Capítulo 37

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Capítulo 37

Una semana después.

ANA

―Es por esta razón de que les daré unos días más para que terminen sus tareas. Sé que aplicar a universidades puede ser una tarea estresante y lleva su tiempo, así que no se preocupen mucho por sus asignaturas esta semana. Si tienen alguna duda o problema, quédense después de clases e intentaré ayudarlos. La sala de tutorías estará abierta esta tarde y durante el resto del mes para ayudarlos con los papeles e informes para las universidades ―la profesora echó un vistazo al reloj en su muñeca y asintió―. Eso es todo. Pueden retirarse.

Sillas empezaron a arrastrarse por el suelo, bolsos cargando en hombros y el murmullo de voces revivió con entusiasmo. A los pocos segundos, todos los estudiantes habían salido por la puerta principal, con ansias de salir al exterior, comentando sobre el calor, la próxima fiesta, o incluso algunos emocionados por recibir las cartas de aceptación a sus universidades preferidas.

Guardé mi cuaderno y bolígrafo rápidamente en mi mochila, pero me quedé sentada, mordiéndome el labio. Una vez que mis compañeros terminaron de irse, la profesora, quien estaba observando unos papeles en su escritorio con el ceño fruncido, alzó la mirada, notando mi presencia y me dedicó una pequeña sonrisa dulce.

―Ana ―dijo con sorpresa―. ¿Querías hablar conmigo?

Asentí, un poco indecisa. Me hizo seña para que acercara a ella y así lo hice. Aquella profesora, la señorita Hawkings, siempre había sido muy amable conmigo. Bueno, con todo el mundo, en realidad. Enseñaba Literatura cada lunes en la última hora, y hasta el momento, era una de mis asignaturas preferidas ―sin contar Arte, por supuesto, el cual veía más cómo un futuro trabajo―.

Cuando me posicioné en frente de su escritorio, con una mano sobre la tira de la mochila, la profesora inclinó la cabeza hacia un lado.

―¿Te ocurre algo? Te he visto un poco decaída estos días. Sabes que puedes hablar conmigo o el señor Mendoza cuando lo necesites, ¿no?

El señor Mendoza era el psicopedagogo de nuestra escuela, el cual últimamente había estado atestado de trabajo debido a la cantidad de alumnos que se sentían confundidos, nerviosos e incluso temerosos de elegir una carrera o empezar un trabajo. No los culpaba, claro. Estábamos todos en la misma situación, todos en el mismo barco que cada vez si hundía más y más.

Me aclaré la garganta.

―Sí, lo sé. Gracias ―dije con total honestidad―. Pero no quería robarle tiempo a él, ya que ahora mismo debe estar con una larga fila de estudiantes esperándole. Y no quiero decir que nadie hable con usted, no, no, claro que no. Es que como ahora mismo no se encuentra nadie más, esperaba que usted pudiera escucharme y tal vez...

―Está bien, Ana ―me interrumpió la profesora, alzando una mano para que me callase, con una sonrisa en su rostro, como si fuese de pena.

Tomé aire―. El problema es ―empecé―, que no tengo Universidad.

―¿Cómo que no tienes Universidad?

―No la tengo. Quiero decir, no sé a donde iré luego de la graduación.

―¿No tienes una casa a la cual regresar, Ana?

―Claro, con mi padre. Pero ese no es el punto. El punto es... estoy sin nada. Cero. Vacío. ¿Carrera? Sí, eso no se ve mucho en mi futuro.

―¿Y qué te hace pensar eso?

―Bueno, tal vez el hecho de que no he recibido ninguna carta de aceptación a los pocos lugares que me interesaban y no creo estar preparada para el concurso de Abbington...

―¿De qué concurso hablas, Ana?

La voz de la profesora parecía calmada, un poco seria pero aún con el tinte de dulzura que siempre usaba en sus alumnos. Me miraba como si supiese lo que pasaba por mi mente; pero quería decirle que no, que no lo sabía, que no había nadie en el mundo que pudiera tener la remota idea de lo que estaba pensando.

Pero los ojos de la profesora parecían decirme otra cosa. Parecían decirme que me entendía. Tal vez no a la perfección, pero que una parte de mí era compatible con ella y aquello fue suficiente para contarle todo sobre el concurso. Escuchó calmada, con las manos cruzadas sobre el escritorio y mirándome mientras hablaba, como si fuese lo único que importaba en aquel momento.

Cuando terminé, agotada como si hubiese dado todo un discurso por horas, sobre que no era lo suficientemente buena para ganar, sobre que siempre ponía mis expectativas sobre el cielo, sobre que odiaba ser ambiciosa y desear tantas cosas, sobre que me arrepentiría luego por haber creído que llegaría a ganar, cuando claramente no sería así, la profesora me preguntó porqué.

Fruncí el ceño―.¿Por qué?

―¿Por qué pienas que no podrías llegar a ganar? He visto tus pinturas, Ana. Muchos de aquí las hemos visto. Has ganado varios concursos aquí, ¿no es cierto? El profesor de Arte me ha hablado maravillas de ti. No entiendo porqué no confías en tí misma.

No respondí. De repente el suelo parecía bastante interesante a mis ojos y me quedé mirando cualquier cosa que no sea a la profesora, la cual parecía querer tirarme con algo.

―No me malentiendas ―prosiguió―. Perder es una opción. ¿Pero es realmente perder? Yo creo que, si lo has intentado, has ganado la satisfacción de saber qué pasaría si no lo hubieses hecho. Aunque no lo creas, Ana, hay muchas oportunidades allí afuera, en el mundo, pero nosotros como humanos tendemos a pensar que no es así, que es ahora o nunca. Lo cual es mentira.

Alcé la cabeza, mirándola con sorpresa.

―Tienes una larga vida, Ana. Eres aún joven, con un montón de años y oportunidades adelante. No te sientas mal si no quieres participar de ese concurso del que me dices, pero tampoco pienses que aquella oportunidad en concreto volverá. Es una universidad prestigiosa, con muchos contactos que te ayudarán en el futuro. Pero eso no quiere decir que no triunfarás en la vida si tiras por la borda esta oportunidad, porque no es cierto. Veo un futuro brillante para ti, con concurso o sin él, con universidad o sin él. No se trata de lo que serás algun día, si no de lo que eres ahora mismo y lo que deseas en este instante. ¿Quieres ganar ese concurso? Pues haz todo lo que tienes a tu disposición para hacerlo. Si no quieres ganarlo, entonces no creo que tengas lo que se necesita. Noventa por ciento del triunfo se debe al coraje, Ana, no lo olvides. 




¡Hola! Val aquí, reportándome :) nunca les suelo dejar mensajitos, pero quería hacerlo ahora. Espero que les haya gustado la primera parte. Lo cierto es que fue un poco intensa, en especial los últimos capítulos jajaja pero a partir de ahora las cosas se van a tornar un poco más... tristes? melancólicas? no sé cómo describirlas... pero me está gustando bastante esta faceta de los personajes. Ya llevo tres meses escribiendo esta historia y aún no siento que conozco al cien por ciento estos personajes (empecé en enero, ya estamos en abril). Esta nueva parte nos servirá a todos para descubrir un poco más sobre ellos. Espero que les guste tanto como a mí! Los leo! 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora