Capítulo 10

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Ante la propuesta de asesinar a su excompañero, Bellatrix miró a Hermione con cierta sorpresa. Pero bastante segura de que la chica tenía el juicio nublado y no sabía lo que decía.

-Aunque lo haga yo, si descubren que nos hemos tomado la justicia por nuestra cuenta, iremos a Azkaban las dos –respondió con calma-. ¿Vas a correr ese riesgo?

-Sí -respondió al instante-, prefiero una vida en la cárcel que la libertad sabiendo que eso sigue vivo en alguna parte.

"Eso lo dices porque no has estado..." masculló la morena. Aún así, le dedicó otra mirada escrutadora para comprobar si realmente sentía sus palabras. Finalmente se encogió de hombros, guardó su varita y contestó:

-Sabes que no puedo lanzar ninguna de las maldiciones imperdonables.

La chica lo sabía pero en ese momento no recordaba nada, ni siquiera el corte en su cuello que seguía sangrando. El cerebro solo le decía que su deber para con la humanidad era acabar con aquello. Así que sin pensarlo para no arrepentirse, le alargó su propia varita. La mujer la aceptó con la mano temblorosa de la emoción, temiendo que fuera una trampa o alguna prueba para encerrarla de nuevo. Hermione notó que la miraba a los ojos y entraba en su mente. No había tenido tiempo de aprender oclumancia y aunque supiera, habría sido inútil contra esa adversaria. Por tanto, despejó sus pensamientos de toda barrera. Sintió una presencia casi imperceptible que a los pocos segundos desapareció. El hombre-lobo había abierto el ojo que le quedaba y se retorcía sin éxito contra sus ataduras. Dio igual. La bruja ya estaba decidida. Llevaba tiempo soñando con eso.

-Ya que nos arriesgamos a ir a la cárcel, voy a disfrutar antes... -murmuró la duelista para sí misma.

Hermione estaba demasiado aturdida para entender de qué hablaba. La expresión de horror del animal dedujo que él sí adivinaba lo iba a suceder. La chica lo averiguó cuando vio que la luz que salía de su propia varita no era verde sino roja. Por mucho que le hubiese torturado durante el duelo, un crucio de la bruja oscura alcanzaba otro estadio del dolor. Y así fue. Greyback empezó a contorsionarse de forma antinatural, como si mil agujas al rojo vivo penetraran por cada poro de su piel. Hermione se quedó paralizada del horror: ¡nuevo material para sus pesadillas! La slytherin, sin embargo, se mordía el labio inferior intentando contener el placer. Tras lo que pudo ser un minuto entero, bajó la mano. Tanto la bestia como la joven suspiraron aliviados.

-¡Qué demonios! ¡A saber cuándo voy a volver a disfrutar así! -exclamó Bellatrix pensándolo mejor- ¡Crucio!

Greyback empezó a arañarse a sí mismo como si el dolor externo fuese a mitigar el suplicio que experimentaban su cerebro y sus entrañas. Hermione tenía la garganta seca y temblaba más que el sauce boxeador. Eso lo estaba causando su varita. Ya nunca podría volver a sujetarla igual. Necesitaba terminar ya.

-¡Mátalo, mátalo de une vez! -le suplicó a la bruja oscura.

La mortífaga ni siquiera la escuchaba. Tenía los ojos cerrados y ladeaba la cabeza ligeramente, como un drogadicto que se inyecta un chute tras meses de abstinencia. El éxtasis era pleno.

-¡Para! -le ordenó Hermione- ¡Detén la maldición, no te he dejado mi varita para que...!

La bruja abrió los ojos. El fuego provocado por el placer se mezcló en sus pupilas con la ira por ser interrumpida.

-¡NI SE TE OCURRA DARME ÓRDENES, SANGRE SUCIA! -bramó con su famoso tono de mortífaga.

Hermione retrocedió. Quería llorar. Sentía miedo por tantas causas diferentes que no sabía ni cómo reaccionar. ¿Y si cuando Greyback perdiera la cabeza -para lo que no parecía faltar mucho- continuaba con ella? ¡Cómo podía haber sido tan tonta de dejarle su varita! Pensó en salir corriendo aun sin conocer la dirección. Pero no pudo. Se sentía completamente paralizada. Le había fallado a McGonagall y a todos sus amigos, debió escucharlos: la mortífaga estaba igual o peor que en sus tiempos de lugarteniente.

Mientras dure la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora