28 - Calma

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A esta altura, ya es casi costumbre que en cuanto cruzan la puerta de la habitación, la espalda de una de ellas termina contra la puerta y los labios conectan, sin despegarse hasta que les gane el hambre, el sueño o las responsabilidades académicas, lo que pase primero.

Llegando de almorzar un sábado a las dos de la tarde, lo más probable es que ninguna de las tres cosas suceda pronto.

Y esta vez es Elsa la que lleva la iniciativa y sujeta a Anna que, en realidad, tampoco opone resistencia.

Conforme la primavera ha hecho acto de presencia, el grosor de las telas y el largo de las prendas ha ido dejando la piel más vulnerable a los roces y, con ellos, a un sinfín de sensaciones nuevas.

Así que cuando una mano de Elsa sube desde la cadera y se desliza casi sin querer por debajo de la blusa de Anna, rozando apenas un centímetro por encima de la cinturilla del pantalón, las respiraciones de ambas se entrecortan, los labios tropiezan, la cabeza de Anna se apoya en la puerta y la rubia comienza con su boca un camino descendente por el cuello de su compañera.

No puede evitar la embestida de su cadera contra la de Anna. Y en ese mismo instante siente el gemido de la pelirroja reverberar en su garganta, contra sus labios, y sonríe.

Bendita blusa y sus botones, que entre tanto movimiento ha quedado con un botón más abierto y le da a Elsa un poco más de terreno para explorar.

Y sigue bajando hasta que, llegando a la altura de su esternón, siente que Anna se tensa y empuja sus hombros levemente.

Se detiene de inmediato y se aparta, buscando su mirada. Pero Anna tiene los ojos cerrados con fuerza y respira con dificultad.

"¿Anna? ¿Estás bien?" pregunta, preocupada. La pelirroja niega con la cabeza y Elsa da un paso atrás para darle espacio, manteniendo una mano en su hombro y otra en su mejilla, ambas haciendo pequeños movimientos para calmarla.

"Me... me acordé de... de..." tartamudea. Traga saliva. "En el callejón..."

Mierda.

Elsa la guía hasta la butaca del escritorio y se dirige a la cocina para servirle un vaso de agua.

"¿Has hablado de esto con alguien más? ¿Has buscado ayuda?"

Anna niega con la cabeza y respira profundo un par de veces antes de tomar el vaso que Elsa le extiende.

"No, pero empiezo a pensar que debería hacerlo..."

La rubia acerca la otra silla y se sienta frente a ella. Anna vuelve a tomar aire y continúa.

"No quiero que pienses que rechazo tu contacto," explica. "Es sólo que por momentos es mucho..."

Elsa sonríe.

"Sigamos con lo que se siente bien, entonces. Puedes confiar en mí," promete.

Y por el suspiro que deja escapar Anna, puede deducir que esa promesa le da calma.

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