35. Bailando

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Villamil 

Tres días pasaron desde la desastrosa cena con los papás de Mariana, estaba evitando a toda costa encontrarme con ellos porque no quería causar más discusiones y sabía que mi presencia induciría a eso. Sin duda sus palabras me habían ofendido pero decidí que no iba a importarme o preocuparme, Mariana era adulta y no dejaría que sus padres se entrometieran en su vida, por lo mismo solo nos habíamos visto fuera de su casa por los pasados tres días. Los chicos estaban enterados de la presencia de mis suegros y les parecía graciosa la situación ya que claramente me habían tratado como si fuera un pobre vago y no lo era. Al mismo tiempo me insistían en que los enfrentara para demostrarles quien era realmente, me parecía una mala idea pero el poder de convencimiento de mis amigos era tremendo y me encontraba frente al apartamento de mi novia nervioso por lo que podía pasar.

- Que sorpresa tu por acá – se sorprendió Mariana cuando me vio.

- Te extrañaba.

- Pues adelante, estás en tu casa.

- Estas de buen humor – comenté ante su sonrisa -. ¿Paso algo?

- De hecho si, el chico que me gusta me vino a ver de sorpresa.

- Que suertuda – nos dimos un beso tierno y recordé a lo que venía -. ¿Están tus papás? Me gustaría hablar con ellos.

- Afortunadamente no – sonrió -. Se fueron esta mañana a la finca de unos amigos y no creo que vuelvan pronto.

- Lástima.

Una lástima repitió sobre mis labios dejando un beso que rogaba un poco de intimidad, algo torpes nos fuimos hasta su habitación y aunque no había ido con esa intensión hasta su apartamento, no iba a negarme. Entre risas me ayudo a quitarme todo lo que traiga puesto, la chaqueta, el suéter, la camisa y una camiseta; ¿Por qué estás tan abrigado? No hace frio me preguntó tentada, me encogí de hombros y continuamos con lo que teníamos por delante. Cuando acabamos recosté mi cabeza sobre su vientre desnudo mientras ella acariciaba mi cabello. Sus manos estaban heladas.

- ¿Cuándo te vas? – susurró para no romper la tranquilidad.

- En unas semanas, aún tenemos mucho tiempo.

- Se siente diferente estar en una relación a distancia, es como si cada momento que pasamos juntos valiera más.

- Se disfrutan más todos los momentos pero la nostalgia es una mierda.

- No sé si alguna vez te lo dije pero cada vez que tienes que irte, lo que más extraño es el sonido de tu risa y ver como tus ojos se vuelven chinitos de felicidad – confesó.

- En cambio yo, extraño todo de ti...hasta tus ronquidos.

- Yo no ronco – se defendió.

- Si lo haces, son muy leves y solo cuando hay completo silencio se pueden escuchar.

- Estás mintiendo – se removió para ponerse su ropa interior y una de mis camisetas que hace meses se había adueñado.

- ¿A dónde vas?

- Me entraron ganas de vino, ¿quieres?

Me puse mi ropa interior y la seguí hasta la sala, saco dos copas y nos servimos. Nos sentamos juntos en el sofá sin hablar de mucho, estábamos ahí disfrutando de la compañía del otro. Yo acariciaba sus piernas y ella mi torso. Sus manos ya no estaban tan heladas.

- Brindo por el hombre más hermoso que conozco...Y por ti también – bromeó.

- Que graciosa – me lanzó un beso al aire y rodeé los ojos -. Oye, ¿tus padres llegaran pronto?

- No te preocupes, no pueden decir nada. Es mi casa.

- Pero...

- Pero nada, disfrutemos de este momento a solas y olvídate del resto.

Dio un sorbo de vino, me quito mi copa y dejo ambas sobre una mesita al costado, la miré sin entender y se dirigió al estéreo.

-Ven, vamos a bailar – me tomó de la mano e hice una mueca -. ¿Qué?

- No quiero bailar, me da vergüenza.

- ¿Vergüenza? Si estamos solos.

Tomó su celular, Cuando nadie ve comenzó a sonar y solté una carcajada exagerada.

- No voy a bailar mi propia canción.

- ¿Por qué no?

- Porque es extraño – me excuse y ella ya se movía al ritmo.

- Vamos, no seas aburrido. No hay nada mejor que bailar con la música tan fuerte que ni siquiera escuchas tus pensamientos.

- Pero con otra canción – le pedí.

- No te escucho – gritó subiendo el volumen.

Mariana bailaba extraño para hacerme reír, prácticamente estaba gritando la letra de la canción y no le importaba hacer el ridículo frente a mí. El coro es la mejor parte gritó para terminar de convencerme. Al principio si me daba un poco de vergüenza aunque no sabía porque, si solo estábamos los dos y ella apenas me prestaba atención, estaba divertida bailando por todos lados. Maldita costumbre, No se va y luego Amor con hielo. Ella tenía razón, era divertido bailar sin importar lo que dijera el resto y solo la comodidad de su apartamento había logrado quitarme la timidez y vergüenza de hacer el ridículo. La última vez sonó y grité a todo pulmón, repito; grité porque esa canción siempre me traía buenos recuerdos y no podía no disfrutarla. Continuamos así por casi todas las canciones de mi banda, éramos dos locos enamorados bailando en ropa interior al ritmo de Morat y con tres copas de vino encima cada uno.

- Está tienes que cantármela – se abrazó a mi torso mientras el piano de 11 besos comenzaba a sonar.

- Pero yo no cantó esta canción.

- No importa.

Le cante once besos al oído mientras la voz de mi amigo me acompañaba de fondo, sentí su sonrisa pegada a mi hombro y tomé más confianza para continuar la canción. Terminó la canción y su sonrisa se hizo más grande, dejo un beso corto sobre mis labios.

- Lo sabía.

- ¿Qué sabias? – preguntó.

- Mi versión favorita de once besos es cuando tiene tu voz.

Entre risas nos besamos por lo cursi que estábamos siendo pero nos hacia felices estar así. Nada hacía presagiar que en unas semanas yo arruinaría todo. 

Soñarse De A Dos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora