—Yo... ¿robé tu reloj? ¿Estás loca? —exclamó Perrie, incapaz de creer esa sorprendente acusación—. Recuerdo que preguntaste por él antes de marcharte de Londres pero...—
—Fuiste la última persona en verlo en mi despacho. Y no puede ser una coincidencia que también tengas antecedentes penales por robo.—
El claro color natural de su piel desapareció hasta convertirse en ceniciento. Sin previo aviso, Jade la volvía a lanzar a la pesadilla que creía haber dejado atrás. Conocía su pasado. Se sentía enferma, acorralada y atacada. Creía que era una ladrona y que sólo ella podía ser responsable de la desaparición de su reloj. Durante unos segundos su mente se convirtió en un torbellino y su garganta se cerró tanto que apenas le llegaba oxígeno a los pulmones.
Durante un instante, Jade pensó que iba a desmayarse. Se había puesto blanca como la nieve y su palidez contrastaba con el color del vestido. Estaba aterrorizada, por supuesto. No se arrepintió de haber elegido el enfrentamiento directo. Le gustaba obtener resultados, y rápidos.
—Yo no robé tu reloj —afirmó Perrie, temblorosa.
—¿Te parece aconsejable mentir a estas alturas? —preguntó Jade, impertérrita—. Podría llamar a la policía ahora mismo y dejar que se ocuparan del asunto. Pero preferiría resolverlo en privado. Ten en cuenta dos cosas: no tengo piedad con quienes intentan aprovecharse de mí y nunca he creído que la mujer fuera el sexo débil.—
—¡Yo no toqué tu reloj! —la protesta fue vehemente. Tenía el pulso tan acelerado que le costaba respirar. La mención de la policía la había aterrorizado, reviviendo recuerdos que habría dado cualquier cosa por olvidar y que no deseaba revivir. Con sus antecedentes no tenía ninguna esperanza de luchar contra la acusación de otra mujer rica y poderosa.
Jade la miró con frialdad y determinación.
—No dejaré que salgas de aquí hasta que me hayas dicho la verdad.—
—¡No puedes hacer eso! —dijo Jade, incrédula—. No tienes derecho.—
—Ah, yo creo que me otorgarás el derecho a hacer lo que quiera, cara mia —contraatacó Jade con voz sedosa—. Creo que harías cualquier cosa para mantener a la policía fuera de esto. ¿Me equivoco?—
Aunque el miedo le estaba provocando sudores a Perrie, la ira era como un carbón al rojo vivo asentado en su interior.
—¿Cómo descubriste que he estado en la cárcel?—
—Mi jefe de seguridad empezó a investigarte cuando te vio mover las piezas en el tablero de ajedrez. Es muy concienzudo.—
—¿Ah sí? —Perrie alzó una ceja mostrando su desacuerdo—. Yo diría que resultó una salida muy fácil...—
—Niall Horan no trabaja así —aseveró Jade—. Fue policía.—
—¡Mejor aún! —Perrie dejó escapar una risa amarga—. Vio que tenía antecedentes penales y con eso bastó, ¿verdad? ¡Investigación concluida!—
—¿Estás negando que robaste el reloj?—
—Sí, pero es obvio que no me crees y no tengo forma de demostrar mi inocencia. Es obvio que hay un ladrón en tu oficina. Puede que sea alguien vestido de ejecutivo, alguien que se rindió a la tentación, incluso alguien que quería correr un riesgo. Los ladrones son de todo tamaño y condición.—
Jade la miró con desdén. El delito por el que había sido condenada le provocaba repulsión. Lejos de ser la chica natural y refrescante que había creído, su belleza ocultaba un centro podrido de ambición. Aprovechándose de su puesto como cuidadora y acompañante, había abusado de la confianza de una anciana inválida y le había robado sistemáticamente durante varios meses. Había sido condenada por el robo del único artículo que encontraron en su posesión, pero sin duda era la responsable del robo y venta de otras muchas valiosas antigüedades que habían desaparecido mientras trabajó en la casa.
—No necesito que me digas lo obvio —respondió Jade con sequedad—. En este caso, estoy segura de tener ante mí a la culpable.—
—Pero tú siempre estás segura de todo —Perrie movió la cabeza lentamente. Su cabello rubio resplandeció bajo la luz, creando un halo metálico que acentuó la palidez de la piel.
Comprendió que estaba en estado de shock. En unos pocos minutos, la morena había destrozado su recién adquirida confianza en sí misma. La había tentado a dejar la seguridad de su vida rutinaria para luego amenazar con destrozarla. La odió por ello. La odió por la arrogante seguridad que le convencía de tener la razón y negársela a ella. Se odiaba a sí misma por haber creído, siquiera un segundo, que podía aspirar a salir con un tipa como ella. Se había comportado como una idiota, como si aún creyera en cuentos de hadas. Había bajado sus mecanismos de defensa al ponerse el bonito vestido amarillo. Mezclado con la ira y el miedo, convivía un intenso sentimiento de humillación.
—Hablemos claramente. Quiero saber qué hiciste con el reloj —repitió Jade con dureza—. Y no me hagas perder el tiempo con lágrimas o pataletas. Conmigo no funcionan.—
Ella sintió un escalofrío helado recorrer su espalda al registrar la cruel falta de emoción de sus bellas y afiladas facciones. Nunca escucharía su versión de la injusticia que había sufrido... no tendría ni la fe ni la paciencia necesarias. No tenía tiempo para ella ni para sus explicaciones, veía las cosas en blanco y negro. Desde su punto de vista, era una ladrona convicta y, por mucho que hubiera cumplido su condena, no iba a concederle el beneficio de la duda.
—No me lo llevé, así que no sé dónde pretendes llegar con esto. No tengo la información que buscas.—
—Entonces te entregaré a la policía —afirmó ella, implacable.
Perrie sólo pudo pensar en la amenaza de volver a prisión. Durante un segundo, volvió a estar en una celda, con interminables horas vacías que llenar, sin ninguna ocupación o intimidad. Volvió a sentir las garras de la impotencia, la desesperación y el miedo. La cicatriz que lucía en la espalda pareció abrirse de nuevo. Unas gotas de sudor se formaron sobre su labio superior y se le puso la piel de gallina. A diferencia de la hija de Tulisa, que nunca había regresado a casa, Perrie había aguantado y había sobrevivido. Pero la perspectiva de tener que pasar por eso una segunda vez, perdiendo su libertad y dignidad, era insoportable.
—No quiero eso —admitió, con un hilo de voz.
—Yo tampoco —le confió Jade—. Tener que admitir que me tiré a la limpiadora sería de mal gusto.—
Los músculos de su rostro se tensaron al oír el insulto, mientras que su cerebro lo descartaba como irrelevante. Su mente buscaba frenéticamente una solución que le disuadiera de involucrar a la policía. Pero sólo algo inusual convencería a Jade Thirlwall. Le gustaba el peligro, el riesgo y competir.
—Si consigo ganarte una partida de ajedrez esta noche, me dejarás marchar —Perrie le lanzó la propuesta antes de perder el coraje.
Lamento desaparecer tanto, descompuse mi compu y ando desconectada del mundo. Pero aquí esta la actualización.
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De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓
FanficSería su esposa y la madre de su hijo... pero nunca tendría su amor.