Capítulo 14

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Hermione no recibió respuesta de Bellatrix. Como las semanas previas, apenas la vio. Si se cruzaban por el pasillo la morena no le dedicaba ni una mirada, siempre parecía hallarse muy lejos de la realidad. No es que contara con ningún tipo de reacción, pero sí lo deseaba. Primero pensó que con la vida que había llevado, nadie habría tenido nunca un gesto amable con ella; no estaría acostumbrada a recibir obsequios y no sabría cómo responder. Pero posteriormente calibró que probablemente habría tenido decenas de amantes dispuestos a regalarle su propio unicornio. Aunque para ella los bombones fuesen muy caros, para la slytherin representarían poco más que una tostada. No obstante, por lo poco que la vio y lo que cotilleaban sus compañeros, Bellatrix parecía más feliz de lo habitual. No creyó que fuese por su causa. Una tarde descubrió el motivo.

Esa tarde no tenía que impartir ninguna clase, así que tenía previsto corregir trabajos. Se dirigía a la sala de profesores cuando recibió una nota con una de las lechuzas de mensajería interna. Estaba escrita con letra apresurada e irregular en un pedazo de papel arrancado de cualquier forma. El mensaje era breve:

Hermione, me ha surgido un imprevisto y debo ausentarme. Puedes dar mi clase de las 17 h. con sly/huf.

Gracias, Rolanda.

La joven lo releyó varias veces con incredulidad. Se llevaba bien con Hooch a pesar de su mordacidad. Pero desde que fue alumna suya hacía diez años, no había sido participe de una clase más de vuelo. A otros profesores sí que los había asistido cuando fue ayudante de McGonagall; Vuelo y Defensa contra las Artes Oscuras eran las únicas asignaturas que nunca le gustaron (Adivinación ni lo consideraba). Quizá porque fueron las únicas en las que no fue la mejor. Ni le gustaba el quidditch ni solía volar con sus amigos; ni tan siquiera tenía escoba propia... Así que sabía cómo hacerlo pero no cómo enseñarlo a niños de once años.

Y no solo su escasa formación le molestó: también el hecho de que su compañera no se lo pidiera. Aunque había usado una fórmula interrogativa, no había colocado ningún signo que así lo demostrara. Era una afirmación como las que solía hacer Hooch sabiendo que la obedecerían. O que la obedecería ella porque -junto con Mirelle- era la más dispuesta e inocente. Sacudió la cabeza. No quería perder su buena fama ante los alumnos y quedar como una profesora mediocre. Cualquier otro docente podría sustituirla mejor. Con esa idea, se encaminó al despacho de la directora.

Cuando llegó ante la gárgola que protegía la escalinata de acceso, abrió la boca para murmurar la contraseña. No hizo falta: la escultura se movió sola. Alguien salía. Con aspecto nervioso y el rostro ligeramente sofocado pero sonriente como siempre, apareció la francesa.

-¡Hola, Herms! ¿Qué tal va todo? -le preguntó Mirelle con alegría.

No esperó una respuesta. Se giró y se metió a un aula cercana que Hermione sabía que estaba vacía. La chica se encogió de hombros, si es que no tenía ni un compañero normal... Subió las escaleras pero antes de llegar al despacho se detuvo. McGonagall no estaba sola, discutía con alguien.

-¡Me gustaría saber qué se te pasa por la cabeza, de verdad que me gustaría! -exclamaba la escocesa soliviantada- En todos mis años de enseñanza jamás había...

-Oh, por favor, Minerva, no te pongas así, ¡no es para tanto!

Hermione reconoció al instante a quién pertenecía esa voz. Se quedó inmóvil entre el pánico y la curiosidad.

-¡¿Cómo que no es para tanto?! En primer lugar, te has colado en mi despacho, ¿te das cuenta de que eso es...?

-No es cierto. Me dijiste que viniera a recoger el parte y no estabas. Así que he entrado para esperarte aquí, en el pasillo hacía frío.

Mientras dure la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora