Capítulo 18

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Capítulo 18

ANA

―Max me envió un mensaje anoche ―comentó Cole mientras acomodaba una pila de camisetas nuevas que habían llegado aquel lunes a la mañana. Dejé de hacer lo que estaba haciendo y me volteé para verlo, con una sonrisa.

―¿Y? ―pregunté para saber más al respecto. Mi amigo me daba la espalda, así que lo vi encogerse de hombros.

―Quería que nos viésemos esta semana. Le dije que no.

Fruncí el ceño y me acerqué a él, un tanto preocupada. Cole pasó una mano por su cabello rubio y me echó una mirada con una mueca. Posicioné una mano en su brazo.

―¿Qué ocurre?

Sacudió la cabeza y siguió acomodando las camisetas.

―Mi padre viene esta semana para "visitarme" ―masculló haciendo comillas con los dedos. Suspiré y abracé a mi amigo, quien se relajó levemente a mi lado.

―Ya sabes que puedes quedarte en mi casa cuando quieras, ¿no? ―dije luego de unos minutos.

La puerta del negocio se abrió, dejando ver dos clientes. Saqué mis brazos que rodeaban a Cole y alcé la mirada hacia él para verlo a los ojos. Me sonrió débilmente.

―Estaré bien. Ve a atenderlas ―dijo y le eché una última mirada para luego dirigirme a los clientes. Disfracé mi rostro con una sonrisa amable.

Horas más tarde, cuando nuestro turno había llegado a su fin, nos sentamos en el suelo fuera de la tienda. Me pegué a él y descansé mi cabeza en su hombro, tomando su brazo.

―¿No puede simplemente desaparecer? ―murmuró―. Hace años que se separaron, ya es tiempo de que se separe de mí también, que me deje en paz.

Acaricié su brazo mientras lo escuchaba.

―No entiendo qué es lo que quiere de mí. ¿Qué cambie? Esto no es algo que se pueda cambiar. Y aunque pudiese, no lo haría jamás.

―Por supuesto que no ―añadí en voz baja. Descansó su cabeza encima de la mía y largó un suspiro.

―El problema es... que cada vez que lo veo, es como si... como si nada hubiese cambiado, ¿sabes? Como si yo siguiese siendo ese niño cobarde y dentro de un estúpido clóset de vidrio. Todo el mundo, incluido yo, sabía con seguridad de lo que realmente era.

Lo miré a los ojos, intentando pensar en algo para darle ánimo, para hacerle sentir mejor.

―¿Sabes que estoy orgullosa de ti, verdad? Lo has enfrentado muchas veces, Cole. Y él siempre terminaba largándose de aquí. ¿No es eso lo que quieres?

Tardó unos segundos en responder.

―Sí y no. Quiero que se largue, pero aceptando quién soy. Aceptando que no puede simplemente decir algo, o hacer algo, para cambiarme ―explicó y luego se puso en pie, lo cual me tomó desprevenida. Alcé la cabeza para observar su expresión, pero no logré leerla―. Vamos, Ana. Te llevo a tu casa.

Asentí, sin decir más nada y me puse en pie a su lado.

Cole era muchas cosas, pero jamás se rendía. Cada vez que su padre volvía a la ciudad, acompañarlo y darle ánimo era lo único que era capaz de hacer por él. Ambos sabíamos que en algún momento su padre no volvería jamás a visitarlo, que se cansaría de estar en tensión con él. Y para ser honesta, eso era lo que yo quería. Ver sufrir a mi mejor amigo y no poder hacer nada al respecto era una de las peores cosas y no se lo deseaba a nadie.

Sin embargo, él tenía razón. Aquello jamás se terminaría hasta que su padre aceptase quién era, quién quería ser y que, al fin y al cabo, era su vida y de nadie más.

Así que continué haciendo lo que sabía hacer: escucharlo, abrazarlo, estar ahí para él hasta que aquel infierno se helara de una vez por todas.

Cole se separó de mí cuando llegamos y pude observar en sus azulados ojos las millones de cosas que le pasaban por la cabeza. Esta era su batalla, lo sabía bien. Pero daría lo que fuese para que me pasase una parte de su sufrimiento y no estuviera tan sólo.

Cuando entré a casa, papá estaba sentado en los bancos a un lado de la encimera, un poco cansado. Supuse que era por el trabajo y volver a su rutina. Lo saludé rápidamente y me dirigí a mi habitación, la cual estaba abierta.

Mierda.

Dejé caer el bolso en la cama y fui nuevamente hacia la cocina.

―¿Pa? ―pregunté. Me miró de reojo con una pequeña sonrisa, pero sabía exactamente lo que escondía detrás.

―Está bien, Ana. No me importa ver los retratos de tu madre de vez en cuando ―murmuró y pude sentir cómo se estremecía, pero luego se enderezó.

―¿Estás seguro? ―pregunté.

Pocas veces hablábamos sobre mi madre. De hecho, nunca. Presionar a mi padre para que hablase de ella conmigo no era ni de lejos una opción. Habían pasado años, sí, pero cada vez que veía aquella expresión en su rostro, era como si hubiese sido ayer, como si nada de tiempo hubiese transcurrido desde entonces.

Pero papá había crecido y yo también. Era hora de salir de aquel oscuro hoyo, dejar ver un poco la luz del día.

No podía ayudar a Cole, pero tal vez podría hacer algo por mi padre después de todo.

―Lo estaré, hija. Lo estaré ―masculló lentamente y luego se dirigió a su habitación, dejándome sola en la sala y con un leve dolor de pecho.

Más tarde, tomé mi teléfono y un nuevo mensaje de Lucas había aparecido hacia unos minutos.

xxlucas: hey

anaart: hola

xxlucas: ¿mal día?

anaart: sí, ¿y tú?

xxlucas: también :/ hablamos mañana?

anaart:

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora