Capítulo 39

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Capítulo 39

ANA

En el camino a casa el martes, luego del instituto, me tomé el tiempo de analizar mi situación. La profesora Hawkings había ampliado, de cierta forma, mi panorama. Y por alguna razón, tenía ganas de entrar en el concurso. Aún estaba a tiempo de hacerlo, pero no por mucho más. Tenía que apurarme. Pensé en las cosas que iba a necesitar, los materiales, ya sean pinturas y pinceles, marcos, carpetas, la forma en que iba a presentar mi arte.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo y no se debía a la brisa.

Sentía miedo. Muchísimo, de hecho. Pero no sólo aquello. En realidad, no podía parar de pensar en que mis emociones se juntaban todas, se mezclaban entre sí, formando una gran bola sin sentido. Y no era como si pudiese desenredar aquel desastre.

Me encontré pensando en Lucas.

Fruncí el ceño y apreté las tiras de mi mochila. Necesitaba algún tipo de estímulo, algo que sacara su rostro del centro de atención de mi mente. Aunque claro, era casi imposible. Su rostro invadía cada segundo de mi día. Entraba así, sin más. Como si no me importase. Me mordí el labio con ferocidad. Quería odiarlo, diablos. Quería que tuviese su merecido, por haber sido tan imbécil e insensible conmigo. Aún no había caído en la cuenta de lo estúpida que había sido. Había creído algo que no existía. Lucas no existía. Aquel chico nunca había sido real.

Golpeé una piedra con fuerza y un perro se corrió rápidamente, con miedo a que le pegue. Paré de caminar y tomé aire, intentando calmarme. Dejé que el perro siguiese su camino y luego retomé el mío, sintiéndome la persona más detestable del mundo. Por supuesto que había caído en la trampa: era un ser detestable y me creía todo lo que me decían.

Cuando llegué finalmente a mi casa, fui directamente hacia mi habitación y preparé mi espacio para pintar. Aquel día me apetecía estar encerrada en mi cuarto y agradecí, sintiéndome mal al hacerlo, que mi padre trabajaba aquella tarde.

Poco a poco iba mejorando, pero ambos sabíamos que hay ciertas heridas que nunca terminarán de sanar.

Tomé asiento y cerré los ojos.

Nunca había deseado más que mi madre estuviese allí y nos dijese qué hacer. Necesitaba sus consejos, sus dulces palabras, cualquier cosa realmente.

Con el pincel en mano y un poco de rosa, naranja, amarillo, blanco y negro, empecé a pintar el cielo que veía por mi ventana.

Había algo en la primavera que me inspiraba bastante. Tal vez se debía a la cantidad de elementos que revivían. No sólo las plantas, flores y árboles. Las personas también parecían salir con sonrisas en sus rostros y aquella mirada de pureza en sus ojos. Todo parecía tomar su forma original, pero a la vez nueva.

Yo, por otro lado, me sentía diferente.

Algo se había desconectado en mi interior; aunque si me lo ponía a pensar, "desconectar" no era la palabra correcta. Más bien, sentía que algo se había abierto en mi interior y había salido hacia el mundo.

A pesar de que me sentía enojada la mayoría del tiempo, caí en la cuenta de que empezaba a entenderme con mayor claridad aquellos días.

Pensé en que era mejor sufrir la verdad, sentir su peso, molestarse con la realidad, que seguir conectada con aquella farsa.

Sin embargo, aquella parte, no sé si lo recuerdan, aquella que no quería escuchar, aquella que parecía crear ilusiones, percibía que no todo era una completa mentira.

Me sentía una idiota por seguir teniendo fe en Lucas. ¿Qué iba a ganar con ello? Nada; y a lo sumo, mayor decepción.

Antes de que me diese cuenta, había terminado trazando mi memoria que tenía del lago, de la orilla de este y a lo lejos, un bote blanco, pequeño debido a la distancia. No había nadie en él. De hecho, no había nadie en la pintura. Sólo un bote, en el medio del lago, con el atardecer (¿o era el amanecer?) detrás. Podía jurar escuchar los pájaros, los árboles danzando entre sí, la leve brisa que recorría el agua y el aroma a tierra mojada.

Había pasado más de una semana desde entonces y aún no había quitado aquella sensación de la piel. Aún podía ver con claridad la fogata de aquella noche y la fría agua en mis piernas. Tragué saliva y sacudí la cabeza, prohibiendo a mis pensamientos seguir deambulando por aquellos lados.

Tenía que cerrar aquella puerta.

Cueste lo que cueste. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora