Capítulo 30

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John jamás imaginó que en algún momento de su vida, en vez de estar disfrutando de la casa sola para beber como si no hubiera un mañana y vaciando el refrigerador, se encontraría persiguiendo a una camioneta que, para colmo, acababa de secuestrar a uno de sus mejores amigos.

Por suerte las luces del auto no lo habían vuelto a traicionar, mas no estaba seguro de poder seguir controlando el volante ya que las manos le temblaban y a cada rato se desviaba del camino, listo para estrellarse contra algún poste u auto estacionado que estuviera por ahí.

La camioneta finalmente se detuvo frente a un edificio viejo y descuidado y John hizo lo mismo a una distancia prudente. Su corazón latía con fuerza y sentía el rostro mojado, pero no estaba seguro si se trataba de sudor o de lágrimas.

Varios hombres bajaron de la camioneta y dos de ellos se encargaron de arrastrar a Brian fuera de ella. John ahogó un grito.

«¿Por qué no se mueve?» se preguntó alterado. «¡¿Por qué?!».

Los hombres entraron al edificio junto con Brian y la calle volvió a quedarse vacía. John buscó desesperado a través de la ventana algún indicio que le ayudara a identificar en dónde demonios estaba, pues desconocía por completo aquella zona de la ciudad y la falta de alumbrado público solo empeoraba las cosas.

Continuó buscando en ambos lados de la calle hasta que por fin encontró el nombre en una pequeña placa sobre uno de los muros de lo que parecía ser un edificio abandonado.

Walter St.

John tomó nota mental y se acercó cautelosamente con el auto al edificio donde tenían secuestrado a Brian.

—El número... En dónde está el maldito número...

Por desgracia, el edificio no tenía número de registro, pero estaba frente a una tienda de ropa de segunda mano y eso podía servir como referencia para dar aviso a las autoridades, pues enfrentarlos él mismo sin respaldo alguno parecía una completa estupidez.

Un suicidio.

Se echó de reversa sobre la misma calle y emprendió a toda velocidad rumbo a su casa. No quiso detenerse en ninguna cabina telefónica para llamar a la policía debido a que no quería perder más tiempo. Lo mejor era ir directamente a un lugar seguro y confiable.

Y así fue como el trayecto de veinte minutos se convirtió en uno de tan solo cinco. John no supo cómo lo logró, pero agradeció no toparse con algún otro auto que entorpeciera su misión.

Al llegar a su destino, estacionó el auto a la mitad del jardín y entró a la casa como alma que lleva al diablo. Ni siquiera se molestó en encender las luces; simplemente subió las escaleras de dos en dos y se encerró en la habitación de sus padres, que era donde estaba el teléfono.

Con manos temblorosas, descolgó la bocina y giró el disco de marcación con los tres números de emergencia, sin embargo, la línea estaba muerta.

—No... —John volvió a girar el disco pero el resultado fue el mismo—. ¡No!

A borde del llanto, lanzó el teléfono al piso y se jaló los cabellos con desesperación. Por cada minuto que pasaba sin hacer nada la vida de Brian corría peligro y no podía permitirse seguir perdiendo más el tiempo.

Maldijo entre dientes por no haber querido pararse en una cabina telefónica para llamar, pero ahora no tenía más remedio que salir a buscar una. Era su única opción, aunque lamentablemente la cabina más cercana quedaba a diez minutos de su casa, a un lado de la parada de autobús que lo llevaba a la universidad.

Sirio [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora