Capítulo 9

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Capítulo 9

ANA

Apreté el botón para darle play al reproductor de música en mi sala de estar. Había pasado un día desde la fiesta y a mi padre no le había hecho mucha ilusión que volviese tan tarde, pero luego de una hora de pelea verbal, finalmente lo calmé y le repetí que había estado en la casa de Cole, que habíamos bebido poco, pero que aun así no me iba a arriesgar a viajar de noche y cruzar casi toda la ciudad. Pareció entender, aunque aún me miraba con el ceño fruncido. Luego de eso cociné para ambos, lo cual le puso de mejor humor. Siempre solía decir que mis comidas sabían tal cual a las de mi madre, lo que provocó que mi pecho se encogiera levemente.

Mi cabello rubio lo había heredado de ella, claro está, y al echarme un vistazo al espejo para asegurarme de que había escogido bien el color, empecé a dar delicados trazos en el lienzo. A diferencia de mi, mi madre había dejado crecer su pelo. Pero no debajo de los hombros, no no. Lo suyo era majestuoso. Le caía como lluvia sobre la espalda hasta la cintura. Sonreí al recordar la manera en la que asentía y revoleaba los ojos cuando de niña quería hacerle trenzas.

Proseguí con la pintura, tarareando la canción que salía de los parlantes. Recordé que había sonado también en la fiesta y mis mejillas se tornaron rosadas al instante. Me sentía avergonzada por lo que había ocurrido en aquel baño, a pesar de que no había pasado tanto. Y no estaba segura de si quería que lo hiciese. Lucas parecía un buen tipo, después de todo...

Negué con la cabeza. No. No puedo empezar a pensar de esa forma. Las personas como él sólo les importa su propio pellejo. A ellos mismos y nadie más. Tanto dinero les cegaba tanto la mente como los ojos, impidiéndoles pensar y ver la realidad.

Sin embargo, algo me decía que Lucas era diferente. En su mirada no encontraba vanidad y no parecía súper orgulloso y engreído como la mayoría (o todas) esas personas. Tomé aire y bajé la mirada a mi teléfono que se encontraba descansando en el banco junto a mí.

Luego del accidente del "me gusta", no hubo otra interacción entre nosotros y la verdad es que estaba sintiendo como todo volvía a la normalidad poco a poco.

Al pensar en eso, la pantalla se iluminó y una nueva notificación apareció. Le eché un vistazo a la hora. Nueve de la mañana, domingo. ¿Quién me enviaba un mensaje? Cole solía dormir hasta el mediodía, si su madre tenía suerte. Lo tomé y desbloqueé el teléfono.

¿Duermes?

Era un mensaje en Instagram. De nada más ni nada menos que Lucas. Fruncí el ceño. ¿Acaso había perdido totalmente la cabeza? Le envié una foto del pie del caballete, para que se diese una idea de lo que hacía. Y además, no tenía ni idea de qué responderle. Nunca había sido de chatear mucho. Yo era más de las que llaman al teléfono y ya.

Al cabo de unos segundos, recibí una foto de él... en la cocina? Se veía sólo una taza de lo que parecía café sobre la encimera.

Me mordí el labio, ¿y ahora? Observé su mano en la taza y tuve pequeños recuerdos en los que me había tomado en brazos. Tragué saliva.

¿Qué ocurre?

Sabía perfectamente que había sonado más fría de lo que había planeado, pero la verdad es que tenía curiosidad. ¿Por qué me escribía tan temprano en la mañana? Bajé el volumen de la música para concentrarme mejor en mis pensamientos. Mi padre se había ido hace media hora a su turno, por lo cual tenía la casa para mí sola. Y obviamente no iba a pintar a mamá con él aquí.

Mi teléfono vibró lo cual hizo desvanecer todo aquello que albergaba en mi mente en ese momento.

Quería saber si querías salir conmigo... pero como amigos.

Abrí los ojos como platos. ¿Estaba hablando en serio? ¿Acaso este chico sabía que no me caía bien? ¿Acaso no lo había insultado lo suficiente? Fruncí el ceño, confundida con él.

Y conmigo misma por el hecho de que sí quería. Si quería verlo. Parpadeé, empezando a notar como mis mejillas se tornaban más rosadas. Es que a mi me pagaban por ser tan estúpida, ¿no?

LUCAS

―¿Pero qué diablos acabo de hacer? ―murmuré para mí mismo, apoyando mi cabeza en mis manos, totalmente olvidando el café, el cual se estaba enfriando a mi lado. Observé el mensaje una vez más y maldije. Ya habían pasado dos minutos y no había obtenido respuesta, aunque sabía que Ana había visto el mensaje. Tomé aire. Uno, dos, tres―. Vamos Lucas, no eres un estúpido. Simplemente haces lo que cualquiera hubiese hecho en tu posición.

Cuando me ponía nervioso, hablaba conmigo mismo. Era un hábito que había formado a través de los años, cuando no tenía nadie con quién hablar y expresar mis sentimientos.

Tres minutos.

―Mierda ―maldije otra vez. Pero entonces mi teléfono vibró y lo tomé a toda prisa.

Sí.

¿Cómo era posible que dos letras simples hiciesen latir mi corazón de esa forma? ¡Por Dios! ¡Sólo había hablado con ella un par de veces y ya me estaba volviendo loco! Estaba oficialmente perdiendo la cabeza.

Pero sonreí y le conté mis planes para aquella tarde. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora