Capítulo 3: "El jugador de ajedrez"

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Perrie siguió trabajando en la mancha, aunque sabía que requeriría un tratamiento especializado más adelante. Le costaba pensar a derechas. Nadie había provocado una respuesta similar en ella desde Zayn, y él nunca había conseguido obnubilar su pensamiento. A pesar de que entonces había estado enamorada, era una adolescente soñadora que se había dejado llevar por ridículas expectativas románticas. Se dijo que su reacción ante la bien vestida ejecutiva no era más que un recordatorio de que la madre naturaleza la había bendecido con las mismas reacciones químicas que a cualquier otro ser humano, y la atracción sexual sólo era una más de ellas. Tal vez debería agradecer el descubrimiento de que la desilusión y un corazón roto no habían podido con su capacidad de sentir lo mismo que cualquier mujer normal.

—Disculpe... —murmuró con educación, yendo hacia la puerta para marcharse.

Jade se levantó por instinto. Cerca del umbral, ella alzó la cabeza y sus ojos azules expresaron su tensión. La protesta que la castaña había estado a punto de expresar para impedir su marcha murió en sus labios. ¡Por todos los diablos, era una limpiadora y ella una Thirlwall! Sus rasgos se tensaron y se impuso el autocontrol. Seguía pareciéndole difícil aceptar que una mujer tan bella hubiera estado trabajando tan cerca de su despacho. Y aún era más extraño que ella trabajara hasta tarde sin la presencia de sus auxiliares. ¡Tenía que ser algún tipo de truco!

Jade era consciente de que su fabulosa riqueza la convertía en objetivo deseado. Tanto hombres como mujeres llegaban a todo para captar su atención. Aún era una adolescente cuando cualquier atisbo que pudiera haber habido de galantería en su carácter se transformó en el más puro cinismo. Demasiadas damiselas en apuros habían intentado atraerla con falsos incidentes que iban de problemas mecánicos en el coche a llaves que se atascaban, vuelos misteriosamente perdidos, carencias de alojamiento de última hora o súbitas enfermedades. Innumerables personas habían utilizado trucos para conocerla, ya que era un secreto a voces que Jade tenía un dote especial entre sus piernas, pero nadie podía asegurar nada.

Una supuestamente respetable e inteligente secretaria le había llevado el café en ropa interior, y otras muchas habían utilizado reuniones y viajes de trabajo para desnudarse y ofrecerse a ella, tanto por sus encantos como por saber si los rumores sobre su condición eran ciertos. A sus treinta y un años había recibido innumerables ofertas sexuales, algunas sutiles, la mayoría descaradas y algunas inequívocamente extrañas.

Perrie tomó aire cuando la puerta se cerró a su espalda. Se preguntó quién sería aquella mujer, pero rechazó el pensamiento porque, al fin y al cabo, daba igual. Cuando pasó ante el tablero de ajedrez, con sus piezas de metal bruñido y gemas incrustadas, titubeó, estudió la partida y sacrificó un peón, con la esperanza de tentar a su contrincante a bajar la guardia. Se preguntó si sería ella, pero le pareció improbable: había otros dos despachos que daban a ese vestíbulo, y en uno de ellos había media docena de mesas. Una tipa elegante que lucía joyas de oro y con frío acento de clase alta, que clamaba a gritos colegio privado británico, no parecía candidata a intercambiar movimientos de ajedrez con un contrincante desconocido. Salió al pasillo para reanudar su trabajo.

Jade estaba cerrando su ordenador portátil cuando sonó el teléfono.

—Tenemos al jugador secreto de ajedrez grabado, señor —reveló Niall con satisfacción.

—¿Cuándo lo han conseguido? ¿Esta tarde?—

—El incidente se produjo anoche. He tenido a un hombre revisando la grabación durante horas. Creo que le sorprenderá saber lo que he descubierto.—

—Sorpréndeme —urgió Jade, impaciente.

—Es una joven, miembro del equipo de limpieza, que trabaja en el turno de noche, una limpiadora llamada Perrie Edwards. Lleva un mes trabajando aquí.—

—Envía las imágenes a mi ordenador —ordenó Jade. Sus rasgos denotaron incredulidad que pronto se convirtió en curiosidad.

Jade contempló las imágenes estando aún Niall al teléfono. Era ella: la deslumbrante morena. La observó levantarse del sofá del vestíbulo, donde obviamente había estado descansando y estirándose. Echó un vistazo al tablero y movió el alfil blanco. Después, ella se soltó la coleta y se pasó un peine por el cabello. Le recordó a una sirena mostrando toda su gloria para atraer a los marineros hacia las rocas. Mientras estudiaba su exquisito rostro, se preguntó si ella sabía que había una cámara de seguridad grabando.

—Es mala conducta, señora —afirmó Niall.

—¿Tú crees? —Jade se levantó y salió al vestíbulo con el teléfono en la mano. Miró el tablero y descubrió que había hecho un nuevo movimiento al salir. Sin duda con la intención de que ella desvelara su identidad y mordiera el anzuelo. Incluso si sesteaba en el sofá, dedicarse a la limpieza debía suponer un gran reto para una mujer que sólo tuviera intención de cruzarse en su camino.

—Será amonestada, y seguramente la empresa de limpieza la despedirá cuando presentemos una queja...—

—No. Deja este asunto en mis manos y sé discreto al respecto —interpuso Jade—. Yo me ocuparé.—

—¿Se ocupará usted, señora? —repitió el jefe de seguridad con asombro—. ¿Está segura?—

—Por supuesto. Y quiero que desconecten la cámara de vigilancia inmediatamente —Jade colgó el teléfono. Sus astutos ojos marrones resplandecían con chispas doradas. Finalmente, no era una auténtica y esforzada limpiadora que mereciera su respeto. Se preguntó por qué había estado dispuesta a creerlo siquiera unos minutos. Ese rostro y ese cuerpo gloriosos, unidos a la creativa partida de ajedrez encaminada a llamar su atención, apuntaban a otra cazafortunas al acecho.

Jade pensó con sorna que se había abierto la veda. Era una estrategia de lo más original, y pensaba divertirse. Y cuanto antes mejor, porque al día siguiente abandonaría Londres para participar en un maratón de esquí campo a través en Noruega. Y después tenía negocios en Nueva York. Tardaría diez días en regresar a Reino Unido.

Enderezó su imponente cuerpo de un metro sesenta y tres de altura, salió del despacho en busca de su presa. La encontró limpiando un escritorio. Su fabuloso cabello resplandecía bajo las luces del techo. Cuando se irguió y la vio en la puerta, sus delicados rasgos expresaron sorpresa. Jade no tuvo más remedio que admirarla: sabía hacer su papel. Al ver su expresión nadie habría imaginado que había estado tentándola con una partida que consideraba absolutamente privada durante casi tres semanas.

—Juguemos al ajedrez en el mundo real, bella mia —sugirió Jade con voz fría y sedosa—. Te reto a acabar la partida esta noche. Si ganas, me tendrás a mí. Si gano yo, también. ¿Qué puedes perder?—


Los leo.

De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora