Capítulo 60

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Capítulo 60


ANA


Me detuve en el medio del pasillo de casa porque algo había captado mi atención. Fruncí el ceño y me acerqué, lentamente llegando a entender lo que estaba viendo. Sonreí de punta a punta y algo en mi pecho se calmó y me hizo sentir más liviana, como si una tormenta hubiese pasado y todo estaba en orden, a salvo.

El rostro de mi madre estaba siendo acariciado por los rayos del sol que entraban desde el ventanal en la sala de estar. El cuadro colgaba de la pared como una especie de trofeo, como una victoria.

Me pregunté cuándo mi padre pensaba contarme que lo había puesto allí. Decidí que él me lo diría cuando estuviese listo, pero juzgando las circunstancias, sería muy pronto. En los últimos días habíamos mantenido conversaciones más largas. Me enteré de experiencias que tuvo con mi madre cuando yo aún no había ni siquiera nacido, con una sonrisa nostálgica y los ojos mirando el vacío, como si estuviese reviviendo en su cabeza.

Y en cada momento, en cada conversación nuestra, mi pecho se encogía. Cuando caía en la cuenta de que no era de tristeza, si no más bien una mezcla entre felicidad y nostalgia, aquel peso sobre mis hombros descendía notablemente.

En el pasado me había repetido muchas veces de que algún día de estos mi padre se pondría bien. Que hablaría más de ella. Que dejaría entrar un poco de luz a su vida. Me lo había repetido demasiado que cuando finalmente llegó, me tomó desprevenida. Y fue entonces que un pensamiento cruzó mi mente y no la ha dejado desde entonces.

Mi padre estaría bien.

Ambos lo estaríamos.

Le eché otro vistazo más al retrato y me dirigí a la sala, donde mi padre se encontraba sentado en el sofá, ocupado con unos papeles que juzgando por su mirada, sabía bien de qué se trataba.

―Todo está en orden, papá. Me he fijado cinco veces si estaba todo allí. Luisa ya me ha dicho que simplemente disfrute y no me preocupe mucho por la inscripción. Deberías seguir su consejo ―dije bromeando, mientras me sentaba a su lado.

Mi padre asintió con la cabeza, la mirada fija en los papeles, contando si estaba la partida de nacimiento, la dirección de mi casa, el título académico, mis logros en los concursos del instituto, unos archivos del hospital, y básicamente, mi vida entera. Le di un apretón en el hombro y me puse de pie una vez más, dirigiéndome hacia la cocina, donde había planeado ir en un principio.

Empecé a cocinar la cena de aquella noche, empezando a sentirme ligeramente emocional.

Faltaban exactamente dos días para que me vaya a Boston.

Dos días.

¿En qué momento se había pasado el tiempo? Suspiré.

El Instituto de Artes requería que los estudiantes de primer año empezaran a ir a clases un poco antes de lo planeado. Eso quería decir que pasaría mis vacaciones de verano allí, junto con mis nuevos compañeros. Al fin y al cabo, no era exactamente una universidad, si no más bien una academia.

Una academia notablemente reconocida, pensé y un estremecimiento recorrió mi espalda.

Por supuesto que tenía miedo. Estaba aterrada. No sólo tenía que mudarme, transformar mi vida entera, si no que además tenía que estar bajo la lupa de muchos artistas, profesores y los directivos del instituto.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo y sonreí al leer el mensaje.

Aunque no estaré exactamente sola, me recordé.


LUCAS


―No sé qué pasa por tu cabeza. ¿Desde cuándo quieres pasar el verano en Boston? ¡Hace unas semanas te rehusabas a ir del todo! No me malentiendas, estoy orgullosa de ti. Pero ¿no pensabas decírmelo más temprano? Quería estar allí para tu cumpleaños, pero no creo que eso sea posible. Tuve que haber enviado un aviso hace un mes y

―No te preocupes, madre ―la interrumpí. Suspiré cuando dejó de hablar y me otorgó una mueca.

―¿Estarás bien, al menos? ―preguntó para asegurarse, por octava vez.

Sonreí―. Por supuesto que sí. El apartamento en Boston ha estado siempre equipado y listo para usarse. Unas compras no le harán mal tampoco, supongo.

Subió una ceja―. No pensarás llevarla, ¿verdad?

Un enrojecimiento recorrió mis mejillas.

―¿Ana, dices? ―Dejé soltar una pequeña risa―. No. Por lo menos, no ahora. Ella tiene su propia habitación en los edificios del instituto. Estará bien allí.

Mi madre suspiró, aliviada.

No quise hacer mayores comentarios al respecto.

En cambio, le envié un mensaje de que mañana la ayudaría a empacar sus pertenencias en mi auto, que había tenido el permiso de llevármelo, ya que todavía faltaban unas semanas para mi cumpleaños número dieciocho.

Sonreí al pensar que lo pasaría en Boston con Ana.

Pero antes de irme, tenía que hacer otra cosa.

Tomé mi teléfono nuevamente y marqué el número que mi madre me había dejado en una pedazo de papel en la encimera.

Antes de presionar el botón para llamar, respiré hondo e intenté relajarme. Había estado practicando ciertas oraciones para decir a continuación, pero las palabras brotaron con rapidez y dejaron ver mi nerviosismo detrás. Cuando colgué, me senté en la butaca. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora