Capítulo 31

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Se hallaba tumbado boca abajo, completamente solo, escuchando un silbido similar al que hace el viento cuando sopla fuerte. Algo le hacía cosquillas en la cara y en la espalda sentía una calidez abrumadora, parecida a la que brindan los rayos del sol en primavera cuando el día está muy bonito y los jóvenes deciden pasar la tarde recostados en el césped de algún parque para charlar y pasar el rato.

Se quejó por lo bajo, incómodo por la posición, y poco a poco alzó la cabeza para ver en dónde estaba. Al principio le costó adaptarse a la luz, pero después de pestañear varias veces, logró darse cuenta de que se encontraba en una hermosa pradera.

Flexionó las rodillas y apoyó ambas manos en el césped para ponerse de pie. No tenía idea de cómo había llegado hasta ahí, siempre aparecía en un lugar diferente aunque nunca podía rememorar el paraje anterior con exactitud, pero la tranquilidad era tan reconfortante que por el momento no quiso hacerse demasiadas preguntas.

Bajó la mirada a su pecho para sacudirse el césped que estaba pegado en su ropa y se sorprendió al ver que tampoco reconocía el atuendo que traía puesto: una camisa de manga corta color azul cielo y unos pantalones blancos. No llevaba calzado, por lo que la hierba le picaba las pantorrillas y las plantas de los pies.

Cerró los ojos y levantó la cara hacia el cielo, disfrutando de la cortina de sol que le bañaba el cuerpo por completo. Tenía la sensación de haber pasado demasiado frío anteriormente, así que quería disfrutar el clima al máximo.

Minutos más tarde, volvió abrir los ojos y comenzó a caminar para admirar el paisaje a mayor detalle. Habían gramíneas, margaritas, dientes de león y un centenar de flores silvestres que cubrían el lugar en toda su extensión. A lo lejos, las copas de los árboles se agitaban suavemente por el viento que soplaba en diferentes direcciones.

Todo era tan hermoso y pacífico que no le importó que su mente estuviera en blanco. Jamás se había sentido tan despreocupado, tan libre, que lo único que deseaba en esos momentos era aspirar el aire puro y continuar explorando el lugar.

El viento volvió a soplar, esta vez por detrás, y le echó todo el cabello sobre la cara. Lejos de sentirse irritado, soltó una sonora carcajada y sacudió la cabeza para permitir que el viento agitara su cabello por completo. Las flores también se sacudieron al mismo ritmo que él y eso lo puso muy feliz, así que se inclinó levemente sobre ellas para acariciarlas con la punta de sus dedos.

—Son muy bonitas, ¿verdad? —dijo una voz a sus espaldas, haciendo que su mano quedara flotando en el aire.

Se quedó paralizado.

En ningún momento se percató de que alguien más anduviera merodeando por ahí. La pradera lucía tan solitaria que, si otra persona se hubiera acercado desde cualquier otro punto, lo habría notado al instante.

No obstante, el que hubieran irrumpido su tranquilidad a la mitad de tan hermoso paisaje no era lo que le había puesto los pelos de punta, sino más bien que aquella voz le resultaba bastante familiar. Era una voz que había estado presente durante una larga etapa de su vida, pero que había dejado de escuchar desde hacía varios años.

El viento silbó en sus oídos y poco a poco se irguió hasta que las flores estuvieron lejos de su alcance. Su corazón latió con fuerza y su cuerpo se estremeció. Debía girarse si quería averiguar de una buena vez si sus suposiciones eran ciertas, así que tomó una amplia bocanada de aire y lentamente se dio la vuelta para enfrentar al intruso.

Entonces, se llevó una mano a la boca y ahogó un grito de asombro.

—¿Mamá? —preguntó con los ojos cristalizados, y la mujer le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.

Sirio [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora