21: Memorias.

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Era verano. Jeannette tenía apenas doce años cuando salió a comprar con su hermano Héctor, pues los días anteriores había logrado ganar algo de dinero haciéndole recados a la vecina rica del pueblo; había paseado a su perro, limpiado su casa, regado las plantas, cosido las prendas que le pedía, planchado la ropa y lavado la ropa a mano (la mujer decía que no le gustaban las lavadoras, que mejor por el método tradicional). Su espalda aún estaba algo dolorida por el esfuerzo que había realizado fregando las escaleras de la enorme casa, pero estaba inmensamente feliz de que por lo menos podría comprar algunos víveres.

Además, también estaba contenta de que su hermano se encontrara algo mejor. El niño había tenido bastante fiebre y no había podido ni asistir a la escuela (cosa extraña en él. A Héctor le encantaba aprender muchas cosas allí). Por suerte, ahora acompañaba a Jean agarrado de su mano al supermercado, pues su enfermedad se había extinguido a base de caldos aguados calientes y reposo en mantas tejidas por ella misma.

Héctor la miraba mientras ella caminaba, con su melena chocolate recogida en una coleta poco perfecta. Jeannette tenía unos ojos verdes muy hermosos, con un brillo apagado que solamente él sabía prender. Y en realidad era fácil, solamente la tenía que hacer reír con alguna de sus tonterías. El niño de siete años se quedó pensando unos segundos, antes de hablar a su hermana.

—Nettie... —musitó, estirándole del brazo varias veces. A veces su hermana se perdía en sus pensamientos y había que traerla de vuelta a la Tierra.

—Dime, Héctor —le contestó la niña, girándose hacia él, pero sin dejar de caminar. Quería llegar pronto para poder coger pan.

—¿Crees que mamá volverá pronto? —esa pregunta sí que la hizo frenar en seco, como si el niño hubiera dicho el mayor de los pecados. Mamá. Aquellas dos sílabas que tanto le dolían, que cada vez que se recitaban era como hurgar en una herida que sangraba cada vez más.

Hacía tres días que no sabían nada de Mila. Ella había salido una mañana de casa, con ansias y... de momento no había vuelto. Jeannette tenía algo de miedo porque su madre no pasaba más de un día fuera. Ella siempre volvía. Siempre. Su mente no paraba de divagar en si le había pasado algo o si acaso los había abandonado... borró aquello último de inmediato. Su madre no era la más perfecta (ni de lejos), pero nunca los abandonaría.

—Pues, seguramente se haya encontrado con unas amigas y la habrán invitado a quedarse en su casa. Ya sabes que mamá conoce a mucha gente por los otros pueblos y tiene que ir a visitarlas para que sigan siendo amigas —mintió la castaña chocolate, con una sonrisa.

—Pero... León no vendrá con ella, ¿verdad? —cuestionó el niño de siete años. A Jeannette se le erizó todo el vello al escuchar ese maldito nombre. Odiaba a su padre con toda su alma. Era un ser tan malvado y despreciable que lo único que podía producir era un enorme asco.

—No te preocupes Héctor, León no te hará nada porque yo no se lo voy a permitir —el niño sonrió. Su hermana era la persona más valiente del mundo, parecía que el terror no existía para ella. Siempre lo protegía de todo, incluso cuando él lloraba por pensar que había monstruos en su habitación. Nettie siempre llegaba y se tumbaba a su lado, abrazándolo. A sus ojos, era la persona con menos miedo del planeta. Pero la realidad era otra completamente distinta.

Jeannette había conocido el miedo con todos los detalles que se puedan imaginar. Se había despertado con él, lo había abrazado y había dejado que sus largos tentáculos la rodearan tan fuerte que hasta la asfixiaban. La había ahogado en sufrimiento. Ella y el miedo se habían mirado fijamente a los ojos, retado y... llegó el día en el que no le temió nunca más. Había conocido su lado más oscuro, descubriendo que estaba dentro de ella todo aquel sentimiento. Así que lo desterró y ahora no había nada más.

Peligrosa ilusión (2ª Bilogía "Novelas peligrosas")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora