Prefacio

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2011, Octubre 19.

El viento soplaba despacio provocando que las cortinas de la habitación oscilaran creando ondas fantasmales. Rachel se estremeció. Llevaba horas intentando dormir, se movía de un lado a otro, sin mucho éxito.

Las almohadas y cojines descansaban sobre la alfombra color beige, los había tirado al suelo junto con su móvil; éste rebotó y quedó debajo de la cama.

Se sentía inquieta. No se podía explicar el porqué de aquella sensación, le dolía el pecho, sentía una enorme presión que le impedía respirar con normalidad y su corazón latía violentamente.

Finalmente se puso de pie, pasó una de sus manos desde su cuello hasta su pecho intentando aliviar esa terrible impresión que tenía de no poder respirar y masajeó esa zona de su cuerpo. Respiró hondo; sí, sus pulmones funcionaban perfectamente y no había dolor.

Resopló.

Se calzó unas sandalias, se puso un suéter, se acomodó el pantalón de su pijama y bajó en busca de agua esperando que ayudara un poco para tranquilizarse.

Buscó a tientas el barandal que conducía hacía la escalera. Todo estaba demasiado oscuro; sus ojos tardaron en adaptarse a la oscuridad del pasillo. Maldijo en voz baja cuando estuvo a punto de tropezar con unos zapatos y prometió que en cuanto amaneciera iría a alguna tienda a por focos. Ese pasillo llevaba meses sin iluminación, los focos se habían fundido y por algún motivo u otro no habían podido cambiarlos. Bajó las escaleras despacio temiendo que en cualquier momento pudiera dar un mal paso y caer. Tomó una bocanada de aire y se obligó a sí misma a calmarse.

Siguió bajando totalmente concentrada en no caer así que no escuchó las voces procedentes de la planta de abajo. Llegó al pie de las escaleras y entonces fue cuando se percató de que había personas hablando muy cerca de ahí. Aguzó el oído esperando poder oír mejor y sólo alcanzó a distinguir la voz amortiguada de su padre a través de la puerta de su despacho.

Pensó que quizá estaría ocupado con algún cliente así que avanzó hacia la cocina, pero se detuvo al comprender que era demasiado tarde como para que su padre estuviera atendiendo a alguien, incluso si eran negocios su padre prefería hacerlo en horarios de trabajo y además en la oficina; muy rara vez le pedía a algún cliente que se vieran en su casa, «Por seguridad» era lo que decía. Se mordió el labio inferior mientras se debatía interiormente sobre si debía irse a la cocina o por el contrario acercarse a escuchar. Miles de veces antes su padre le pedía que por favor se mantuviera alejada mientras él atendía algunos asuntos y ella desde muy pequeña había obedecido esa regla, pero al parecer pensaba que a los dieciocho era una excelente edad para empezar a romper las reglas; además sentía curiosidad.

«La curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo revivió.»

Mientras avanzaba hacia la puerta la adrenalina corría por sus venas: no podía creer que estuviera a punto de ir y escuchar a hurtadillas lo que su padre hablaba con aquella otra persona. De pronto pensó que quizá podría tratarse de una mujer.

« ¿Y si están en medio de un momento íntimo?», pensó. Pero esa idea no la detuvo. Al contrario, avanzó aún más decidida. Se paró a un lado de la puerta y estuvo atenta.

No se oía absolutamente nada. Esperó y al poco tiempo la plática se reanudó. No podía oír con claridad lo que decía la otra persona, pensó qué o hablaba muy despacio o qué estaba cerca de la ventana. La voz de su padre se oía temerosa; eso la alarmó.

—Dígale que me dé solo un poco de tiempo... Sí, comprendo pero... No, yo no tengo nada que ver con él, se lo juro...

El silencio se hizo presente de nuevo. Rachel se puso tensa, sus vellos se erizaron haciendo que se le pusiera la piel de gallina. Una ráfaga de aire entro por la puerta principal, cruzó el vestíbulo haciendo que la puerta del despacho se abriera por completo, al parecer no la habían cerrado del todo bien.

Rachel no pensó en porqué la puerta de la entrada estaría abierta. Por ahora tenía otros asuntos por los cuales preocuparse.

Contuvo la respiración creyendo que quizá la habían visto. Escuchó unos pasos que se acercaban y de inmediato retrocedió. Alguien medio cerró la puerta.

Agradeció al cielo el hecho de que no la hubieran visto. Esperó de nuevo y cuando creyó que ya había pasado un tiempo considerable se acercó otra vez para oír. Ahora que la puerta estaba entreabierta podía apreciar mejor el interior. Había lo que parecía la silueta de un hombre que estaba frente a su padre quién se encontraba detrás de su escritorio, todo estaba a oscuras salvo por la pequeña lámpara que ocupaba su padre para cuando escribía, y ahora para que le alumbrara el rostro.

Se oyeron unos cuantos susurros y entonces el semblante de Paul Anderson—el padre de Rachel—decayó; su expresión cambió. En su rostro estaba reflejada una máscara de verdadero horror. Rachel lo miró expectante. ¿Qué estaba ocurriendo?

Quería saber porque su padre estaba así de asustado. Miró a la persona que estaba frente a su padre y entonces supo la razón: tenía un arma.

—No, por favor, tengo una hija —rogó su padre.

Y de pronto se oyó un disparo.

Rachel se sobresaltó. Exclamó un grito ahogado, casi insonoro.

Retrocedió y trastabilló un poco. Oyó un golpe seco, y no necesitó mirar para saber que era el sonido que emitió el cuerpo de su padre al caer al suelo. Se quedó petrificada del miedo. Escuchó unos pasos procedentes del despacho y por unos momentos no supo que hacer. Sabía que debía irse a ocultar o si no ese tipo la vería y también la mataría. Cuando la puerta se abrió, Rachel alcanzó a agacharse, arrastrarse y ponerse detrás de un sillón que estaba cerca de ella.

Del despacho salió un hombre. Ella asomó su cabeza, debido a la oscuridad solo pudo ver su sombra, caminó hacia la puerta con rapidez y se fue.

Rachel rompió en llanto, las lágrimas corrían por su rostro y bajaban por su cuello perdiéndose en el interior de su blusa.

Salió de su escondite y corrió hacia donde estaba su padre. Los quejidos y jadeos moribundos de Paul hicieron que su corazón se contrajera.

Se acercó a él despacio. La mirada de éste se clavó en la de Rachel. Sus ojos llorosos la miraban con temor. Susurró un "perdóname". Dejó caer su cabeza y su mirada se extendió hacia un lugar lejano, un lugar del cual ya no iba a regresar.

Los sollozos de ella se volvieron incontrolables. Su padre, su razón de vivir, su ídolo; estaba tendido en la alfombra, sin vida. Los ojos de Rachel se llenaron de rabia al revivir, en su mente, momento en que aquel desconocido le arrebataba la vida. Buscó desesperadamente su móvil en los bolsillos de su suéter, necesitaba llamar a la policía, quizá el asesino no estaba tan lejos.

Pero fue inútil, su móvil no estaba en el suéter, de hecho, estaba debajo de su cama.

El dolor de Rachel era cada vez más fuerte. La estaba consumiendo. Pero dentro de ella también había ira y odio. ¿Quién habría sido capaz de semejante monstruosidad? ¿Quién había matado a su padre?

No lo sabía, pero no descansaría hasta encontrarlo y darle muerte. Cobraría venganza en nombre de Paul Anderson.

REVENGE (+18) ||TERMINADA||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora