Capítulo 22

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Roger permanecía sentado en el suelo, inmóvil, observando una pequeña gota que caía constantemente de un grifo al otro extremo de la habitación. Era un lugar sucio. Habían latas y envolturas vacías por doquier, muebles viejos y la única fuente de luz provenía de un foco que colgaba del techo. No habían ventanas que permitieran el paso de los rayos del sol ni tampoco puertas que conectaran con otras habitaciones, salvo una pequeña reja que funcionaba como entrada y salida.

A pesar de ser la única persona en la habitación, Roger tenía las manos atadas a su espalda, mientras que su tobillo derecho, magullado ya por los vagos intentos de liberarse, era aprisionado por una cadena gruesa y oxidada que se extendía un par de metros hasta llegar a un tubo que sobresalía de la pared contraria, asegurada con un candado.

No tenía escapatoria, y para variar, no estaba seguro de lo que iba a ser de él. Todo estaba mal, demasiado mal, y lo único que podía hacer en esos momentos era soltar lágrimas silenciosas, arrepentido por todo lo que había sucedido. Su pecho y garganta dolían demasiado como para seguir protestando, pero estaba convencido de que eso no era castigo suficiente.

«Lo lamento tanto, Brian», se decía una y otra vez, con el rostro bañado en lágrimas. «Ojalá algún día puedas perdonarme.»

24 horas antes.


Cuando Brian dejó la casa, Roger fue directamente a la habitación de ensayos para dar un vistazo a las últimas composiciones del más alto. Su habilidad para leer tablaturas no era muy buena, pero había mejorado bastante en los últimos días gracias a Brian, quién al volver de la universidad, se empañaba en darle una pequeña explicación para que no estuviera tan perdido.

La guitarra le gustaba, pero algo dentro de él le decía que ese jamás sería su fuerte.

No obstante, Brian también sabía escribir partituras y eso era algo que a Roger no se le dificultaba tanto, pues de pequeño había recibido clases de música y era obligatorio saber leerlas, aunque al final terminó por tocar la batería y sus partituras eran un poco diferentes a las convencionales.

Pasó un buen rato encerrado en la habitación leyendo y tarareando algunas canciones, hasta que le pareció escuchar un ruido afuera de la casa. Extrañado, caminó hacia la ventana y se asomó para ver de qué se trataba, pero al no ver nada fuera de lo común, se alzó de hombros y mejor cerró la ventana.

Volviendo a sus asuntos, comenzó a husmear en los vinilos que Brian tenía en una repisa y sonrió al darse cuenta de que seguía sin aparecer el álbum de los Rolling Stones que le había ganado aquella vez en la tienda de música.

—Yo ya lo tengo —dijo imitando la voz de Brian, sin molestarse en borrar su sonrisa—. Mentiroso.

Otro golpe sonó por segunda ocasión, haciendo que Roger dejara los discos en paz. Lentamente caminó hacia la puerta de la habitación y la abrió.

Ahora estaba completamente seguro de que había sido dentro de la casa.

—¿Brian? —se animó a preguntar, pero nadie respondió—. Brian, ¿eres tú?

Nuevamente silencio.

Por un momento, Roger pensó en llamar a la casa de John para avisar lo que estaba sucediendo, pero... ¿Y si estaba exagerando? Brian ya había hecho suficiente por él, no quería causarle más preocupaciones ni parecer un cretino que solo quería mantener al chico encerrado en la casa con él. Brian merecía pasar esa noche lejos de sus propios problemas, así que llamarlo no era una opción.

Tomando una gran bocanada de aire, Roger se armó de valor y comenzó a bajar lentamente las escaleras para averiguar qué estaba sucediendo. Al llegar a la planta baja, observó que tanto la puerta principal como la del patio trasero estaban cerradas, tal y como Brian las había dejado a la hora de partir. Después, se dirigió a la sala de estar para revisar, pero el resultado fue el mismo. El único lugar que faltaba por inspeccionar era la cocina, así que caminó hacia allí sintiéndose más tranquilo.

Sirio [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora