Capítulo 61

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Capítulo 61


LUCAS


Observé el radiante cielo azul mientras esperaba fuera de una cafetería. El aire veraniego pasaba por entre mis brazos con calidez. Ya no era necesario abrigarse. Diablos, hasta me estaba muriendo de calor con sólo una camiseta blanca. Sin contar por el hecho de que mis nervios crecían con cada minuto que pasaba.

Honestamente, no pensé que fuese a aceptar. Me esperé respuestas negativas hasta incluso insultos, pero lo que recibí fue un simple y corto "sí" y la llamada se cortó, desde el otro dispositivo. Minutos más tardes le envié la dirección y hora, ya que parecía que aquello había quedado de mi parte para planificar.

Y aquí estaba, al día siguiente, esperando, cambiando el peso en mis pies, manos en los bolsillos. En cualquier momento iba a empezar a silbar, estaba seguro.

Hice un inventario mental sobre las cosas que faltaban para el viaje a Boston. En un par de horas tenía planeado conducir hasta la casa de Ana y ayudarla a empacar ciertas cosas en el coche.

Mañana nos vamos, pensé.

Aún no podía comprenderlo al cien por ciento. Sentía como si los últimos meses hubiesen pasado con una velocidad increíble y que prácticamente no me dejaba tiempo de ponerle un alto y pensar dos veces lo que estaba haciendo.

Pero cada decisión positiva respecto a Ana parecía la correcta.

Un ruido interrumpió mis pensamientos y me di la vuelta para saludar a Gabriel, que se veía igual de avergonzado que yo. Quería echarme a reír. Si nuestros pasados yos nos viesen en este momento pensarían en lo ridículos que estábamos actuando y que simplemente nos demos un apretón de manos y volvamos a hacer amigos.

Crucé los dedos mentalmente para que así fuese.

Extrañaba a mi amigo.

―¿Entramos? ―dije mientras inclinaba mi cabeza hacia la cafetería. Gabriel hizo una mueca y asintió.

Una vez que encontramos un sitio para sentarnos, el silencio nos invadió. Ambos mirábamos cualquier cosa que no sea al otro. De repente me parecieron realmente interesantes mis manos.

Tosí brevemente y alcé la cabeza cuando un mesero vino a nuestra mesa. Pedí un café cortado y Gabriel agua Hice una mueca, recordando que no le gustaba el café. Aunque pensé en la posibilidad de que simplemente pidió agua por el hecho de hacerlo, y tal vez, porque planeaba quedarse poco tiempo.

Sacudí mis pensamientos y me concentré en el ahora.

―Entonces... ―empecé al darme cuenta de que él no lo haría―. ¿Qué harás este verano?

Gabriel miró por la ventana y se encogió de hombros―. Continuar trabajando.

Me incliné levemente para poder escucharlo mejor―. ¿En dónde trabajas?

Me echó una mirada de reojo, como si dudase si contarme sobre su vida privada. Finalmente se dio por vencido y dijo:
―Hace un año estoy trabajando para un arquitecto. Ya sabes, planos, infraestructura y cosas del mismo estilo ―explicó y volvió a encogerse de hombros―. Me gusta y la paga es buena.

―No sabía que te gustaba la arquitectura.

―Bueno, no hay muchas cosas que sabes de mí.

Tosí otra vez―. No, es cierto ―murmuré.

Luego de unos segundos de incomodidad, el café y el agua llegaron. Le di las gracias al mesero y tomé un sorbo. Gabriel simplemente observó su vaso con agua y hielo.

―¿Y tú? ―preguntó de repente.

Parpadeé varias veces, como revolviendo en mi mente la respuesta―. Mañana me voy.

Levantó la cabeza, sorprendido―. ¿Mañana?

Fruncí el ceño―. Sí, con Ana, mi novia.

―¿A dónde?

―Boston, a la universidad. Ana consiguió una beca completa en una academia de arte.

Abrió levemente los ojos y asintió levemente, como entendiendo. Tragué saliva y miré por la ventana.

¿Qué tenemos con ver la ventana?

―Supongo que estudiarás negocios o algo por el estilo ―soltó, revolviendo el vaso con la pajilla.

Largué un suspiro―. Es probable que no ―admití. Pocas veces hablaba sobre esto y solamente a Ana. No confiaba en nadie más para contar ciertas partes de mi vida. Pero con Gabriel ser honesto venía con facilidad―. Ahora mismo tengo planeado estudiar música, pero aún no estoy cien por ciento seguro. Con algo se empieza, ¿no? Ya veré que hago en un futuro ―expliqué y me encogí de hombros.

Gabriel asintió nuevamente y no pude evitar ver algo de sorpresa en su mirada. Ninguno dijo nada por un buen rato.

―Así que... ¿casas, eh? ―rompí con el silencio.

Reprimió una sonrisa de repente y sentí la esperanza brotar en mi pecho.

―Y edificios. Mansiones, cabañas. Centros comerciales ―nombraba con un leve brillo en sus ojos que me hizo sonreír un poco―. Tenemos un par de proyectos para este verano. Remodelaciones y cosas del estilo.

Tomó un sorbo de su bebida y no pude evitar soltar:

―Parece que te gusta lo que haces. Estoy feliz por ti.

Apretó los labios por unos segundos y asintió―. Sí ―Cuando pensé que no diría nada más al respecto, añadió―. Tú también lo pareces, Lucas.

Le di una verdadera sonrisa esta vez―. Ahora sí.

Sentí como si aquella presión en mi pecho se hubiese encogido, haciéndose pequeña con cada minuto, con cada palabra que compartía con Gabriel, con cada detalle de la vida del otro que nos enterábamos. Caí en la cuenta de la cantidad de tiempo que habíamos pasado separados y que pocas horas no serían suficientes para rellenar aquellos años de pura incertidumbre.

Sería lento, complejo, pero algo me decía que volveríamos a ser amigos. Tal vez no de la misma forma que antes, tal vez no con la misma intensidad, pero la mirada de Gabriel me daba a entender que podía confiar en él. Y aquello era lo único que necesitaba. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora