27. Mentiras Blancas

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Villamil 

Un sentimiento de culpa se apoderó de mi al instante en que Mariana y los demás se alejaron, no era que yo estuviera haciendo algo malo pero había mentido, y por la manera en que ella me miraba con un atisbo de decepción y tal vez un poco de ira sabía que la había cagado. Mi primer instinto fue seguirla y explicar que estaba sucediendo pero Angela me necesitaba en ese momento, y no me pareció correcto abandonarla de manera precipitada. El día estaba perfecto lleno de colores y yo no podía evitar sentirme en tonos grises, aquella morena seguía clavada en mi corazón y haría hasta lo imposible para quedarse en el. Ella era ajena a todo lo que había sucedido minutos atrás, jamás había mencionado que estaba de novio con otra persona y mucho menos que empezaba a tener sentimientos fuertes por ella, para Angela yo seguía siendo el mismo de siempre, el mismo del que se había enamorado, y el mismo que alguna vez estuvo dispuesto a sacrificar todo por su amor. Y daba miedo, miedo porque no estaba seguro si eso había cambiado. Miedo porque no quería lastimar a Mariana. Miedo porque si ella seguía siendo parte de mi vida me arriesgaba a perder a una mujer hermosa. Miedo a perder todo. Miedo a la soledad. 

Angela me miraba pensante, ella me conocía y sabía que algo no andaba bien. Tomó mi mano y no la retire. Al menos no al instante. Cuéntame exigió con voz calmada y su mejor sonrisa. Y le dije todo. Le hablé de Mariana. De nuestra relación. De lo confundido que me sentía cuando ella aparecía. De mis miedos. Y no estaba seguro de que fuera una buena idea, Angela estaba intentando conseguir mi corazón nuevamente y le había dado la certeza del efecto que aun causaba en mi. Caminamos en silencio por unos minutos, se mordía el labio ligeramente y sus manos pasaban por su pelo. Un. Dos. Tres. Cuatro veces seguidas. La dejé en las puertas del hospital en que estaba internado su padre, me invito a subir pero ya era demasiado y me negué lo más amable que pude. 

Retomé el camino hasta casa de Mariana, era momento de solucionar las cosas y explicarme esperando que entendiera. Usualmente ella no era una persona impulsiva, ni mucho menos alterada por lo que entendía su tranquilidad de hace unas horas, solo rogaba que aceptara verme. Veinte minutos más tarde, luego de una caminata casi eterna me encontraba tocando a su puerta. Nadie atendía. Recordé que había unas llaves extra escondidas en caso de emergencias y las use para entrar al apartamento. Todo estaba tranquilo, y de no ser porque el bolso que estaba usando esa misma tarde estaba encima del sofá hubiese creído que no había nadie. Me adentre en su hogar, estaba recostada en su cama de espaldas a la puerta, aun llevaba su chaqueta y las zapatillas puestas. Intuí que esa había su única actividad luego de vernos, la culpa volvió. Mariana tenía un día bastante ocupado y entretenido planeado para hoy o al menos eso me había comentado por la mañana, para luego terminar la velada juntos poniéndonos al día. Pero claramente lo había arruinado, me estaba volviendo experto en hacer eso. Me quite la chaqueta de mezclilla y las botas cafés que tanto uso les había dado en los últimos dos años, espere que se volteara al sentir mi peso al otro lado de la cama. Noté su indiferencia y aunque no sabía si estaba despierta, estoy seguro que no sería mucho la diferencia. La abrace por la espalda apoyando mi mentón en su hombro, pude ver que tenía sus ojos abiertos pero miraban en dirección a la ventana que estaba parcialmente cubierta por unas cortinas muy delgadas. 

¿Era necesario mentir?

Mariana si no te lo dije fue porque no entenderías - traté de decir sin brusquedad. 

¿Qué cosa no entendería? ¿Qué tienes amigas a las que también quieres ver o que te juntas con tu ex novia a reírte de mi? 

Su voz no parecía molesta pero sin duda no estaba feliz, seguía sin mirarme. Pensé en múltiples excusas para salvarme de la situación pero ninguna era convincente, así que intenté con la verdad. Y tal como lo había echo con mi ex novia hace unas horas, le conté todo. Empezando por quien era Angela. Nuestra historia. Como y por qué terminamos. Y porque de repente habíamos vuelto a  tener comunicación. Me escuchó pacientemente, como solo ella sabía hacerlo. Le hablé de lo grave que estaba su papá en el hospital y que yo era su apoyo emocional por el momento. Le hablé también de lo que ella significaba en mi vida. Y también mentí, porque cuando su boca preguntó si aun tenía sentimientos por ella, juré y re contra juré que todo estaba en el pasado. Y era mentira. 

Odio que me mientas - replicó -. Siempre lo haces. 

No lo hago a propósito.

Sus ojos se desviaron, esa no era la respuesta que ella necesitaba. 

A veces lo hago para proteger a las demás personas. La verdad puede ser una mierda - dije con la esperanza de que entendiera. De que me entendiera. 

Sus gestos demostraban inseguridad, y sabía exactamente lo que estaba pasando por su mente. Se estaría preguntando cuantas veces le habría mentido en el tiempo que llevamos siendo novios. O incluso desde que nos conocemos. La verdad no eran muchas, al menos no eran cosas importantes, solo banalidades. Acaricié su mejilla para que fijara su vista en mi, veía la decepción. Había perdido una parte importante de la confianza que ella me había otorgado. 

Puede que la verdad sea una mierda - concordó - pero la mentira lastima. Y mucho. 

Soñarse De A Dos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora