Capítulo 34

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Capítulo 34

ANA

Aún recuerdo la expresión que llevaba consigo aquella noche. Cómo sus ojos recorrían mi rostro, en busca de algo que en aquel momento no sabía con certeza.

Se acercó a mí casi con precaución, lentamente, sin saber qué hacer a continuación. Yo tampoco lo sabía. Le di la espalda y continué caminando hacia las orillas del lago. Cuando mis pies, ahora descalzos, hicieron contacto con la arena húmeda, respiré hondo y dejé que el aire fresco entrara a montones en mi sistema. A lo lejos podía escuchar los murmullos de los grillos y las ramas de los árboles zarandeándose de un lado a otro. Aún recuerdo aquella melodía cuando cierro los ojos, como si nunca me hubiese dejado.

Sentí la cálida presencia de Lucas a mi lado, en completo silencio. Tomé aire una vez más y estiré la tela de mi camiseta hacia arriba, pasándola por mi cabeza y luego arrojándola al suelo junto con mis sandalias. Luego desabotoné los pantalones cortos e hice lo mismo, quedándome nuevamente en traje de baño, del cual no había tenido tiempo de deshacerme anteriormente.

Sin voltearme para saber si Lucas me seguía, metí los pies en el agua y sentí cómo el vello de mi nuca se erizaba, junto con todo mi cuerpo. Caminé un poco más hasta tener el agua en mis rodillas, empezando a acostumbrarme a la temperatura. No era tan helada como había esperado, pero sin duda no era cálida o tibia.

Llené mis pulmones de aire y me arrojé a la oscuridad. Sumergida, nadé y nadé hacia el centro. A los segundos, sentí cómo si el agua se sacudiese, como si hubiese recibido un peso de más. Algo tocó mi espalda, lo cual me hizo salir a la superficie rápidamente.

Respirando entrecortadamente y con el cabello enredado y mojado, con mechones pegados a mi cara, le eché una mirada a Lucas. Su mano en mi cintura me apretó ligeramente y me acercó más hacia él, si aquella era siquiera posible. A penas podía verle el rostro, pero podía sentir su mirada perforándome.

―Lucas ―murmuré, aún sin poder respirar con normalidad, pero no se debía al hecho de que había estado sumergida en el agua.

―¿Hmm? ―emitió en silencio, mientras posicionaba con delicadeza su mano en mi mejilla, corriendo los mechones.

Podía sentir con las puntas de mis pies la arena, pero por alguna razón sentía que estaba flotando a su lado, como si él me estuviese sosteniendo de alguna forma. El agua me llegaba un poco por debajo de los hombros, haciéndome sentir más pequeña a su lado.

Era raro, había pensado en aquel momento, cómo no me había dado cuenta antes de los anchos hombros de Lucas, o la forma en que me miraba desde su altura, cómo tenía que inclinarse para hablarme. Hasta aquel momento había pensado que nada ni nadie podía intimidarme hasta el punto de hacerme tartamudear. Y a pesar de que Lucas era todo lo contrario a intimidante, su presencia me hacía parpadear varias veces y contener el aire, como si no pudiese mantenerme en pie, como si me pudiese desmoronar por la intensidad con la que me miraba.

Era increíble, también había pensado, lo fácil que era estar junto a él sin decir ni una sola palabra. El simple hecho de tenerlo a centímetros, o metros, lo que sea, siempre y cuando estuviese cerca, me proporcionaba una cierta tranquilidad que ni los pinceles y pinturas habían logrado.

―¿Está bien no saber? ―le pregunté y noté cómo tomaba aire, cómo buscaba una respuesta. Pero pareció no encontrarla, o tal vez no pensaba decir nada, porque alzó mi mentón y depositó un beso en mis labios. Y luego otro. Cortos, pero los cuales llevaban consigo pensamientos, palabras, cualquier cosa que se encontraba en su mente en aquel momento.

Jamás había experimentado tanta dulzura en mi vida.

De repente ya no me importaba lo fría que el agua estaba o cómo mi piel se ponía de gallina, o lo difícil que era mantenerme en pie. Quería más. Necesitaba más. Y se lo pedí, poniendo mis brazos alrededor de su cuello y atrayéndolo más hacia mí, abriendo más mis labios. Respondió al instante.

Parecía que desde el instante en que nos habíamos besado en la piscina, lo único que mi cuerpo y mente necesitaban era revivir aquella experiencia, volver a sentirlo contra mí, como si lo mismo pasase por su cabeza.

En un momento casi tropiezo y antes de que me diese cuenta, Lucas tomaba mis piernas y hacía que rodeara su cuerpo. Con las manos en sus hombros, me eché para atrás y lo miré.

―¿Qué haces? ―murmuré contra sus labios, un poco divertida. Percibí su sonrisa. Me besó otra vez. Y mi corazón se derritió.

―Conmigo nunca te caerás, Ana. Jamás.

Parecía una promesa. Y aún recuerdo cómo en aquel momento sólo deseaba que tuviese razón.

Pero una parte de mí sentía miedo. Miedo de que fuese así. Que sólo con Lucas podría mantenerme en pie. Y miedo de que si algún día él desapareciera, tal vez nunca me levantaría del suelo. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora