Capítulo 57

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Como les prometí ayer, acá tienen el próximo capítulo. Espero que disfruten de esta última semana, muchas cosas van a ocurrir! Sin más para decir, sean libres de leer:


Capítulo 57


ANA


Cuando el señor en el escenario empezó a hablar, podía jurar escuchar cómo los otros concursantes paraban de respirar por una milésima de segundo. Jugué con mis dedos, intentando mantenerlos ocupados de alguna forma.

Jamás en mi vida me había sentido tan nerviosa como en el aquel entonces. Tan desesperada. Tan confundida.

¿Qué hago aquí?

Me lo preguntaba una y otra vez en mi cabeza. Una y otra vez dudaba de mis habilidades. De aquel talento que todo el mundo veía en mí, excepto yo misma.

Recordé las palabras de Lucas, diciéndome que todo estaría bien. Pensé en su sonrisa. Pensé en sus brazos alrededor de mi cuerpo. Pensé en la calidez de su voz contra mi cabello.

Parpadeé rápidamente. No. No debía estar pensando en aquellas cosas cuando mi futuro estaba a punto de ser transformado. A punto de dar una vuelta ciento ochenta.

O tal vez no.

Tal vez todo seguiría igual. Y se supone que tenía que estar feliz por esa posibilidad también. La última semana había sido una de las más alegres, más cálidas. Tener a Lucas a mi lado me daba una cierta tranquilidad y paz que juraba que jamás volvería a tener. Era como si mi madre me estuviese observando desde arriba, planeando exactamente lo que necesitaba en aquel momento.

Prenderé una vela por ella esta noche, pensé.

Solté un poco de aire y observé a la mujer que ahora estaba hablando en el micrófono. No podía exactamente saber qué estaba diciendo, aunque había reconocido algunas palabras como: honor, arte, estudiantes, historia. Seguramente había sido un discurso muy bonito, lástima que mi cabeza estaba en otro lugar.

Me obligué a prestar atención, a mantener la calma. Cuando la mujer terminó de hablar y nos dirigió una sonrisa con un asentimiento de cabeza, salió del escenario. El volumen de la música subió ligeramente y se podía escuchar nuevamente el murmullo de las personas en la sala, lo cual me hizo caer en la cuenta una vez más de dónde me encontraba.

Pero al cabo de unos minutos, las cortinas del escenario se separaron, dejando ver una larga mesa a un lado, donde se hallaban sentados los que probablemente eran los jurados. Eran aproximadamente diez, cada uno en sus asientos observando unas hojas, hablando entre ellos, discutiendo. Mi corazón empezó a latir con rapidez.

En el otro lado del escenario se encontraba un caballete de madera, grande para que pudiesen caber todas las pinturas de los concursantes.

Apareció el presentador inicial una vez más y dio inicio al evento. Dos personas trajeron la primera pintura, la cual me dejó sin aliento. Era un paisaje de verano, con el sol bien en lo alto, iluminando un prado sumamente verde.

Los jurados observaban detenidamente, hablaban entre ellos, mientras que el presentador daba información sobre el autor de la obra.

Con cada cambio de pintura, mis esperanzas caían. Sentía mis hombros descender levemente, mis respiración normalizándose, porque no había nada que temer. Porque ya no había forma de que ganase algo como esto. Porque no estaba en el mismo nivel que ellos. Porque caí en la cuenta de lo inmenso que era el mundo y de lo insignificante que era yo. Porque por más que me presentase en el concurso, ¿qué oportunidad tenía ante estas personas, que parecían ser unos genios, repletos de talento, de potencial?

Y cuando llegó mi turno, intenté simplemente de disfrutar de aquel momento de atención, incluso sabiendo que sería la primera y última vez.

―Ana Bates, dieciocho años, estudiante del Instituto Público Local. Autora de la obra "Para mi padre". Pintura en óleo sobre tela.

Mi madre nos observaba desde el caballete, con aquella pequeña sonrisa que la caracterizaba. Su rubio cabello bailaba detrás de ella. Sus ojos brillaban al igual que la luz del sol en aquel día de verano en que la había posicionado.

Sonreí porque me daba serenidad. Sonreí porque, incluso si no ganaba, tenía aquella pintura de ella y con eso bastaba. Con poder crear aquello era suficiente para vivir.

Aunque no pude evitar echarle un vistazo a los jurados. Que asentían, otros negaban, otros hacían unos gestos, otros anotaban cosas.

La verdad es que poco me importaba sus opiniones en aquel momento. La gente a mi alrededor sonreían al ver la sonrisa de mi madre. De repente la sala tomó un cierto color, como si de pronto todos fuesen influenciados por una cierta calma y le agradecí a mis manos por poder ocasionar algo como aquello.

Y luego cambiaron de pintura. Y mis esperanzas volvieron a caer. Las obras seguían siendo mejores que las mías, con mejores detalles, mejores técnicas.

Cuando anunciaron el ganador, apreté mis manos juntas. No para rezar, sino para poder sentir otra cosa que no sea el retumbar de los aplausos cuando dijeron el nombre de la persona. El concursante subió al escenario y empezó a estrechar las manos de los jurados, que lo miraban sonriendo, asintiendo con la cabeza, con decisión, con esperanza, satisfechos con lo que habían visto en él. Me mordí el labio levemente, esperando que todo termine para poder ponerme de pie y largarme de allí.

El presentador le dio el micrófono al ganador y éste se puso a agradecer a sus profesores particulares, al instituto, a su familia y quién sabe qué más. Ya no podía escuchar nada.

Más tarde, sentí los asientos a mi alrededor vaciarse lentamente. Para cuando alcé la cabeza, no quedaba nadie. Todos estaban en la sección de las pinturas, recogiendo sus obras y hablando con personas. Observé a una chica a lo lejos llorando, escondiéndose en el hombro de una mujer más grande. Su madre, pensé.

―Ana.

Escuché su voz y me volteé hacia el otro lado. Sus ojos marrones me transmitieron toda esa calidez que necesitaba, que deseaba. Me tendió una mano y la tomé sin pensarlo. Me puse de pie, gracias a su ayuda, y me estrechó en sus brazos. Apoyé mi cabeza en su pecho, en su suave suéter, sintiendo su aroma entrar en mi sistema.

Acarició mi cabello, sin decir nada. Lo rodeé con los brazos, intentado acercarme más a él. Necesitaba más. Me sentía vacía, sin nada en lo que apoyarme, sin aire para poder respirar.

―Me tienes a mí ―murmuró en mi oído suavemente―. Siempre me tendrás a mí.

Esperaba que así fuese. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora