Capítulo 3

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Capítulo 3

ANA

―Aaaaaanaaaa ―decía Cole a mis espaldas. Lo seguí ignorando―Vamos, Anaaa. Yo sé que quieres.

―No.

Doblé una camiseta y la situé en su lugar determinado. Caminé hasta la otra esquina del negocio y reacomodé un vaquero en su percha.

―Si es por tu padre, ¿no me habías dicho hace un rato que hoy tenía el turno de noche? No tienes que pedirle permiso si no quieres.

―No me escaparé de casa, Cole ―repliqué, exponiendo mi voz de chica seria.

―Es universalmente conocido que, al menos una vez en tu vida, tendrás que hacer algo a espaldas de tus padres ―explicó, sonando como un profesor. Revoleé los ojos.

―Y también es universalmente conocido que, al menos una vez en tu vida, tendrás que decirlo no a tus amigos.

―¡Pero es viernes! ¿Realmente me dejarás, yo, soltero y gay, en una noche como esta, donde mis pretendientes salen a jugar? ―preguntó exagerando su tono y simulando llorar.

Suspiré y volteé a verlo.

―¿Dónde es?

Cole soltó un chillido de felicidad―.¡Sí! ¡Sí, señora!

―Iré sólo si no vuelves a decirme señora nunca más en tu vida ―Lo señalé con un dedo acusador. Cole levantó las manos, en defensa―. ¿Dónde?

―A unas cuadras de mi casa ―respondió, entrecerrando los ojos y esperando mi veredicto.

―¡¿Del otro lado de la ciudad?!

Solté las prendas que había tomado hace unos segundos y me acerqué a él, con los brazos como jarras. Cole levantó los brazos como si quisiera protegerse de un posible ataque.

―Te puedes quedar en casa. Sabes que a mi madre le agradas ―dijo rápidamente, aún con los brazos en alto. Pareció ver cómo lo deliberaba en mi mente, porque los bajó y podría jurar haber visto estrellas en sus ojos, emocionados.

Tragué saliva. Observé el reloj en el monitor de la pantalla. Suspiré mientras asentía con la cabeza.

Cole chilló otra vez y me tomó en sus brazos, sin dejar de repetir que la pasaríamos genial y que no podía esperar a estar allí. Dejé que me zamarreara por todo el lugar; al fin y al cabo, hacer feliz a mi único amigo era de las pocas cosas que sabía hacer.

Luego de eso, terminamos de ordenar el sitio, apagar las luces y cerrar el negocio. El clima otoñal se encontraba decente, después de todo. Cole me acompañó a casa, como todos los días y me ayudó a vestirme, como siempre. No era que yo no tuviese ni idea de cómo preparar un atuendo, pero en ocasiones como esta, a mi amigo le hacía ilusión usarme como su muñeca personal. Y yo accedí, como siempre. Cole era mi debilidad.

Decidí tomarme un pequeño descanso cuando subimos al tren en destino a la casa de Cole. Aún había personas, claramente, pero no se encontraba lleno. Dejé que mi cuerpo cayera en un asiento y cerré mis ojos por unos segundos.

―Pst.

Fruncí el ceño.

―Psssst.

Abrí un ojo y miré a Cole, enojada.

―¿Qué?

Mi amigo me dirigió una sonrisa divertida―. Mira ese chico.

Cerré los ojos de nuevo, pero volví a abrirlos cuando sentí un codazo. Me resigné a echarle un vistazo a aquel chico del que Cole no dejaba de hablar.

Pues claro que sí, pensé. El niño rico.

LUCAS

Era una locura, lo sabía perfectamente. Acceder a ir a esa estúpida fiesta sólo empeoraría las cosas. Bueno, si lo pensaba mejor, no cambiaría nada, siempre y cuando mi madre jamás se enterara. Agradecí saber cómo pagar por el boleto correcto y entender el mecanismo de los trenes de antemano. Y me sentía un estúpido por estar agradeciendo saber algo tan básico. Suspiré y subí al vagón, buscando con la mirada un asiento lateral.

Una vez que me senté, eché un vistazo al nuevo teléfono, cortesía de mi madre, claro. Revisé los mensajes que había estado a punto de responder esa tarde, antes del accidente con aquella chica.

Perdona por responder a última hora. Voy en camino. Nos vemos ahí.

Presioné enviar.

Mis compañeros del instituto me convencieron para ir a esta fiesta "clandestina" (como ellos la habían llamado), para, por supuesto, divertirse y experimentar. Muchos de ellos querían saber cómo eran las fiestas de otra gente y a pesar de que no me gustó el término que usó, se me fue difícil negar la invitación. Y mucho más cuando había perdido una apuesta hace unas semanas y esta era mi forma de pagar.

Guardé el teléfono en el bolsillo y alcé la cabeza.

Una cabellera rubia bastante familiar se dejó ver por entre los asientos. La persona se movió un instante, pero fue suficiente para saber que era la chica que había destruido mi teléfono. Me mordí el labio. Esto podría ser divertido. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora