensa.

Jade la recorrió de arriba abajo con ojos claros y fríos como el hielo y, a pesar de que estaba asqueada por lo que había descubierto de ella, no pudo negar su increíble atractivo físico. El vestido amarillo brillante daba realce a su glorioso cabello y los ojos azules brillaban como el cielo combinando con su piel clara. Supo de un vistazo que el vestido era de diseño y no le cupo duda de dónde había conseguido el dinero para comprarlo: de la venta de su reloj.

—Sí. ¿Por qué? —contestó la rubia.

—¿Vamos a salir? —preguntó Perrie, inquieta.

—Pensé que estaríamos más cómodas aquí —dijo Jade mirándola fijamente.

—O salimos a algún sitio, o me voy a casa —Perrie alzó la barbilla y le dedicó una mirada de desdén, herida en su orgullo y en sus sentimientos—. No soy una opción fácil a quien llamar cuando te apetece algo de sexo. Si eso es lo único que te interesa, me voy. Sin ánimo de ofender.—

El claro escrutinio de su mirada se iluminó de chispas doradas, como si ella hubiera lanzado una cerilla sobre un montón de heno seco, prendiéndola.

—No podrás irte hasta que hayas contestado a algunas preguntas de forma satisfactoria.—

—¿A qué te refieres? —Perrie se quedó helada.

—Seamos simples. Robaste mi reloj. Quiero saber qué hiciste con él.—


Bueeeeee, los leo.

De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora