Capítulo 45

149 13 2
                                    

Capítulo 45

LUCAS

Lo observé asombrado o la vergüenza poco a poco se adueñó de mi rostro. Sentía mis mejillas levemente sonrojadas, lo cual hizo reír a Gabriel.

―No has cambiado en nada, ¿eh?

Me crucé de brazos―. No es cierto ―me defendí.

Su sonrisa se torció, como si dijese que tenía razón. Muchos años habían transcurrido de la última vez que lo había visto, y a pesar de que me seguía sintiendo como aquel ingenuo niño, habían cosas que cambiaban. No sólo ambos éramos mayores, pero hasta era posible que nuestras personalidades cambiasen. Aunque algo me decía que Gabriel seguía siendo el mismo de siempre.

―¿Qué haces aquí? ―preguntó entonces. Era exactamente lo que le quería decir.

Tomé aire.

―Vivo aquí.

Frunció el ceño―. No. No vives en esta zona.

Cerré los ojos con fuerza un segundo y luego los volví a abrir―. Es cierto. Mi casa no está aquí. Pero vivo en la ciudad hace un par de años. La pregunta es, ¿qué haces tú aquí?

No entendía porqué me estaba empezando a molestar, pero así era. Por alguna razón me enojaba el hecho de que Gabriel se encontrase aquí, o tal vez se debía al tono que estaba usando conmigo. Sentía que estaba poniendo otra de sus numerosas barreras entre nosotros, las cuales me sorprendían cada vez.

―No es de tu incumbencia ―respondió encogiéndose de hombros. Fruncí el ceño. No, definitivamente no me gustaba cómo me estaba hablando. ¿Qué diablos le había hecho para que me tratase así? Yo tendría que ser la persona que estuviese enojada en esta conversación. Él había decidido dejar de ser mi mejor amigo en un miserable segundo. No tenía ningún derecho a tratarme como si yo fuese el culpable de eso.

Aunque tal vez si lo fuese.

Tomé aire.

―Simplemente estaba conduciendo y terminé aquí. ¿Contento? ¿Podemos hablar como dos personas civilizadas?

―No.

Sus ojos parecían más oscuros de lo que recordaba. Todo se semblante parecía más apagado. Y a pesar de que su tono parecía calmado, no podía evitar encontrar aquella intimidante mirada en sus ojos. Gabriel siempre había sido el más fuerte de los dos. El más determinado. Y ahora me sentía una víctima.

Me relamí los labios y subí las manos, en señal de derrota.

―Está bien. Si no quieres hablar, está bien. No querías hacerlo hace unos años, no podría esperar que lo quisieras hacer ahora.

―¿Qué quieres decir? ―preguntó, dejando entrever la molestia detrás de sus palabras.

El sabía perfección de qué estaba hablando.

―Sabes lo que quiero decir. Me abandonaste. Así, como si nada. Como si no te importase. ¿Te importé siquiera, Gabriel? Durante todos esos años, ¿fui alguien para ti?

Apretó la mandíbula.

―No digas ridiculeces. Nuestra amistad estaba terminada.

Subí las cejas―. ¿Y quién decidió eso? Porque yo no.

Dio media vuelta y me dejó con las palabras todavía en el aire, sin responder. Lo observé caminar enojado hacia cualquier dirección, con las manos en los bolsillos.

Me obligué a quedarme en mi lugar, a no seguirlo. Pero fue casi imposible. Lo seguí, furioso. Esto no había terminado. No podía concluir nuestra discusión, así como así, tal y como había hecho cuando éramos niños.

―Déjalo, Lucas. Simplemente, déjalo.

Me detuve. Aún me seguía dando la espalda, pero había dejado de caminar también. Luego de un segundo interminable, dio media vuelta, pero no me miró a los ojos. Su mirada estaba penetrando el suelo.

―Lo mejor es que siga así.

Solté una carcajada sarcástica.

―¿Crees que me gusta estar en esta situación? ¿Sin saber porqué el único amigo que tuve en mi puta vida me dejó solo con mi padre?

Ahí fue cuando subió la mirada hacia mis ojos.

―¿Cómo se suponía que tenía que seguir adelante sin ti? ―continué―. Fuiste egoísta, conmigo, Gabriel. Y no creo que te lo pueda perdonar.

―¿Y por qué me buscas? ―soltó, furioso. Sus ojos parecían lanzar chispas―. ¿Por qué no puedes soltarlo y ya, sin tan hijo de puta soy?

―¡Porque no lo entiendo! Explícame porqué te fuiste y tal vez ahí te deje en paz.

Cerró los ojos y tomó aire, como si estuviese intentando calmarse. Su madre me había contado que tenía problemas al intentar mantenerse sereno la mayoría del tiempo, y me sentía mal por estar presionándolo de esta forma, pero tenía que saber.

―Siempre fuimos distintos, tú y yo ―empezó―. Diablos, tú eras el niño perfecto. Hacías todo lo que te decían ―las comisuras de sus labios se inclinaron levemente, pero luego volvió a su semblante oscuro―. Pero yo siempre fui el revoltoso, el que había que controlar. Claro, no había tenido la misma educación que tú, ni de lejos. Cuando no estaba contigo, estaba en el barrio, con los otros niños revoltosos y los adultos... ―Tomó aire y luego añadió―. Los adultos siempre fueron peligrosos en mi vida, por alguna razón. Excepto mi madre, claro.

―¿Qué tiene que ver...?

―Déjame seguir ―me interrumpió, echándome una mirada rápida―. Cuando te conocí, me di cuenta de que nunca sería como tú. Mierda, tocas el piano, Lucas. Eras muy bueno en la escuela. Participabas de concursos, festivales, todo lo que tenía que ver con aquel estúpido instituto. Eras inalcanzable. Y tus compañeros me hicieron darme cuenta de ello.

Fruncí el ceño, intentando recordar aquella época.

―Un día ―prosiguió―, mientras estaba caminando hacia tu casa, me había olvidado que varios de tus compañeros vivían en la misma zona que tú. Todas casas enormes, con jardines sumamente cuidados ―dijo con sarcasmo―. Me agarraron de los brazos, como si fuese un trapo. Me tiraron al suelo. Recuerdo que hacía calor aquel día y el sol parecía querer derretir el asfalto. Me quise parar al instante, sentía las manos quemadas. Me volvieron a tirar, golpeando mis hombros.

Tragué saliva, horrorizado con lo que estaba diciendo. Me imaginé al pequeño Gabriel siendo atacado por esos niños, que sabían bien quiénes eran. Todo el mundo conocía aquel grupo. Cerré los ojos con fuerza.

―Fue entonces que me dijeron toda clase de cosas. Que no pertenecía allí. Que era mierda. Que nunca estaría al nivel de ellos, y del tuyo. Me dijeron que sería mejor que buscase un trabajo como jardinero o "mejor aún", había dicho uno "como ama de casa". Y todos se rieron. Me dijeron que mi madre seguro buscaba la atención de tu padre para que se casase con ella y luego le robase todo el dinero. Me dijeron que eso éramos: ladrones, malos, gente sucia.

Hablaba como si fuego saliese de su boca. Su pecho subía y bajaba, comos si no pudiese respirar con normalidad.

Abrí la boca para decir algo, pero no sabía cómo responder ante tales palabras. Me parecía lo más horrible que me habían contado.

―No es necesario que digas nada, Lucas. Sólo déjame en paz. Tenías lo que pedías, ¿no es así? Ahora vete y vuelve a tu casa. De seguro tienes muchas cosas que hacer. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora