Capítulo 1: El tablero de ajedrez

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Jade Thirlwall entró en el palacio Shields Palace por primera vez en diez años. El palacio, una espléndida mansión situada en las colinas de la South Shields, era tan famoso por su grandiosa arquitectura platina como por la producción de su legendario vino, artífice de un imperio de viñedos situados por todo el mundo. Por desgracia, los recientes reveses financieros se habían cobrado su precio: la deslumbrante colección de tesoros que una vez habían llenado la mansión había desaparecido y su grandeza empezaba a desvanecerse. Pero a partir de ese momento le pertenecía a Jade. En su totalidad. Cada piedra y cada metro de productiva tierra, y ella era lo bastante rica como para dar marcha atrás al reloj y remediar ese abandono.

Debería haber sido un momento de triunfo supremo. Sin embargo, Jade no sentía nada. Hacía mucho tiempo que había dejado de sentir. Al principio se había tratado de un mecanismo de defensa, pero pronto se convirtió en un hábito que alimentaba. Le gustaba la estructura limpia y eficaz de su existencia. No sufría altibajos emocionales. Cuando quería más, cuando necesitaba un poco de excitación que la reviviera, la obtenía mediante el sexo o los retos físicos. Había escalado paredes rocosas en medio de tormentas de nieve, atravesado selvas en condiciones terribles, y practicado deportes extremos. No había descubierto el miedo, pero tampoco nada que le importara de verdad.

Jade recorrió el vacío vestíbulo de entrada lentamente. Hubo un tiempo en el que el palacio había sido un hogar feliz y ella, una hija amante, que daba por sentado el afecto, la riqueza y la seguridad que ofrecía su familia. Pero esos recuerdos habían sido borrados por la pesadilla que la siguió. Sabía mucho más de lo que habría deseado saber sobre la inmensidad de la avaricia humana. Tensó el atractivo rostro y salió a la terraza trasera, que daba a los jardines. Oyó unos pasos y volvió la cabeza. Una mujer caminaba hacia ella.

El rostro perfecto de Grazia estaba enmarcado por cabello rubio platino. El vestido blanco que se pegaba a sus pezones y delineaba la juntura de sus muslos dejaba poco a la imaginación: estaba desnuda bajo la seda. Grazia siempre había sabido qué era lo que más atraía a una persona, y no era la conversación. Ella captó su mensaje: era básico e inmediato.

—No me eches —los lánguidos ojos turquesa expresaron una invitación burlona y suplicante al tiempo—. No hay nada que no haría por tener una segunda oportunidad contigo.—

—Yo no doy segundas oportunidades —Jade alzó una castaña ceja con desdén.

—¿Ni siquiera si esta vez te ofrezco una prueba sin compromisos? Sé pedir perdón con mucho estilo— con una mirada provocadora, Grazia se arrodilló ante ella y agarró la orilla de su larga falda.

Jade se tensó durante un segundo y después soltó una carcajada de aprecio. Grazia, una superviviente nata, tenía la moral de una prostituta pero al menos era honesta al respecto. Se ofrecía al ganador. Y sin duda alguna era un premio que muchos hombres matarían por poseer: era bella, aventurera en el sexo y de sangre y educación aristócrata. Sabía exactamente qué era Grazia, porque una vez había sido suya. Sin embargo, cuando su brillante futuro se derrumbó, pasó a ser de su hermano. El amor con un presupuesto ajustado no atraía a Grazia; iba donde estaba el dinero. Pero el tiempo había provocado cambios dramáticos, dado que Jade se había convertido en millonaria y los viñedos Shields Palace eran sólo una pequeña parte de sus negocios.

—Eres la esposa de mi hermano —le recordó con voz suave, echando las caderas hacia atrás para apoyarse en la pared y quedar a escasos centímetros de sus manos—, y no me gusta el adulterio, querida mía —sonó su teléfono móvil—. Discúlpame —murmuró.

Entró en la casa, dejándola allí, sumisa y de rodillas sobre las baldosas de la terraza.

Era su jefe de seguridad, Niall Horan, llamando desde Londres. Jade contuvo un suspiro. El hombre, oficial de policía, se tomaba su trabajo muy en serio. Jade tenía un valioso juego de ajedrez expuesto en su despacho de Londres y unas semanas antes, le había sorprendido descubrir que alguien, ignorando el cartel que ordenaba «No tocar», había resuelto el problema ajedrecístico que exponía el tablero. Desde entonces, cada movimiento de Jade, había sido contestado por otro.

—Mira, si tanto te molesta, coloca una cámara de seguridad —sugirió Jade.

—Esta tontería con el tablero de ajedrez está volviendo loco a todo mi equipo —confesó Niall—. Estamos empeñados en cazar a ese bromista.—

—¿Y qué vamos a hacer con él cuando lo encontremos? —preguntó Jade con voz seca—. ¿Denunciarlo por retarme a una partida de ajedrez?—

—Es más serio de lo que opinas —contraatacó el hombre mayor—. Ese vestíbulo está en una zona privada justo al lado de tu despacho, sin embargo, alguien entra y sale siempre que quiere. Es un fallo grave de seguridad. Miré el tablero esta tarde, pero no sabría decir si alguna pieza ha cambiado de posición.—

—No te preocupes por eso —lo tranquilizó Jade—. Yo lo sabré de inmediato.—

Entre otras cosas, porque jugaba contra un oponente muy innovador, que utilizaba la partida para llamar su atención. El culpable sólo podía ser un miembro ambicioso de su equipo directivo, que quería impresionarlo con su destreza para la estrategia.

* * * * *

La joven estaba tan ocupada mirando a Perrie que casi tropezó con una silla al salir de la cafetería.

—Eres fantástica para el negocio —el rostro redondo y amable de Tulisa Contostavlos se iluminó con una sonrisa. Era una morena de cuarenta y un años, y dueña del negocio—. Todos los hombres quieren que les sirvas tú. ¿Cuándo vas a elegir a uno con quien salir?—

—No tengo tiempo para novios —Perrie forzó una risa y sus ojos azules se velaron para ocultar la inquietud que le provocaba la pregunta.

Tulisa, contemplando a la joven ponerse la chaqueta para irse a casa, contuvo un suspiro. Perrie Edwards era una despampanante rubia de sólo veinticinco años, pero vivía como una ermitaña.

—Siempre podrías hacer hueco a alguno. Sólo se es joven una vez. Lo único que haces es trabajar y estudiar. Espero que no te preocupe esa historia del pasado y cómo explicarla. Eso ya quedó atrás.—

Perrie controló el deseo de decir que el pasado estaba siempre con ella, físicamente como una lívida cicatriz en la espalda, emocionalmente en sus pesadillas nocturnas y ensombreciendo incluso sus días con una sensación de inseguridad. Sabía que cuando alguien era desafortunado no hacía falta que hiciera nada malo para perderlo todo. Su vida había tomado un curso dramático a los dieciocho años. Ella no había hecho nada para provocar la situación, la calamidad había saltado sobre ella de repente, casi destruyéndola. Había sobrevivido, pero la experiencia la había cambiado. Antes había sido segura, abierta y confiada. También había tenido fe en la integridad del sistema judicial y en la bondad esencial inherente a los seres humanos. Cuatro años después, esas convicciones no se habían recuperado del vapuleo sufrido y ella prefería retraerse en sí misma antes de dar pie a más dolor y rechazo.

—Ya quedó atrás —murmuró Tulisa. Perrie era más alta que ella y tuvo que estirar el brazo para darle un suave apretón en el hombro—. Deja de pensar en ello.—

Bueeeeeno, aquí estoy con una nueva historia. Los leo.

De traición y otros tropiezos || Jerrie (G!P) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora